El gobierno Zapatero ha puesto en marcha una serie de medidas de las llamadas “sociales” que se presentarán en otoño y que han puesto en pie de guerra a la Jerarquía de la Iglesia católica que, según muchos, se dispone a hacer de altavoz de la derecha política en estas cuestiones. Nosotros no lo creemos. Creemos, por el contrario, que la derecha tratará de sacar tajada de las feroces críticas que la Iglesia y otros sectores confesionales harán al gobierno, pero que no se implicará a fondo en el debate. En nuestra opinión, la derecha preferiría que este debate pasese lo más desapercibido posible y mostrará un perfil bajo y moderado. El Partido Popular ha pasado de negarse a discutir siquiera una ley de parejas en las legislaturas de Aznar a presentar una avanzada ley de parejas y a decir en el Parlamento (yo estaba allí) que siempre han estado a favor de nuestros derechos: de los derechos de lesbianas, gays y transxuales. El Partido Popular sabe de sobra que en estas cuestiones de los derechos civiles es la izquierda la impulsora de su regulación, pero es toda la sociedad la que da su aprobación. Únicamente una pequeña parte de la sociedad, vinculada confesionalmente a la Iglesia Católica, se opone radicalmente a la aprobación de estas medidas y, en todo caso, lo cierto es que, aunque naturalmente algunas medidas son más controvertidas que otras, en poco tiempo son asumidas socialmente y utilizadas por toda la ciudadanía en su vida cotidiana. El Partido Popular se limita, cuando gobierna, a mantener un pacto con la Iglesia en el que el acuerdo tácito que subyace es que no se avanzará en la aprobación de ninguna de las medidas a las que se opone El Vaticano, aunque tampoco se retrocederá. A cambio, se facilitirá a la iglesia el uso de los medios del estado para hacer proselitismo: clases de religión obligatoria, presencia en los medios etc. y desde luego ingentes cantidades de dinero. No se avanzará, aunque exista una demanda real, pero no se retrocederá tampoco, porque retroceder es imposible.
En las sociedades occidentales la democratización social ha ido acompañada, en los últimos años de una auténtica democratización del individuo, no sólo del individuo como conciencia, también del cuerpo como entidad física. Simplemente, lo que ha ocurrido es que la autodeterminación personal se ha convertido en la sociedad posmoderna en el factor clave de la vida social. El individuo no acepta que ninguna instancia superior a él mismo, superior y no elegida, se inmiscuya en lo que él/ella percibe como su supremo derecho: el derecho a modelar su propia historia personal. Así, el derecho a tener los hijos que se quieran o se pueda, el derecho también a gestionar cada uno como quiera su erotismo, su cuerpo incluso; el derecho a formar las familias que se quieran, a educar a los hijos como se quiera, a gestionar incluso su propia e individual espiritualidad. Ya no se acepta ninguna ideología que mantenga que un sexo es mejor que otro, una práctica sexual mejor que otra, una opción personal mejor que otra y ni siquiera el sexo biológico de nacimiento es ya un destino ineludible. El individuo modela su historia como puede modelar su cuerpo y exige que el Estado dé reconocimiento a todas las opciones. El Estado no puede entrar en las vidas de los individuos excepto para asumir que todas las opciones son válidas y que ninguna de ellas puede conllevar ningún tipo de perjuicio social. El Estado sólo debe entrar en las vidas de la ciudadanía para garantizar el supremo derecho a la igualdad. Como consecuencia de todo esto, algunas leyes como la del divorcio, la del derecho al aborto, a la libertad religiosa, despenalización de cualquier comportamiento sexual consentido entre adultos, penalización de la homofobia, desaparición de los hijos ilegítimos etc. no son en este mommento discutidas por nadie: han pasado a ser parte del patrimonio democrático y son utilizadas casi en igual medida por personas progresistas o conservadoras. Otras medidas también de carácter social han iniciado ya el camino de su total aceptación: el derecho a la eutanasia, la investigación con células madres, la clonación terapeútica, el derecho al cambio de sexo gratuito, el matrimonio entre personas del mismo sexo, ampliación de la ley del aborto o del divorcio… Cuando estas medidas lleguen al parlamento, parecerá que hay un debate encarnizado, pero no hay que alarmarse, no hay tal debate. La derecha no va a hacer sangre de estas leyes porque sabe que gozan de aprobación social, que esta aprobación va a ir a más y no a menos y por ello dejará que sea la Iglesia casi en exclusiva quien intente caldear el ambiente.
