Me dicen mis amigas que olvide a Benedicto, que llevo días dando la lata en twitter y que no hay quien entienda esa obsesión. A mí me importa la religión, que es en parte lo que estudié en la universidad y siempre me ha parecido que la izquierda no se acerca bien a lo que es, como dijo Marx, “al mismo tiempo la expresión de la miseria real y la protesta contra la miseria real”. Las críticas a la religión en bruto que a veces se hacen desde algunos sectores de la izquierda son tan desacertadas como la convalidación acrítica de cualquier forma de religiosidad. El mismo Marx (y muchos otros revolucionarios antes que él) no dejó de apreciar las posibilidades de resistencia y de lucha que la religión podía ofrecer a los oprimidos y circunscribía sus críticas a las formas religiosas históricas y sociales concretas. Rosa Luxemburgo, por su parte, puso de relieve el espíritu cercano al socialismo del cristianismo primitivo. Y así podríamos hablar de las ramas progresistas de la teología cristiana extraordinariamente desarrolladas a raíz de las puertas abiertas del Concilio Vaticano II. Formas todas ellas a las que el recién fallecido Benedicto XVI no dio tregua, aunque él mismo entrara en dicho Concilio como supuestamente progresista, para salir como profundamente reaccionario.
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El burkini y la complejidad
El debate del burkini no debería haberse producido tal como lo ha hecho por varias razones: creo que una forma muy extendida de racismo, de desprecio por culturas diferentes, es confundir todo lo que nos parece raro: todo es taparse, todo es lo mismo. Y así, lo mismo es el Hiyab (pañuelo o velo) que el burka, todo es «velo». El hiyab no tiene que ver con el el burka, sino que es un pañuelo que cubre la cabeza y con el que se puede hacer una vida completamente normal. Que las mujeres adultas tienen derecho a llevar hiyab, está fuera de dudas.
No habéis matado a Charlie Hebdo
Los fanatismos, cualquier fanatismo, aguanta mucho mejor un sesudo ensayo que un chiste. Eso es porque el fanatismo, el integrismo, no se mide en las mismas coordenadas que la razón. Una reflexión inteligente, seria, profunda, puede ser muy importante y necesaria, pero también puede ocurrir que confrontada al fanatismo, a este le resbale. Los fanáticos son inmunes a la inteligencia sin aditamentos, pero no tanto a la inteligencia con humor. El fanatismo, el integrismo religioso, son trágicos porque nunca son pacíficos, porque cuestan vidas y porque, en todo caso, acarrean mucho dolor. Pero si pudiéramos por un momento hacer abstracción de sus consecuencias terribles, veríamos que sus planteamientos son risibles, ridículos, que lo sorprendente es que nadie medianamente normal se los tome en serio. Eso es lo que hace el humor, despojar a cualquier ideología, a cualquier planteamiento, o a cualquier creencia de todos sus aditamentos sagrados, serios, o siquiera importantes, y así mostrarlos en su, a veces ridícula, desnudez. Por eso el fanatismo se revuelve ante el humor que lo deja inerme y que lo muestra ante el mundo tal como es, y que lo hace, además, en un idioma fácil de entender. No todo el mundo entiende un tratado laicista, pero todo el mundo puede reírse con La vida de Brian.
A propósito de las deficiencias
Sé que me puedo ganar enemigos al contar que hace años que me peleo con mis compañeros de militancia respecto a la conveniencia de usar el Código Penal para castigar determinadas opiniones; soy muy poco partidaria excepto en casos en los que se incite claramente a la violencia. Creo que la libertad de expresión tiene que ser muy amplia y eso implica que tiene que dar cabida a opiniones impresentables, estúpidas u ofensivas, como suelen ser las de los portavoces de la Iglesia oficial.
Ni putas ni sumisas
Ni putas ni sumisas es el título de un libro de la francesa-argelina Fadela Amara que se convirtió en un fenómeno social que dio lugar a un grupo feminista con el mismo nombre. Un nombre perfectamente adecuado; las mujeres siempre nos encontramos en esas, entre putas y sumisas. Y si hay quien cree que eso está superado que lea los periódicos de estas dos últimas semanas en las que nos hemos visto entre el libro Cásate y sé sumisa y el manifiesto francés No toques a mi puta, de los autodenominados 343 cabrones.
