Articulo publicado en Diagonal en Febrero 2011
Lee la segunda parte: 34diagonal141
Articulo publicado en Diagonal en Febrero 2011
Lee la segunda parte: 34diagonal141
Monique Wittig afirmó, de manera provocativa, que las lesbianas no tenían vagina. Muchas lesbianas afirmaron que no eran mujeres, aún ahora muchas lesbianas sentimos que no tenemos sitio en esa categoría política: “mujer”. De manera creciente, tengo la sensación de que “mujer” y “lesbiana” se excluyen, se alejan. Teniendo siempre presente que si no se garantizan los derechos de las mujeres las lesbianas no podemos siquiera existir, muchas hemos llegado también a la conclusión de que los derechos de las mujeres no garantizan la posibilidad de existencia de las lesbianas y, más aún, que muchas mujeres que se llaman a sí mismas feministas colaboran en el mantenimiento de esa exclusión. La exclusión se produce mediante una estructura social represiva e injusta que conocemos como el armario.
España se ha convertido en los últimos 10 años en un ejemplo mundial de sociedad concienciada y en lucha contra la violencia de género y por los derechos de las personas lgtb [1]. No sólo por la cantidad de leyes e iniciativas de todo rango que se han ido aprobando en este sentido desde hace ya tiempo [2] sino también, o quizá como consecuencia de lo anterior, porque muchas de estas normas son producto de una intensa movilización de la sociedad civil. Basta mirar las cifras de aceptación con que contaba la ley de matrimonio homosexual en el momento de su aprobación [3] o la repulsa que se produce cada vez que hay un asesinato o una agresión machista. El rechazo social que la violencia machista suscita es, en la sociedad española, casi unánime y tanto la derecha como la izquierda compiten en demostrar que son más eficientes en la lucha contra la misma. Asimismo, los medios de comunicación se han convertido también en un arma imprescindible que no deja pasar un sólo caso de violencia sin denunciarlo. La sociedad civil organizada (sindicatos, asociaciones, ONG’s…) está en su conjunto sensibilizada y se manifiesta activamente dispuesta a luchar por erradicar la violencia contra las mujeres. España se ha convertido en muchos sentidos en un laboratorio perfecto para estudiar la puesta en marcha o la eficacia de las medidas que se han ido tomando, algunas verdaderamente novedosas, en lo que se refiere a la violencia de género.
Se ha dado la coincidencia de que últimamente he tenido ocasión de leer el llamado de algunas feministas a que surja una tercera ola de feminismo. Supongo que esos llamamientos tendrán que ver con la sensación de estancamiento que parece vivirse en el feminismo, con la sensación de que no estamos avanzando lo suficiente y que incluso en algunas cuestiones estamos retrocediendo. Predomina un cierto espíritu de frustración. Me preocupa que feministas informadas no sepan que esa tercera ola ya llegó (y quizá pasó); y me preocupa porque, precisamente esa es una de las quejas más repetidas del feminismo desde siempre: que los hombres, los académicos, los intelectuales, no se molestan en polemizar con el feminismo, que las aportaciones de éste no pasan a engrosar el canon, que sus trabajos pasan desapercibidos y que sólo son leídos y comentados por otras feministas.
Siempre me ha sorprendido la falta de debate que en España se observa alrededor del trabajo doméstico. La falta de reivindicación sobre la condición laboral de las trabajadoras domésticas, por una parte (aunque se va avanzando gracias a los sindicatos y a que algunas feministas han llamado la atención sobre el tema), pero sobre todo me sorprende la falta de debate ideológico sobre la consideración ética del trabajo doméstico, debate que sí se ha dado en otros países como Suecia o Estados Unidos [tomo como base de este artículo el aparecido en la revista Sings (Signs. Journal of women in culture and Society. Volume 35, number 1, Autumn 2009 pp 157-184), de John R. Bowman y Alyson M. Cole, “Do working mothers Oppress Other Women? The Swedish ‘Maid Debate” and the welfare State politics of gender Equality’. Todas las citas son de este artículo]. El debate que quiero plantear aquí, es el que debe responder a estas preguntas: ¿deben las mujeres contratar a otras mujeres para limpiar sus casas? ¿Es feminista? ¿Es socialmente ético? ¿Es de izquierdas?
