La marginación de las lesbianas en los grupos gays y en el movimiento feminista
CApítulo del libro: Cultura, homosexualidad y homofobia
Volumen II: Amazonia: retos de visibilidad lesbiana
Editorial Laertes, 2007
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La marginación de las lesbianas en los grupos gays y en el movimiento feminista
CApítulo del libro: Cultura, homosexualidad y homofobia
Volumen II: Amazonia: retos de visibilidad lesbiana
Editorial Laertes, 2007
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Aquí dejo el webinar organizado por el Área de Igualdad del Ayuntamiento de Bilbao: «De lo visible a lo invisble» con motivo del Día de la visibilidad lésbica: https://www.youtube.com/watch?v=4tTRuI0aLN0
Este año el movimiento LGTB celebra el año de la memoria y es una buena ocasión para pensar sobre la memoria lésbica, porque no hay presente ni futuro sin pasado.
El Día 26 de abril es el Día Internacional de la Visibilidad Lésbica. Una visibilidad difícil. Lesbiana sigue siendo, a estas alturas, una palabra difícil de pronunciar en contextos normalizados. Las lesbianas nos inundan desde las revistas porno, desde las webs pornográficas, desde los papelitos que nos dejan en los parabrisas del coche anunciando prostitución. Lesbiana es una palabra pornosexualizada para consumo masculino. Y por eso es difícil leer una declaración a favor de la visibilidad lesbiana en los parlamentos o en instituciones oficiales, y es complicado también encontrar en ese día muchos artículos dedicados a las lesbianas, a nosotras.
En una pareja heterosexual es raro que los dos sean estériles, seguramente que o él o ella pueden concebir si se buscan a una persona fértil, del otro sexo naturalmente. Si el criterio que se quiere imponer para acceder a los tratamientos de reproducción asistida es la fertilidad, ¿por qué asistir a una mujer fértil con compañero infértil? ¡Que se busque un varón que sea fértil! ¿O es que el criterio no es la esterilidad, como se dice sino, en realidad, tener una pareja heterosexual estable? Eso parece, porque el acceso a los tratamientos que pretende el Ministerio de Sanidad define la esterilidad como la incapacidad de concebir después de 12 meses de practicar sexo coital (se supone que con el mismo hombre). Se excluye así a las mujeres que, por la razón que sea, no mantengan relaciones sexuales con hombres o no las mantengan permanentemente. ¿Es posible imponer ese criterio legalmente?
¿Tenemos que ser las activistas lesbianas las que visibilicemos la violencia que se pueda dar –esporádicamente- en las parejas formadas por mujeres? Yo creo que no y, por eso, que no cuenten conmigo para dar pábulo a estas cuestiones.
Cada cierto tiempo el asunto de la violencia en las parejas de lesbianas se discute o bien en los medios generalistas o bien también –y especialmente- en el ámbito del propio activismo lesbiano. Tengo que reconocer que a veces ese tipo de estudios o de discusiones me sacan de quicio hasta el punto de que yo misma tengo que preguntarme por qué me gusta tan poco que se discuta de eso o se dé visibilidad a la violencia que existe en algunas parejas de lesbianas. Creo que hay dos razones de que el tema me guste tan poco. La primera y más importante tiene que ver con el uso que el neomachismo pretende hacer de cualquier tipo de violencia intrafamiliar para deslegitimar y desdibujar la lucha contra la violencia de género como un tipo de violencia sistémica particular y anclada en el patriarcado. Si todo es violencia y, sobre todo, si todo es el mismo tipo de violencia, entonces no hay razones para establecer medidas concretas de lucha contra la violencia machista. Naturalmente que esa es la manera tradicional de negar e invisibilizar que la violencia machista es diferente a cualquier otra porque se produce en un contexto de desigualdad de poder estructural (desigualdad real y simbólica) en el que los hombres creen tener derechos de propiedad sobre “sus” mujeres.
Cuando acaba el franquismo en el año 75 lesbiana es una palabra que en España apenas existía. La existencia del franquismo condiciona de manera muy evidente la organización de las lesbianas. El hecho de que durante los años 60 y 70 viviéramos en España bajo un régimen totalitario hizo que nos perdiéramos los años de máxima intensidad del feminismo y algunos de sus más importantes debates, que aquí no se han llegado a dar o, al menos no con la misma intensidad que en otros lugares.
Esta ponencia es parte de un capítulo que forma parte de mi libro “Historia y análisis político del lesbianismo: la liberación de una generación» Tanto el libro como esta ponencia son una aproximación a un tema que es central en las tesis de la llamada teoría feminista lesbiana: la posibilidad que las mujeres tienen, todas las mujeres, de optar por un estilo de vida y una sexualidad lesbiana. Defendiendo un construccionismo radical de la sexualidad, tal como defendía el feminismo en los años 60 y 70 reflexiono sobre esta posibilidad, defiendo que es algo que está al alcance de cualquier mujer, que es una opción que puede resultar liberadora y reflexiono también sobre las causas que han hecho que dicha posibilidad haya desaparecido del panorama interpretativo de la realidad que hace en la actualidad el feminismo.
Desde que escribí mi libro sobre Dolores Vázquez en el que denunciaba la manera en que la prensa mete en el armario a las lesbianas, quieran o no, se me ha quedado una especie de sexto sentido que me hace estar atenta en cuanto sale una noticia sobre lesbianas. En mi libro denunciaba la manera en que “el armario” funciona como un instrumento de la lesbofobia y se usa metiendo en el mismo a las lesbianas con el objeto de que no se las vea, porque la visibilidad es la principal herramienta de normalización y empoderamiento. Si hace muchos años se trataba de sacar a la gente del armario a la fuerza, porque en el momento en que estaban fuera la lesbofobia social e institucional se encargaba de destrozarles la vida, ahora se trata de armarizarlas, especialmente si las personas en cuestión pueden convertirse en referentes positivos para todas las lesbianas. El llamado “respeto” encubre en muchas ocasiones la más burda lesbofobia. El mundo del corazón y las famosas es muy proclive a estos comportamientos.
El otro día leía en una revista lésbica el enésimo artículo de queja sobre la inexistencia de cuartos oscuros para lesbianas y me di cuenta de que aún no he hablado de eso en esta columna. Vaya por delante que no tengo ninguna idea preconcebida, sólo intuiciones. Es decir, no me importaría que existieran cuartos oscuros para lesbianas. Pero me pregunto si esa preocupación por el cuarto oscuro no será una fijación androcéntrica, es decir, que como es algo que les gusta a ellos nos tiene que gustar/preocupar/ocupar a nosotras.