La derecha no quiere parecer reaccionaria -y menos ahora- y, por otra parte, sabe que estas medidas son como las otras, es decir, que, pasado un tiempo veremos a gays y lesbianas del Partido Popular casarse si no en el Escorial, sí en cualquier otra catedral laica, pero a lo grande, en todo caso. Y, no nos engañemos, los derechos individuales están garantizados y la oposición de la derecha es mínima, porque son el máximo exponente del triunfo absoluto del liberalismo. Yo hago conmigo lo que quiero, mi cuerpo es mío. Por eso, aunque los derechos individuales son liberadores y democráticos y debemos profundizar en ellos, desde una óptica de izquierdas no debemos convertirlos en el totem de la democracia y mucho menos de la política. Sin derechos sociales, los derechos individuales se convierten en derechos vacíos. Puede que llegue el día en que creamos ser más dueños de nosotros mismos que nunca, cuando nos hayamos liberado de las narrativas religiosas o supersticiosas, cuando el supremo derecho del individuo a sí mismo sea indiscutido, pero puede que entonces no nos demos cuenta de que, en realidad, esos derechos se han privatizado y son, por tanto, patrimonio de unos pocos, de los que pueden pagarlos, mientras que la inmensa mayoría a quien pertenezcamos verdaderamente sea a los bancos y a las grandes corporaciones económicas.
En todo caso, al abordar este debate hay que recordar en todo momento que la Iglesia no se opone más al matrimonio entre personas del mismo sexo de lo que se opone al uso del preservativo inlcluso cuando hay riesgo de contraer el SIDA. Lo que ocurre, es que sus diatribas en contra del preservativo, de cualquier tipo de anticonceptivo, del divorcio, del sexo no procreativo en general o del sexo fuera del ámbito matrimonial caen en saco roto, la gente no lo escucha. Las críticas al matrimonio homosexual, al ser la homofobia algo casi constitutivo de la cultura occidental, y al tratarse de un derecho cuyos beneficiarios teóricos son sólo una pequeña parte de la población, son más susceptibles de ser escuchadas y compartidas por la población general. Pero eso sólo será durante un breve lapso de tiempo. La normalización homosexual es un hecho, cuestión de poco tiempo. En realidad a lo que la iglesia se opone es a que los ciudadanos y ciudadanas sean libres y dueños de sí mismos; la iglesia se opone a una sociedad democrática en la que se elija no sólo a quien debe gobernarnos y cómo, sino en la que cada uno pueda gobernarse a sí mismo. Es a eso a lo que la iglesia se opone; y lo hace porque la Iglesia tal como está organizada no podrá soportar un siglo más la avalancha del estilo de vida democrático. La Iglesia es una institución que no ha cambiado en milenios y que necesita, para sobrevivir, súbditos obedientes. Está basada en la obedicencia no razonada pero ésta, en el siglo XXI, ya no es asumida por la población. La efectividad del mensaje de la Iglesia está desapareciendo, entre otras cosas porque sus castigos no son efectivos, la noción de pecado ha desaparecido de la vida cotidiana del ciudadano/a medio europeo. Lo que la ciudadanía ha hecho, en lugar de pasar a considerarse atea o agnóstica es fabricar cada uno/a un dios a su medida.
