Ahora que se acaba el año y es momento de hacer recuento me gustaría dar las gracias a quienes en este año han luchado contra el rodillo implacable e injusto del Partido Popular por la dignidad y los derechos de todos. Dar las gracias a los profesionales sanitarios que han luchado ejemplarmente por el derecho a la salud de todos los madrileños y que han arriesgado mucho para defender la calidad de un sistema sanitario que era un ejemplo antes de que el Partido Popular lo desmantelase para regalarlo a sus amigos y familiares. Doy las gracias también a los maestros, profesores y profesoras de la escuela pública por defender también el derecho a la educación de los chicos y chicas que tienen menos y por esforzarse cada día en ofrecerles una oportunidad de futuro que este gobierno quiere arrebatarles; por creer en el derecho a la educación y defenderlo contra quienes quieren que los que no tienen recursos no se eduquen. Quiero dar las gracias a los trabajadores y trabajadoras de las cadenas autonómicas de televisión porque, no sólo ahora sino mucho tiempo antes de la amenaza de despido, han venido denunciando y exigiendo una televisión pública al servicio de la ciudadanía y no del Partido Popular.
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La sanidad no se vende
La justicia en lucha, la educación en lucha, la dependencia en lucha, la sanidad en lucha, el transporte público, y también las personas que no pueden pagar sus hipotecas ni acceder a una vivienda. En todo caso: sanidad, educación, justicia, transporte, dependencia, vivienda, pensiones, trabajo… Todo. Y dentro de cada uno de estos sectores todo el mundo está contra las medidas del Partido Popular. El PP ha conseguido lo que parecía inimaginable, ponerse en contra a todo el personal sanitario, a todo el personal de Justicia: jueces, fiscales, secretarios judiciales, a las asociaciones conservadoras y progresistas; a toda la comunidad educativa: profesorado, padres y madres, conservadores y progresistas. Esto no es un gobierno democrático sino un régimen comandado por un gobierno deudor de otros poderes ocupado no en procurar el bienestar de una ciudadanía que les ha elegido, sino en llevar a cabo un estricto programa de medidas no propuestas nunca, no debatidas ni en la calle ni en el parlamento, no compartidas por la sociedad (ni siquiera por una mínima parte de ella) y no votadas. El objetivo no es luchar contra la crisis, sino cambiar el sistema; vender todo, repartírselo todo.
A ver qué hacemos
La frase “Quieren acabar con todo” resultó absolutamente profética. Nadie hubiera imaginado hasta que punto “todo” era todo, Quieren acabar con todo y con tanta rapidez que casi resulta imposible centrarse en un asunto. Destruyen la sanidad pública y universal y la convierten en un privilegio para ricos; poco a poco, la gente va dejando de verla como un derecho básico y, por tanto, no dependiente de lo que se aporte o se deje de aportar o de lo que se tenga: inmigrantes, parados…fuera; la sanidad pública es para pobres, vivirán menos, se curarán peor. Devalúan la educación pública en sus primeros ciclos de manera que pronto será de tan mala calidad que se habrá convertido en un reducto para aquellos a los que no se les deja aspirar a nada más que a la pobreza; la educación universitaria se encarece insoportablemente y no hay apenas becas. La gente es expulsada de sus casas y no pueden ni soñar en comprarse o alquilar una; se instaura una justicia para ricos de manera que sólo puedan acceder a ella los que tengan dinero. Así que la gente corriente no podrá ya denunciar a los poderosos, a las empresas, al estado. Al mismo tiempo, las escasas medidas paliativas que se aprueban se destinan únicamente para una entidad llamada “familia con niños”. Los ricos siempre muestran mucha preocupación por los niños, pero que más del 27% de ellos estén ya por debajo del umbral de la pobreza deben considerarlo daños colaterales inevitables.
Seguirán los desahucios
Vivienda y política
El informe que varios jueces del CGPJ han elaborado respecto al problema de la vivienda en España es demoledor. Lo terrible no es el informe en sí, mucha gente ya conocíamos la situación, sino que hasta ahora (hasta ayer mismo) los partidos, la izquierda, no se ha dado prácticamente por aludida. El paro es, desde hace tiempo, el principal problema de la ciudadanía en todas las encuestas y, naturalmente, los políticos dicen todos estar para combatir el paro, pero lo cierto es que hay muchas otras cosas que pueden hacerse, además de combatir el desempleo, para conseguir hacer efectivo el derecho a una vida vivible, que es el objetivo de cualquier lucha social y que debería serlo de cualquier política de izquierdas. El paro tardará en desaparecer, si es que lo hace. Pero, mientras, la vida de millones de personas depende de la vivienda tanto o más que del desempleo.
