Hay una mujer en El Salvador, una mujer de 22 años llamada Beatriz, enferma de Lupus y que padece una grave insuficiencia renal, madre de un hijo de dos años, que está embaraza de un feto anacefálico, es decir sin cerebro, (que morirá a las pocas horas de nacer, si es que llega a hacerlo) a la que se le ha negado la posibilidad de abortar. Los médicos han advertido que Beatriz puede morir si continúa con su embarazo pero en El Salvador le han dicho que se aguante. Que el feto sin cerebro es más importante que su vida, que su vida no cuenta, no es nada. Y en realidad, no nos engañemos, se trata exactamente de esto, eso es lo que subyace en la batalla ideológica del aborto: cuánto valen las vidas de las mujeres, qué valor tienen sus decisiones, qué derecho tienen a autodeterminarse o quién decide por ellas, por nosotras. En El Salvador, ningún valor, ningún derecho, el estado o la iglesia tienen poder de decisión sobre la vida de Beatriz, a la que han condenado.
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El derecho al aborto de Letizia
En estos últimos tiempos se ha ido desmontando el tabú que existía en torno a los miembros de la monarquía, y estamos leyendo casi todo sobre ellos y ellas. De sus amantes, de su riqueza en Suiza, de sus limitaciones intelectuales… Hace un par de meses salió un libro sobre Letizia Ortiz e, inmediatamente, se hizo un pesado silencio propio de otras épocas. Una periodista del corazón, Paloma Barrientos, fue despedida de su programa por hacer alusión a él y ningún periódico de izquierdas hizo la más mínima referencia al libro, ni a favor ni en contra, nada, como si no existiera. Yo escribí un artículo –que es más o menos este- y ningún diario me lo quiso publicar. ¿Por qué? Porque yo comentaba algo que se dice en ese libro: que Letizia se sometió a un aborto legal en la clínica Dator.
Las razones «eugenésicas» de Gallardón
En todas las declaraciones sobre la futura ley de aborto que prepara el ministro de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón, insiste en que va a eliminar el supuesto de aborto por malformación, el llamado aborto eugenésico, y que eliminar ese supuesto es uno de los motivos para hacer este cambio en la Ley. Así en su reciente entrevista en El País, Gallardón explica que a pesar de que el Tribunal Constitucional avaló la constitucionalidad de la posibilidad de abortar por motivo de malformaciones en el feto, hay que retomar el asunto porque España suscribió después, en 2008, el convenio de la ONU para la protección de los derechos de personas con discapacidad, y parecería, tal como lo utiliza Ruiz Gallardón, que este convenio prohíbe el aborto en el supuesto de fetos con malformaciones.
No fue el feto quien mató a la madre
Que la vida de una mujer vale menos que la de un hombre es una realidad empírica, fácilmente comprobable en las cifras de feminicidio, de malos tratos, de infanticidios de niñas y en las de la diferencia de trato en cuanto a alimentación, atención médica, seguridad, inviolabilidad corporal etc., entre hombres y mujeres. Pero la vida de una mujer no sólo vale menos que la de un hombre, vale menos también que la de un feto, incluso que la de un feto inviable. Es tanto como decir que la vida de una mujer no vale nada.
Muchos países de América Latina se encuentran inmersos en el debate sobre el aborto; algunos de ellos tienen leyes que despenalizan el aborto en determinados supuestos, otros lo prohíben absolutamente -incluso si peligra la vida de la madre- la mayoría presentan numerosas restricciones legales a esta práctica. En ellos, el debate está abierto. Sin embargo, éste es un antiguo debate que lleva décadas produciéndose casi en los mismos términos en distintos lugares del mundo. Mientras que los argumentos de los proelección[1] suelen adecuarse a las realidades sociales de sus respectivos países, los argumentos de los antiabortistas responden a un plan global determinado por una especie de “multinacional” ideológica que fabrica argumentos y los distribuye por el mundo[2]. Fundamentalmente, los grupos antiabortistas se agrupan en torno a la Iglesia Católica y a los grupos los ultraconservadores de los EE.UU, muy activos ideológicamente en todo el mundo, auténticos think tank del conservadurismo político. A pesar de que el aborto legal va avanzando e imponiéndose en algunos países, los grupos antiabortistas están venciendo en cuánto a que están imponiendo los términos del debate. Están ganando en cuánto a que están consiguiendo que el debate del aborto gire, casi absolutamente, alrededor de lo que ellos llaman derecho a la vida (primero del feto, después incluso del zigoto) Están consiguiendo que el debate sobre el aborto sea visto siempre como un debate moral y enmascarando que se trata de un debate político e ideológico. Desde nuestra postura de defensoras del aborto libre, queremos ofrecer nuevos argumentos a este debate antiguo. Después de décadas de discusión pensamos que mientras que las feministas han aceptado algunas de las premisas de los antiabortistas [3], aquellos se han movido hacia posiciones cada vez más reaccionarias y no tienen ningún interés en negociar nada. El eslogan con el que en los años ochenta se reivindicaba el aborto en España “Aborto libre y gratuito ya” ahora sería imposible de defender públicamente.
