Vi el debate entre Inés Arrimadas e Irene Montero en Salvados con una sensación de incomodidad creciente que me costó identificar. Lo hice claramente cuando, a la mañana siguiente, me senté delante de mi ordenador para repasar el debate, también organizado y moderado por Jordi Évole, entre Pablo Iglesias y Albert Rivera de 2015 y luego otro en 2018. Y entonces me quedó claro que Évole había planteado y dirigido el debate entre las dos políticas de manera muy diferente a cómo planteó el de los hombres, y me temo que esa diferencia tiene que ver con el hecho de que ellas son mujeres.
Y esta sensación no la tuve solo con la publicidad, sino que desde el minuto uno del programa se pudo ver que la política era más bien secundaria y que se pretendía que fuera el tono (relajado) del mismo el que se convirtiera en protagonista. Según escuchamos se les había dicho a las protagonistas que la pretensión es que fuera una charla tranquila más que un debate político. Tengo la impresión de que algo así no se les diría a dos líderes políticos en un momento preelectoral y tan difícil como el actual. Me parece que tampoco saldrían en maquillaje; de hecho, creo que jamás he visto a un político en su correspondiente sesión de maquillaje. Es evidente que pretender que un debate entre nada menos que la portavoz de Unidos Podemos en el Congreso y la líder de Cs en Cataluña fuera una charla de café es ciertamente machista. Estamos hablando de dos de las mujeres políticas más importantes del país, a pocos meses de las elecciones y en un momento político especialmente delicado ¿en qué cabeza cabe que no debatan de política? Pues no parecía lo más importante a tenor de las primeras preguntas que les formula Évole, que se dirigen más bien al aspecto humano de las invitadas, a sus sensaciones, a sus experiencias. Al entrar en la cuestión que se supone más política, muchas de las preguntas de Évole comienzan por la fórmula…”¿qué le dirías… a un inquilino, a un padre/madre…?” Esta es una fórmula tradicional que se usa para personalizar lo que sin eso sería una respuesta puramente política. De nuevo me cuesta pensar que esas fueran las preguntas que se les harían a los hombres en una situación semejante.
Volviendo al tono del programa vemos que el presentador insiste desde el comienzo en que éste tiene que ser diferente y cuando resulta evidente que no va a ser así, Évole lo hace notar de manera exagerada y lo convierte en el protagonista del programa. Pero al revisar el debate entre Iglesias y Rivera no veo que haya muchas diferencias en el tono. Ellos también se interrumpen y son en ocasiones bruscos el uno con el otro sin que Évole llame la atención todo el tiempo sobre ese hecho. Es cierto que en el debate de las mujeres, Arrimadas resulta una contendiente especialmente imposible, interrumpiendo muy a menudo y tratando de polarizar como le ha recomendado su asesor. Pero en mi opinión el tono no es en ningún momento especialmente bronco y, en todo caso, creo que Évole tiene algo de responsabilidad en que lo parezca. Si se comparan los dos programas, el de los hombres y el de las mujeres, es fácil ver que en el primero él asume el papel de director y periodista haciendo preguntas y repreguntas, y mostrándose claramente más interesado por el contenido de las respuestas que por el tono más o menos tenso, que parece que se da por hecho. En el debate de las mujeres, en cambio, no parece que le interesen de igual manera las opiniones políticas de las invitadas, no repregunta o dirige el debate sino que enseguida lo corta, se queja por las interrupciones (las regaña en cierto sentido) y todo ello con cierta sobreactuación. Se transmite cierta sensación de que Évole no llega a estar dentro de este debate en ningún momento, como si se le ve en aquel otro.
Puede que a Évole se le viera poco interesado en el contenido de las respuestas porque sus preguntas hacían referencia en muchas ocasiones a cuestiones personales sin ninguna relación con la política; a veces muy cerca del tópico machista, como preguntarles qué fotos llevaban en sus carpetas cuando eran adolescentes; a los políticos no les preguntó nada de eso, ellos no parecen tener adolescencia o no podemos imaginarla. Algo de infantilización hacia las entrevistadas había en ese interés. En cuanto al contenido de las preguntas más puramente políticas la mayoría tenían como objeto cuestiones relativas a la igualdad, el feminismo y la maternidad. Nada que objetar a que las políticas se definan respecto a estas cuestiones, que son muy importantes, pero creo que cuando hablamos de líderes que están en la dirección de sus respectivos partidos, la obligación de tener una opinión fundada acerca de las cuestiones de igualdad es de ellas, pero también de ellos. Y aunque creo que es importante hablar de la maternidad, estoy por ver un programa en el que les pregunten a los hombres políticos sobre la paternidad y lo que esta ha significado. Al mismo tiempo, es evidente que hay cuestiones que fueron importantes en el programa de los hombres que no lo han sido en este, como casi todo lo relacionado con la economía o la fiscalidad, que han brillado por su ausencia en esta ocasión.