El vértigo
Sentimos vértigo, yo al menos lo siento. No se trata sólo del vértigo que me produce -y es grande- la precarización de la vida a la que estamos siendo sometidos, sino que va más allá. Es el vértigo que sentimos al vernos embarcados en un vehículo que va a toda velocidad por una autopista, sin frenos y marcha atrás. La vida humana es una lucha entre la civilidad y el caos o, dicho vulgarmente, entre la civilidad y la selva. Y en esta legislatura el descenso a la selva está siendo tan pronunciado que da terror.
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Ejerciendo la democracia
Llevo un tiempo discutiendo con amigas y amigos sobre las manifestaciones y protestas que están teniendo lugar y especialmente las que se han producido esta misma semana. Discutimos no sólo por las manifestaciones que se han producido en la calle, sino también las protestas que se suceden en forma de manifiestos de todo tipo y que circulan por las redes sociales. Tanto en unas como en otros, es obvio el hartazgo y la crítica a la clase política en general a la que parece culparse de la situación que estamos viviendo. Algunos de mis amigos se indignan con lo que consideran una generalización injusta y abusiva, además de peligrosa. Suelen decir que atacar a los políticos despejará el campo para que manden los mercados. La respuesta que surge sin pensar es: “¿más?”
Las lágrimas de Aguirre
Esta semana han ocurrido dos cosas reseñables: ha dimitido Esperanza Aguirre y a Mitt Romney se le ha cogido hablando en serio, es decir, en privado y a sus amigos y pensando que no había prensa. Ambos son neoliberales duros y ambos tienen la misma visión del mundo, la que Romney ha dejado meridianamente clara. Los pobres son unos vagos, unos parásitos, que “se creen con derecho a comida, a vivienda, a atención sanitaria, a cualquier cosa”. Eso es lo que piensa un millonario y Esperanza Aguirre, otra millonaria, piensa lo mismo exactamente, (aunque tampoco lo dice) y ha trabajado toda su vida para imponer esa visión del mundo; es decir para que esos derechos dejen de serlo y para que quien no puede pagar comida, vivienda, atención sanitaria o educación simplemente no las tenga.
Nacionalismos
Hay personas que como yo, de verdad no somos nacionalistas y nos cuesta entender ese sentimiento de pertenencia a unas fronteras políticas trazadas siempre en función de intereses que no suelen coincidir con los intereses reales de la gente. Entiendo naturalmente que existen derechos culturales y que en condiciones de opresión o negación de los mismos, la vida se puede hacer insoportable. Sí, tengo algo parecido a una patria; tengo sentimientos de pertenencia ligados a un idioma, a una historia común, a una cultura, a un paisaje, a determinadas afinidades con otra mucha gente, y que son parte de mi identidad o de mi subjetividad, pero si esto no me es negado poco me importa -o nada- ser adscrita administrativamente a unas determinadas fronteras que, por otra parte, casi nunca coinciden exactamente con la patria que vivimos subjetivamente. Si no se dan esas condiciones de opresión me cuesta mucho entender el nacionalismo, el mío -inexistente- y el de los otros.
La situación
A Rajoy no le han dejado ponerse más tiempo de lado, su manera preferida de estar en el mundo, y le han obligado a ponerse de frente y a explicarnos, de una vez, lo que era su programa “oculto”, que no por ello menos sabido, al menos imaginado. Esa hoja de ruta que estaba claramente dibujada desde el principio pero cuyas medidas ni una sola venía en el programa electoral. Estaba diseñado: hay una crisis provocada por los especuladores, alguien tiene que pagarla, pues que la paguen los pobres porque para eso ellos, los poderosos, tienen la fuerza, el poder y los medios para obligar a otros a pagar por sus desmanes. Y de paso aprovechamos el momento para desmantelar el estado social porque ese desmantelamiento abre numerosos oportunidades de negocio y porque ha empoderado a los trabajadores y trabajadoras demasiado, según ellos; así que matan varios pájaros de un tiro.
