Durante años nos hicieron creer que todos éramos clase media. Es cierto que vivíamos mucho mejor que nuestros padres y no digamos que nuestros abuelos, es cierto que vivíamos instalados en cierta prosperidad (aunque jamás alcanzo a todos), pero el aumento del consumo funcionó como un cebo que hizo creer a prácticamente todo el mundo que tenían control sobre sus vidas, característica de la clase media. Casi parecía no existir la clase trabajadora. Convencer a la gente de que pertenece a la deseada clase media tiene el objetivo de enmascarar sus verdaderos intereses para que así puedan apoyar políticas que, en realidad, les perjudican; al perder la conciencia del lugar social al que se pertenece se reduce o se hace desaparecer el antagonismo de clase y así, los trabajadores más acomodados, en lugar de sentirse explotados por los poderosos se sienten amenazados por los que aun son más pobres que ellos. Se trata de enmascarar en lo posible las diferencias sociales, la desigualdad, sus causas y consecuencias. Si uno no sabe dónde está mal puede entender nada.
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No están equivocados, existe un plan
Se puede decir de formas complicadas pero también se puede decir de manera simple: si los partidos que ganan las elecciones hacen todo lo que dijeron que no harían para ganarlas, ¿qué legitimidad tienen después para aplicar sus mentiras? El programa electoral del PP era una mentira de arriba abajo y, como tal mentira, completamente intencionada. Los futuros gobernantes sí que sabían lo que iban a hacer en cuanto ganaran, como se le escapó al portavoz del PP en la Comisión de Sanidad del Senado Jesús Aguirre o al propio Rajoy (“haré lo que tenga que hacer aunque haya dicho lo contrario”). El hecho de que tuvieran que mentir indica que sabían de sobra que de decir la verdad puede que no hubieran ganado las elecciones, es decir, que se reconoce que la mayoría de la gente, si tuviéramos alguna capacidad de elegir, elegiríamos otra cosa distinta a ésta que se nos está imponiendo. Se nos hurta así la posibilidad real de elegir qué tipo de política queremos.
Pequeña historia
Se recorta en las vidas de las personas para “apaciguar” a los mercados, se nos dice. Puede que nos traguemos la frase sin entenderla. No se sabe qué significa “apaciguar” (¿tienen algún final los supuestos nervios de los mercados?), no se sabe tampoco por qué están tan nerviosos, ni desde cuándo están así, ni quienes son…ni entendemos, sobre todo, por qué no podemos la ciudadanía exigir que se haga otra política. Todo esto ya lo habrán dicho los analistas estos días. En la mayoría de los análisis no se conseguirá que se vean las vidas que se pierden, que se truncan, que empeoran radicalmente; la infelicidad que sobreviene, la injusticia radical que estos presupuestos, que estas cuentas suponen. Los análisis no van a tener en cuenta las vidas que puede costar, por ejemplo, acabar con las políticas de prevención del VIH, o lo que significa que ya no haya dinero para la dependencia, lo que significa que se haya recortado brutalmente en becas…y que en cambio la Iglesia, el ejército, la monarquía, en fin, esas grandes instituciones encargadas por otra parte de que todo esto parezca natural y defendible ahí estén, como siempre, sacándonos la sangre.
Es fascismo de baja intensidad
Personas concentradas pacíficamente en cualquier lugar de nuestras ciudades para exigir lo que quiera que sea: calefacción, derechos sociales, no más recortes en educación. En democracia no hace falta que te autoricen las manifestaciones, basta con avisar que van a convocarse, y siempre que sean pacíficas, la policía tiene la obligación de no intervenir, de dejar que la manifestación transcurra en paz. Si en algún momento tiene que intervenir, tiene que hacerlo proporcionadamente y los policías tienen que llevar, según la ley, la identificación visible. No se trata de reprimir, sino de ordenar e impedir que la cosa se desmande. O así debería ser.
Manolis Glezos tiene más de 80 años. Fue un resistente antifascista griego que en el año 1941 arrancó la cruz gamada, símbolo de la ocupación nazi, de la Acrópolis ateniense. Mikis Theodorakis tiene aproximadamente la misma edad y la misma afiliación nacional y política. Es autor de algunos de las más bellas composiciones musicales del siglo XX. Que estos dos ancianos antifascistas se hayan convertido en símbolo de la resistencia griega a la invasión neoliberal dice mucho. Ellos dos han publicado esta esta carta abierta que explica muy bien lo que está pasando en Grecia y que es una llamada a la resistencia europea. Merece la pena leerla.
Ajuste sobre ajuste
El miércoles pasado estaba escuchando la tertulia política de la cadena Ser dedicada a la crisis griega y a la posible quiebra del país heleno. Para ilustrar la cuestión Carlos Francino anunció que iban a entrevistar a una española que vive y trabaja en Grecia y que podía informar de primera mano de la situación. En esto dan paso a una señora de la que nos informan que es directora general de una empresa agroalimentaria. A la pregunta de si su empresa ha notado mucho la crisis, la señora dijo que no, que al ser el suyo el sector agroalimentario no se ha notado mucho (parece que sí, que en comer aun tenemos que gastar).
Criminalizando la protesta
En medio de una crisis económica en la que la injusticia y la desigualdad se nos están volviendo insoportables; una vez que el capitalismo muestra su verdadera cara de voracidad sin límite y una vez también que la democracia liberal está demostrando su incapacidad para controlar a los que nos controlan, a los poderes económicos, se están produciendo en todo el mundo estallidos sociales que ponen nombre a lo que pasa y que exigen justicia. La inmensa mayoría de estos estallidos están siendo pacíficos porque algo hemos aprendido de la historia reciente. Protestas en demanda de justicia social en todo el mundo. Protestas democráticas, pacíficas, legítimas, democráticas y, sin embargo, duramente reprimidas. La libertad era el tótem de este sistema hasta que las élites han descubierto que puede usarse para protestar contra el mismo, para disentir radicalmente. Entonces no hay libertad que valga.
