Hace un par de meses, me contactaron desde un Círculo para que fuera a dar una charla sobre feminismo. Cualquiera que haya estado en Podemos sabe lo que es una charla normal en un Círculo de barrio: militantes ya convencidos, poca gente, un acto muy interno y que sólo se hace por militancia (la cual es una magnífica razón) Con el acto convocado y los carteles diseñados, un dirigente del partido en Madrid, un imbécil, obligó al Circulo a desconvocarlo. Vetó mi presencia, sin otra razón que, supongo, no percibirme como “de las suyas” aunque lo cierto es que nunca he dicho públicamente nada acerca de lo que pienso de la escasa capacidad intelectual de este dirigente en cuestión o de su tipo de liderazgo, que consiste en romper cualquier cosa que considere un obstáculo. Preocuparse de prohibir mi presencia en un acto minúsculo implica una perseverancia en el mal propia de los más tontos, de los que en un comic aparecen siempre cavando en dirección contraria a la que se necesita. Pero cierto es que ese día, me sentí expulsada del partido.