Después de pasarse el verano lanzando mensajes apocalípticos de todo tipo que van desde la quiebra de la Seguridad Social, la destrucción de la familia o el secuestro de la democracia por parte de lobbys tan poderosos como para socavar la influencia milenaria y millonaria de la Iglesia, pero no lo suficiente al parecer como para acabar, en cambio, con las discriminaciones que les afectan, el obispo de Mondoñedo, ha dicho al fin una cosa que es cierta: que la sociedad se ha secularizado y que el mensaje de la Iglesia ha perdido su capacidad de influencia social. Por fin alguien lo dice, porque con la iglesia pasa lo que con el traje del emperador, que nadie se atreve a decir que está desnudo. De manera que sigue funcionando “como si”, como si representara a alguien, como si sus mensajes tuvieran influencia, como si mantuviera su capacidad de influencia e interlocución política. Claro que el obispo abomina de esta situación y le echa la culpa a los medios de comunicación (querrá decir, supongo, los medios de comunicación que no son suyos), pero el diagnóstico en sí es acertado. Conociendo como funciona la Iglesia, habrá que esperar 500 años a que admita que tiene buena parte de culpa en su declive. Y puede que para entonces sea demasiado tarde y se hayan convertido en una organización residual.