La fetofilia de la iglesia
El Papa, al parecer, está muy preocupado con las monjas norteamericanas que se le escapan del redil y ha encargado a un arzobispo que las devuelva por la senda de la obediencia. Según las noticias aparecidas estos días en la prensa a las monjas de EE.UU les ha dado por ser feministas. Si las monjas se vuelven feministas, el Vaticano está listo. No son pocas, por lo visto, aquellas que se han dejado tentar por la perniciosa “ideología del género”, sino que son la mayoría.
Señoritos y criadas
Ha pasado más de una semana y aun no salgo de la sensación de asombro por una parte y de indignación por la otra. Las palabras de Esperanza Aguirre acerca del aborto no fueron tan comentadas como las de Gallardón porque es el ministro quien tiene la responsabilidad de presentar una ley y no así Aguirre quien, más bien expresa sus propias opiniones al respecto. Además, al fin y al cabo, Gallardón hace respecto al aborto quizá lo que nos esperábamos, dejar que en cuestiones de moral sexual gobierne el Tea Party español. Pero a mí las declaraciones de Aguirre en un programa de radio me pusieron la carne de gallina. No existe esa derecha moderna que nos trataron de colar. Es una derecha brutal, la que siempre hemos padecido en este país.
Terrible semana del 8 de marzo
Vaya semana que nos han dado entre la Academia y Gallardón. A estas alturas es difícil decir algo que no se haya dicho ya. Respecto a la Academia sigue pareciéndome increíble, pero es un clásico, que cuando se trata de sexismo cualquier tontería puede pasar por cosa seria. En ambos casos nos encontramos con algo también muy corriente: hombres opinando de mujeres, explicándonos, explicando cómo nos sentimos, cómo nos tenemos que sentir, lo que pensamos, lo que tenemos que hacer, cómo vivir, en fin nombrándonos. Yo les diría a todos estos que fueran callándose que ya hablamos nosotras.
No es lo mismo
No es lo mismo no haber alcanzado un derecho que perderlo. Cuando no se ha llegado todavía pero se está luchando, cada día que pasa es posible sentirlo como un día menos; se ve el final del camino, se ven las mejoras, los avances. En la lucha por la igualdad social ningún día es un día perdido, sino que cada uno de ellos significa experiencia, actividad, alegría, solidaridad, porque cuando una lucha social deja de ser una idea de unos pocos para organizarse en la cabeza y en la actividad de muchas personas, entonces se empieza a caminar y se hace posible.
Simplezas para recordar
Las personas de izquierdas nos empeñamos en argumentar mucho lo que pensamos; tenemos la infantil manía de creer que si demostramos que tenemos razón, que los argumentos que damos son ciertos, si presentamos datos incontestables, convenceremos a quienes nos escuchen. Esto no es exactamente así porque, entre otras cosas, la política, al menos la actual, no es un debate. Se puede debatir entre sectores del mismo espectro ideológico; se pude debatir cuando se tiene algo en común, cuando se comparte cierto imaginario ideológico, pero cuando no se comparte ni el vocabulario, ni el imaginario cultural, ni se maneja el mismo significado para los conceptos, ni se tiene una idea siquiera parecida del mundo…entonces no hay debate posible. Entre la izquierda y la derecha no puede haber debate: hay una guerra cultural y cuanto antes lo comprendamos mejor. Luchamos por imponer, democráticamente, visiones antitéticas del mundo.
