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Podemos y la gente que lucha

El neoliberalismo no es sólo un sistema económico, es también un modo de subjetivación que nos lleva al narcisismo y, por eso, todos y todas, sin excepción queremos contar nuestra historia, aunque no le importe a nadie. Quizá por esta característica de este tiempo cada vez que algún cargo sale de la primera línea política, se va de Podemos o se retira de la política, escribe una carta pública explicando con mucho detalle qué le pasa. Si esa persona es de Podemos, entonces sabemos que dicha carta va a abrir informativos y va a estar en las redes varios días dando vueltas. Yo no soy una excepción y quiero escribir mi carta. Mi carta de por qué me quedo en Podemos que, bueno, no irá muy lejos. Pero aquí está.

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Por una Navidad real y moderadamente feliz

Por una Navidad real y moderadamente feliz.

Estaba leyendo este artículo que me ha parecido muy interesante. (https://www.eldiario.es/era/navidad-idealizada-soledad-golpea-veces-fechas_129_10786663.html).

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Carlos III el insoportable

Reconozco que la tentación era la de llamarle Carlos III el breve, pero está muy visto. En este caso, al contrario que ocurrió con la ocurrencia de llamar a nuestro Juan Carlos I, el breve, la brevedad no venía solo de que este señor está haciendo méritos para que se imponga la República en poco tiempo, sino porque su edad impone un reinado breve de verdad. Y no como a Juan Carlos, que Carrillo le llamó el breve y nos gafó la cosa. No sólo no ha sido nada breve, sino que se nos ha hecho muy largo. En fin. Carlos III, el insoportable, creo que es bastante exacto.

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Dos años desde que nos fuimos

Estos días hace dos años del decreto que nos confinaba en casa. No sabíamos entonces cuándo saldríamos, nos invadía a todas una sensación de extrañeza absoluta, de incertidumbre, no sabíamos qué nos esperaba. La mayoría teníamos también miedo. Por nosotras, por nuestras familias, por las personas mayores. No quiero olvidarme del dolor de aquellos días, con los fallecidos contándose por miles, por decenas de miles, y la enfermedad acechando a cada familia.

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Nomadland, una visión alternativa

Salí de ver Nomadland muy pensativa, necesitaba digerir la película. Es, sin duda, una película hermosa, pero había algo en ella que no acababa de gustarme. Quizá tenga que ver con las críticas que he leído, todas muy buenas; quizá no se debería ir a ver una película habiendo leído sobre ella. Pero había leído. Había leído que es una crítica al neoliberalismo, a los empleos «uberizados», a la muerte de los lugares de pertenencia cuando la globalización impone la desertización de todo: pueblos, ciudades, paísajes, amores, amistades…; había leído que era una oda a la solidaridad entre los que tienen poco o nada, una alternativa para poder construir los vínculos que nos mantienen humanos aun en las peores condiciones posibles.

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Envejecer

Envejecer es difícil, lo puedo asegurar. Y para las mujeres lo es mucho más. No es difícil sólo por lo que la vejez significa en términos de acortamiento del tiempo vital y los miedos que esto trae consigo; ni por lo que significa en términos meramente físicos, de salud, de energía, de capacidad. Es difícil porque para las mujeres no hay un espacio social que podamos habitar en estos años excepto aquel que se construye como lucha contra la edad. Y ese es un espacio de negación, y no se puede estar bien en un espacio de negación de nosotras mismas.

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El feminismo es la casa común

Estaba leyendo por segunda o tercera vez uno de mis libros preferidos: “El mundo de ayer” de Stefan Zweig y me detuve en las páginas en las que describe cómo entró la guerra en la conciencia de los europeos; cómo de un día para otro, se desató el odio basado en bulos y en mentiras y cómo en el otoño de 1914 la mayoría de los escritores “se desgañitaban proclamando su odio, se escupían y ladraban unos a otros”. Y continúa explicando cómo, antes de que llegaran las bombas y las muertes, los antaño ricos debates intelectuales entre, muchas veces compañeros y amigos, se habían transformado en un griterío en el que únicamente se trataba de demostrar que “todas las injusticias, todos los males venían de la parte contraria y que el derecho a la verdad absoluta eran exclusivos de la nación propia”.

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Libros en papel

Los libros son muy importantes en mi vida. No sólo por los que leo o que he leído, sino por los libros mismos como objeto. Las paredes de todas mis casas, de mis casas de niña, con mis padres, o de mis casas de adulta, están llenas de libros. No digo que sea fácil, las mudanzas son terribles, pero son parte de mi vida.

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La burbuja del absurdo

Para que la cultura neoliberal triunfe es necesario haber colonizado antes las mentes. El miedo, terror, a quedar excluido del mundo laboral, lo que te convierte en un desecho  por una parte pero, al mismo tiempo,  el uso del ámbito laboral para adoctrinar, acostumbrar, provocar la adaptación completa de las personas a ese mundo invivible ya ha sido denunciado sobradamente. La sociedad neoliberal exige trabajadores con mentalidad neoliberal preparados para aceptar métodos de trabajo inhumanos y valores neoliberales: competencia extrema, terror al despido, aceptación de reglas absurdas sin protestar, criterios de eficiencia dictados arbitrariamente por la empresa, rentabilidad a costa de lo que sea, cosificación del trabajador/a, individualismo extremo, desaparición o minusvaloración de cualquier valor que no se adecúe a las exigencias empresariales, saber venderse, sea eso lo que sea…La locura neoliberal conduce al aumento exponencial de los suicidios en el lugar de trabajo. Eso en lo que se refiere a los seres humanos.

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No sabemos vivir.

Domingo por la tarde, después de una semana horrible de mucha tensión. Tumbada en el sillón de mi salón, mirando los árboles y pensando en lo mal que vivimos. A mi me gustan mucho los árboles. Sí, ya se que no hay nadie que odie a los árboles, pero es que a mi me gustan especialmente, reparo en ellos, los miro, me dan paz y alegría, soy consciente de cuándo hay árboles y cuándo no y qué tipo de árboles son. Vivo en un barrio lleno de árboles, en una calle llena de árboles. Desde el  sillón de mi salón, si miro hacia la ventana,  no veo más que el cielo y árboles. Veo cómo cambian según la estación, los veo cambiar de color y de aspecto, llenarse de hojas o frutos (tengo un níspero y una higuera justo debajo) o quedarse con las ramas peladas. Luego, en cuanto llega la primavera, me encanta ver como esas ramas desnudas se van llenando de unas pequeñas yemas verdes que lo terminan cubriendo por completo. Cuando estoy tumbada en el sillón tapada con una manta, ahora en otoño o en invierno, miro a la ventana,  veo caer las hojas y puedo quedarme horas mirando; cuando llueve veo cómo las hojas brillan y veo también el agua deslizarse sobre ellas; de noche la visión de los árboles iluminados en primer plano, con nada más que la oscuridad detrás, me parece un paisaje casi mágico, un privilegio.