Y finalmente, cuando como no podía ser de otra manera y más allá del tono, las dos políticas discreparon abiertamente en prácticamente todo, lo que parecía provocar rechazo en el presentador que hacía especial hincapié en esta circunstancia, aunque sea lo normal en un debate político. Algo así como si se diera por hecho que se tenían que llevar bien por ser mujeres. A partir de aquí, Évole intentó, a mí juicio con demasiada insistencia, que Montero y Arrimadas se llevaran bien, confundiendo claramente la posición de sus dos partidos con la relación personal; como si el hecho de ser mujeres supusiese algún tipo de plus que ayudara a achicar la distancia entre Podemos y Ciudadanos. Cuando esto no resultó así, se cayó en el tópico contrario: dos mujeres peleándose, en lugar de lo que era: dos líderes políticas de dos partidos antagónicos mostrando sus evidentes discrepancias en casi todo. Su insistencia en salvar esta distancia a base de llamadas de atención permanentes resultaba pesada y un tanto paternalista.
Finalmente todo esto tiene que ver con el tratamiento machista que los medios hacen de las mujeres políticas, pero también con ciertos tópicos que se han extendido acerca de lo que significa o deja de significar la feminización de la política. Como este artículo no va de esto… lo que opino se puede leer aquí.
Publicado en: CTXT
2 respuestas a «Debate Montero/Arrimadas, una mirada feminista»
Es CABREANTE que periodistas como Évole, joven y presuntamente de izquierdas ni siquiera sean conscientes de esta actitud diferenciadora entre hombres y mujeres.
Mientras leía este artículo, me acordaba de lo que ocurre con algunas familias de corte patriarcal, cuyas hijas son poco afectivas. Esto preocupa mucho, sobre todo a la mamá, que ve en su hijita de cuatro o cinco años una pequeña grosera, o al menos una desabrida, cuando se niega (o al menos no lo hace por iniciativa propia), a dar besos y abrazos a los demás, sea de forma puntual, sea de forma habitual. Esto es terrible para ella, no sólo porque le parece mal, según la educación que a su vez ha recibido, sino porque, a su juicio, no la va a querer nadie, por lo que trata de corregirla, aunque sea de forma bastante burda (esto sería otro tema bastante interesante también). Pero no ocurriría lo mismo, en cambio (o al menos no de la misma forma), si estas actitudes se dieran en su niño, que, nuevamente a su juicio, no son tan graves ni hace falta corregirlas con tanta asiduidad, en su caso. Según estas personas y como ya es sabido, la afectividad desinteresada y excesiva no es propia de un hombre, y por lo tanto no hay que fomentarla en el niño correspondiente, pero sí de la mujer, y por lo tanto hay que obligar a la niña antecedente a desarrollarla, aunque vaya contra su predisposición natural. Si el machismo existe hasta en la genética, no deberían extrañarnos las actitudes machistas en campos de mayor sofisticación, vetados a la mujer: si las madres y los padres pretenden modificar el carácter de la niña para que sea más afectiva (que para ellos es bastante más importante que otras cosas más complejas y secundarias , que no le corresponden, y por lo tanto no debe aprenderlas), ¿cómo podemos asombrarnos de que critiquen de las mujeres características más complejas, que no son intrínsecas en nadie? Si de nosotras se espera que cuidemos nuestra forma de vestir y nuestro carácter, por poner sólo dos ejemplos, a ellos les preocupará más eso que lo que pensemos, o las decisiones que tomemos, tanto en general como en cualquier ámbito en particular. Todo esto no está impreso en ningún gen, ni de la niña ni del niño, sino que se aprende, siempre que sea dentro de los límites tolerables establecidos. Según estos límites, la primera no debe aprender todo esto, y se debe modificar lo que sea tolerable en ella, aunque para ello tengan que modificar hasta su genética.