Reconozco que la tentación era la de llamarle Carlos III el breve, pero está muy visto. En este caso, al contrario que ocurrió con la ocurrencia de llamar a nuestro Juan Carlos I, el breve, la brevedad no venía solo de que este señor está haciendo méritos para que se imponga la República en poco tiempo, sino porque su edad impone un reinado breve de verdad. Y no como a Juan Carlos, que Carrillo le llamó el breve y nos gafó la cosa. No sólo no ha sido nada breve, sino que se nos ha hecho muy largo. En fin. Carlos III, el insoportable, creo que es bastante exacto.
Me he visto los fastos del entierro como si fuera una inglesa de Picadilly, con fervor. Pero puedo afirmar, con conocimiento de causa, que el deseo republicano se dispara durante el reinado de Carlos III, el Insoportable. No les hablo desde una conciencia republicana, que lo soy, como es natural, sino desde mi vena más folclórica. Confieso que tengo una vena que me disocia de mi cuerpo y de mi inteligencia y me hace adorar las procesiones de Semana Santa, los entierros suntuosos, las coronaciones o las fotos de piscinas ajenas en las que en Sotogrande se bañan los Condesduques. No como si fueran verdad, claro. Sólo si lo veo en las revistas o en los programas del corazón. Puedo confesar y confieso que esto tiene que ver con que la lectura atentísima de estas revistas es para mí una especie de transgresión dulce, un placer culpable y sabroso que practico desde mi infancia.
En mi casa, cuando yo era niña, estas revistas estaban terminantemente prohibidas porque mis padres son intelectuales de los de leer libros serios y todo lo ligero era visto con desdén o incluso estaba proscrito. Para qué más. Algunos adolescentes fuman a escondidas por llevar la contraria; para eso, leía el Hola. En una casa en la que Cioran marcaba nuestras conversaciones, el Hola se anunciaba en la publicidad como “la espuma de la vida”. Necesitaba un poco de esa espuma y podía haberme hinchado a Ducados, pero me dio por las revistas del corazón. Así que sí, cada jueves, lloviera o nevara, yo bajaba a comprar mi Hola para leerlo a escondidas. Y lo leía también en casa de mis abuelos, que me lo compraban para mimarme, tal como tienen que hacer los abuelos. Así que, aunque no lo parezca por mi aspecto más bien de leer mucho a Simone de Beauvoir, la realidad es que lo sé todo del Gotha, conozco las tendencias en decoración y moda y dónde tiene casa de veraneo cada cual. Estoy estudiando para cuando haya que expropiar, ojo, que nadie se confunda.
Porque no sólo compro revistas del corazón, sino ¡que las leo! Al parecer, la gente -según me cuentan- mira las fotos, yo me leo los textos con detenimiento y he llegado a dominar el lenguaje críptico del Hola, al punto que de joven pensé en hacer mi tesis doctoral sobre una neo lengua que permite explicar los cambios sociales que se van produciendo. Por poner un ejemplo: puedo documentar cuando, en el Hola, a David Furnish dejaron de presentarle como un amigo íntimo de Elton John, para pasar a ser su pareja sentimental y después su marido. En ese momento supe que eso ya estaba, y así con todo.
Isabel II caía bien porque era una anciana que sonreía como único atributo personal y era imposible imaginarla haciendo maldades. Su entierro está siendo una maravilla, esos desfiles, esa coreografía magnífica, la solemnidad de las gaitas, los uniformes rojos con el sombrero Busby…esa solemnidad…Un entierro precioso, un poquito largo, eso sí. Pero sin más, más vale que sobre que no que falte.
Todo esto funciona desde las páginas de las revistas o en las pantallas, como una cosa excéntrica, como personajes de un mundo paralelo que quizá existan o quizá no. Pero es literalmente insoportable si te acercas demasiado. Eso se ve muy bien en el documental “Los Windsor”, que acabo de ver en Netflix para ponerme a tono. Felipe de Edimburgo se empeñó en modernizar la corona y permitió que entraran las cámaras a filmar a una familia normal. La idea era humanizar a la reina, pero enseguida se vio que era una idea pésima. Si permites que se les vea como personas reales, entonces querrás tratarles como a personas reales. No se puede permitir que se vea su humanidad si es que quieren seguir ostentando esa posición, como poco excéntrica y absurda (desde luego de privilegio) en el mundo de hoy. Si son personajes no son personas y si son personas de carne y hueso, ya no pueden ser la estatua que se lleva en procesión.
Todo esto se sustenta en cierto placer estético y en que son símbolos que todo el mundo reconoce. Y las ceremonias, los símbolos confortan, dan calorcito, y ayudan. Siempre que el símbolo no se ponga a dar voces a un lacayo, que el hecho de que existan lacayos ya molesta. Si les pones el foco, si les pones un micrófono, mueren. Todo el mundo pensaba que la Reina Sofía era cultísima y sensible hasta que Pilar Urbano le hizo una entrevista. Entonces comprendimos que te puede gustar Haendel y ser una reaccionaria de tomo y lomo, antigua y desconectada de la realidad. Del emérito mejor no hablar, pero está en Dubai por pulsiones muy humanas aunque delictivas (no me refiero a las sexuales) Así que la reina Isabel, después de aquel primer intento, se puso la sonrisa y no dijo nada más. Pero, ay, a Carlos III desde que le han hecho rey le hemos visto demasiado cerca y le hemos escuchado.
Su comportamiento resulta insoportable. No es soportable su tonito, no es soportable que vaya con lacayos, ni que le rodeen personas que tengan que decir “sir” a cada frase que pronuncian, no es soportable que puedas tratar así a un empleado en ningún caso, ni es soportable que te gastes ese humorcito porque te topas con un tintero. No va a resultar soportable ni siquiera dentro de los propios parámetros que seguramente él mismo defiende, eso del mérito y la capacidad. ¿No queríais mérito? Pues tomad mérito.
Es Carlos III el Insoportable y me congratulo porque la republica avanza también en el reino por excelencia.