La iglesia, otra vuelta de tuerca
La Iglesia en España ha sido siempre uno de los principales aliados del poder económico y un poder económico en sí misma. Fue colaboradora necesaria de la dictadura pero antes de eso era parte imprescindible de un sistema de poder casi feudal. Aquí, la Iglesia ha puesto siempre todo su empeño en mantener la desigualdad social, el atraso endémico, la incultura, la falta de libertades, los privilegios de unos cuantos y la opresión de muchos y, sobre todo, muchas. Era una institución tan odiada por la clase trabajadora, por el campesinado, por la mayoría de los intelectuales que, en cuanto se prendió una chispa, la gente corrió a quemar iglesias.
El Orgullo/ El ridículo
Durante años, siglos, nos han ridiculizado para humillarnos, despreciarnos, maltratarnos y, tantas veces, matarnos. En gran parte del mundo nos siguen humillando, despreciando, nos siguen maltratando y matando. Nos hacen la vida imposible porque tenemos una orientación sexual diferente de la que tiene la mayoría. Y gran parte de ese odio, de esa injusticia y de ese calvario, se debe a las iglesias. Durante años se han reído de nuestra pluma, de cómo nos manifestamos, de cómo andamos, de cómo vestimos, de cómo somos si es que se nos ocurre demostrar lo que somos; es decir si se nos ocurre demostrar que no somos heterosexuales, que nos sentimos sexualmente atraídos por personas de nuestro mismo sexo. Y nos han metido el miedo en el cuerpo para que no lo demostremos, para que no se nos note, para que nos hagamos pasar por lo que no somos y nos estemos quietos en el armario; es decir, para que nuestra existencia no se vea, no se note, y así puedan seguir sosteniendo la falacia de que todo el mundo es heterosexual y de que eso es lo normal, lo bueno, lo humano.
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Palabra de dios y aborto
Hay una mujer en El Salvador, una mujer de 22 años llamada Beatriz, enferma de Lupus y que padece una grave insuficiencia renal, madre de un hijo de dos años, que está embaraza de un feto anacefálico, es decir sin cerebro, (que morirá a las pocas horas de nacer, si es que llega a hacerlo) a la que se le ha negado la posibilidad de abortar. Los médicos han advertido que Beatriz puede morir si continúa con su embarazo pero en El Salvador le han dicho que se aguante. Que el feto sin cerebro es más importante que su vida, que su vida no cuenta, no es nada. Y en realidad, no nos engañemos, se trata exactamente de esto, eso es lo que subyace en la batalla ideológica del aborto: cuánto valen las vidas de las mujeres, qué valor tienen sus decisiones, qué derecho tienen a autodeterminarse o quién decide por ellas, por nosotras. En El Salvador, ningún valor, ningún derecho, el estado o la iglesia tienen poder de decisión sobre la vida de Beatriz, a la que han condenado.
El patetismo de la Iglesia Católica
No tengo especial simpatía por ninguna iglesia y mucho menos por la Iglesia católica que, por ser la que me toca más de cerca, es la que sufro. A pesar de eso, todas las personas que hemos estudiado una carrera de letras sabemos que durante muchos siglos la iglesia fue el reducto del saber humano en occidente y de gran parte del arte también. Especialmente reseñable es que la contribución de las mujeres al pensamiento occidental, desde Hildegarda de Bingen a Teresa de Jesús o a Sor Juana Inés de la Cruz, se ha hecho durante muchos siglos desde conventos y monasterios europeos. En todo caso, gran parte del pensamiento occidental proviene de hombres y mujeres de la Iglesia Católica.
Economía y religión
No hace falta saber de economía, de la que, por otra parte cada vez estoy más convencida de que hay poco que saber. Si en el pasado fue una ciencia, que no lo sé, ahora es más bien una doctrina, casi una teología que hay que creer y, además, obedecer. Y hay que obedecerla aunque sus mandamientos sean contraintuitivos o repugnen a la razón. La realidad nos muestra cada día, imperturbable, que la realidad económica es la que es a pesar de que sus sacerdotes (los financieros y los políticos) repiten el mantra aprendido tratando de que, a base de mucho repetirlo como ocurre con cualquier oración, el mal se calme por fin. Pero el mal no se calma.