De manera que según la última encuesta mundial de valores, la mayoría de los españoles dicen creer en Dios, pero la mayoría, al mismo tiempo, no cree en el pecado, el 20% de los que se declaran católicos creen en la reencarnación y casi el 40% no creen en que exista otra vida. La mayoría de los jóvenes católicos no cree en el cielo y la inmensa mayoría de los católicos europeos no creen en el infierno. Si el infierno no existe en otra vida de cuya existencia, además, existen serias dudas, lo que es seguro es que sí existe en esta, y a tratar de evitarlo, de tenerlo lo más lejos posible, dedican sus esfuerzos los seres humanos. Pero la Iglesia se ha quedado estancada en una prédica, fundamentalmente de contenido moral, que en la mayoría de las ocasiones, de ser cumplida a piés juntillas lo que hace es acercar a los cómodos y habituados al bienestar ciudadanos occidentales al infierno en la tierra. Por eso el mensaje de la Iglesia ya no es efectivo.
En cuanto a la adopción, este es un debate que se mueve en el absurdo. Cuando la homosexualidad era un pecado y el pecado era algo que marcaba con el estigma y que denotaba la perversidad de una persona, la posibilidad de que educara a niños era, simplemente, una imposibilidad lógica. Cuando la homosexualidad pasó de ser un pecado a ser una enfermedad, una enfermedad social, además, de la que podía hacerse proselitismo, como por ejemplo ocurre con las drogas, la posibilidad de que los homosexuales tuvieran niños a su cargo repugnaba también al sentido común. Pero en este momento, la homosexualidad es considerada por todas las instancias, incluidas las conservadoras, como una orientación del deseo sexual humano más. Han desaparecido todas las leyes o normas que lo penalizaban, han desaparecido o están desapareciendo los estigmas; es más, se trabaja desde el Estado para favorecer el conocimiento de que es una orientación sexual como cualquier otra, se penaliza la homofobia y se toman medidas de acción positiva para favorecer la igualdad. Nadie niega que una lesbiana o un gay son personas normales. Por eso tenemos políticos gays (no lesbianas, cuya problemática es completamente distinta y tiene más que ver con el hecho de ser mujeres que con el de ser homosexuales), ministros gays, jefes de partido gays, militares gays, policías gays… pronto tendremos presidentes de Estado gays y nadie duda de su competencia para llevar adelante esas misiones que sólo se confían, desde la lógica democrática, a personas especialmente competentes o preparadas (que sea así de verdad o no es otro asunto) Desde la más pura lógica, ¿tiene sentido confiar un país, una economía, un ejército, los destinos de los ciudadanos a un gay y decir al mismo tiempo que no puede educar a un niño o a una niña? Tal aseveración no puede razonarse más que desde el prejuicio y la sinrazón, y por eso está destinada a ser derrotada. En las próximas décadas veremos a que algún país europeo elegirá como presidente a un gay. En Alemania, por ejemplo, eso puede ocurrir pronto. ¿Desde qué lógica se puede mantener que uno puede regir los destinos de un país y no puede tener a un niño bajo su cuidado? Simplemente desde la lógica del prejuicio. Ya no nos hace falta a los activistas nombrar los estudios que demuestran que los niños crecen bien en las familias homoparentales, no nos hace falta esforzarnos para demostrar que la homosexualidad es tan natural como le heterosexualidad, eso la ciudadanía ya lo sabe y lo acepta. Las justificaciones han desparecido porque ya no son necesarias, simplemente dejamos que la realidad se imponga y trabajamos con los partidos para apresurar las reformas legales necesarias. Todas las supuestas razones que se esgrimen para oponerse a la adopción, no resisten un análisis serio.
La Iglesia católica corre el riesgo de convertirse en una organización residual. Es posible que mueva masas de jóvenes en los viajes del Papa, pero esos mismos jóvenes tienen relaciones sexuales sin casarse y utilizan anticonceptivos, se casarán, se divorciarán y harán lo que consideren necesario para ser felices. El Papa se ha convertido en un fenómeno de masas posmoderno, alejado de la espiritualidad o de la religiosidad, el Papa tiene fans, está de moda. La iglesia, que acusa a lesbianas y gays de tener a nuestro servicio un lobby poderoso, es ella misma tan poderosa que ha conseguido que la gente no la juzgue con el mismo rasero con el que se juzga a otras personas u organizaciones. Gracias a su impresionante (este sí) lobby mediático, económico, político y cultural, la Iglesia ha conseguido que sus actuaciones sean silenciadas o atemperadas, que nadie se atreva a decir la verdad. Con la Iglesia pasa como con el emperador del cuento, que nadie se atreve a decir que va desnudo. Nadie se atreve todavía a decir bien alto que la Iglesia se ha convertido en una organización que resulta enormemente atractiva para los pederastas, entre otras cosas porque, probado el delito, los protege y los esconde de las autoridades. Si los miembros de cualquier otra organización hubieran sido condenados por pederastia sólo una mínima parte de las veces que lo ha sido el clero católico, no se les dejaría acercarse a los niños en ningún lugar del mundo. Y sin embargo, la Iglesia es una multinacional de la enseñanza. Si se descubriera que un profesor gay ha abusado de un sólo alumno, un sólo profesor de un sólo alumno, en cualquier país del mundo, mañana mismo los títulares de los periódicos clamarían contra la presencia de gays en la enseñanza. El clero católico ha sido acusado de pederastia, de violación de monjas y mujeres en los países a donde se supone que van a combatir la miseria, de desviar fondos para fines dudosos, de delitos económicos de todo tipo. La Iglesia es la organización que condenó y persiguió, sin que le temblara el pulso ni la caridad, a una niña de nueve años que había sido violada y que quedó embarazada; montó una campaña para pretender que la niña abortara, aun cuando su vida peligraba con el embarazo, excomulgó a los padres de la niña y a los sanitarios que la ayudaron, pero no dijo nada del violador. Y ese comportamiento no supuso que una ciudadanía indignada se lanzara a las misas a tirar huevos, por ejemplo. La Iglesia es quizá la única organización que en Europa se opone de manera activa a la igualdad entre hombres y mujeres, y la única que razona ideológicamente esta desigualdad, sin que eso suponga que se le echen encima los medios de comunicación, ni las mujeres que aun son mayoría en la asistencia a las ceremonias eclesiásticas. La iglesia goza de un poder mediático como ninguna otra organización en el mundo, sólo eso puede explicar que, teniendo en cuenta sus desmanes, sus antidemocráticos y antidiluvianos planteamientos, goce de casi absoluta impunidad en sus comportamientos, en muchas ocasiones, probadamente delictivos.
La Iglesia católica tendría un papel que jugar en este mundo en el que la pobreza es el mayor problema, la mayor injusticia, la verdadera amenaza de la convivencia, si volviera a sus orígenes: a Jesús de Nazaret. Curiosamente te, Jesús no dijo nada sobre sexualidad, era ese un asunto al que no le daba mayor importancia. Tampoco dijo nada de ninguna familia “natural”; de hecho él no reconoció más familia que la escogida en función de las afinidades ideológicas. Cualquiera que lea los Evangelios comprobará sorprendido que sólo con una cosa se mostró Jesús intransigente e intolerante, sólo una cosa despertaba su ira, sólo una cosa le convertía en un activista violento: los ricos, la acumulación de riqueza en pocas manos. Leyendo pues los Evangelios es legítimo pensar ¿cómo ha llegado la Iglesia a convertirse en esa organización obsesionada con la sexualidad y tolerante, e incluso garante, del poder económico y de la injusticia social? Esa Iglesia social podría tener un papel en esta sociedad, la otra no nos preocupa, está condenada a convertirse en una organización residual en poco tiempo.
Publciado en: Iniciativa Socialista