Sólo algunas feministas están dando la batalla o se han manifestado en contra de la regulación de los llamados vientres de alquiler que es la manera eufemística de referirnos a la compra/venta de un niño en cuanto nace. Pero sea del niño, del óvulo, o de cualquier otro órgano la cuestión va mucho más allá del caso concreto de los vientres de alquiler y es más compleja de lo que puede parecer a veces. Se trata de cómo nos posicionamos como sociedad respecto de la compra/venta de partes del cuerpo. Algunos economistas neoliberales defienden que el mercado es, en todo caso y para todas las cuestiones, el mejor regulador social y que nunca se equivoca, si hay demanda tiene que haber oferta y ambas partes se benefician de la transacción. Pero muchas personas nos oponemos a esa visión.
El matrimonio entre personas del mismo sexo ha sido la conquista legal más visible del Movimiento Homosexual en España; una conquista que ha tenido importantes repercusiones en el resto del mundo. Especialmente en América Latina, la consecución de dicha ley en España significó que una parte del movimiento cambiara su principal reivindicación de leyes de uniones de parejas a una ley de matrimonio. La realidad es que lo conseguido en España ha tenido allí un importante reflejo, no sólo por nuestros evidentes vínculos históricos y culturales; el hecho de que España sea también un país del sur (geográfica y políticamente en la Unión Europea) y católico, ha hecho pensar a los y las activistas de América Latina que un cambio legislativo de esta naturaleza quizá no fuera tan imposible como se venía pensando.
Las compañeras de “Flor del guanto” me piden que escriba un artículo y acepto, pero enseguida me arrepiento. Me arrepiento cuando me siento delante del ordenador y pienso ¿qué les cuento? Porque me doy cuenta de que no puedo trasladar la experiencia de una lesbiana feminista española a las compañeras ecuatorianas. Me parece estar escribiendo desde otro planeta. A menudo se nos acusa a las feministas del primer mundo de escribir desde una determinada concepción del mundo: una concepción blanca, de clase media… Quienes hacen esas críticas tienen razón… a medias. Es cierto que nuestra visión del mundo es desde ahí, pero es que ese es el mundo que conocemos. Son las mujeres no blancas, que no provienen de la clase media, ni de países desarrollados las que tienen que incorporar sus experiencias al acerbo común. Por eso ahora me siento impotente. Vivo en una sociedad en la que el problema de la raza no existe (aún). La sociedad española es homogénea porque no hemos recibido migrantes hasta hace muy poco. De hecho, somos una sociedad tradicionalmente de emigrantes.
En este momento parece evidente ya que habrá una nueva Ley de Aborto. Habrá que esperar a ver qué tipo de ley es. Esperamos y deseamos que sea mejor que la que tenemos y, en tanto sea mejor, apoyaremos su aprobación y la defenderemos de los ataques de los antiabortistas, así como de la necedad del Partido Popular cuando continúa diciendo que no es algo que le importe a la sociedad, cuando según las últimas cifras dadas a conocer el día 2 de diciembre de 2008 el número de abortos no deja de crecer. Es evidente, por tanto, que existe esa necesidad, en primer lugar, y en segundo lugar que es importantísimo que estemos seguras de que esos abortos se hacen en buenas condiciones de seguridad para las mujeres, tanto legal como sanitaria.
Aun siendo republicana de corazón nunca he sido especialmente beligerante contra esta monarquía parlamentaria que nos fue impuesta pero que tuvo la agilidad necesaria para transformarse hasta convertirse en una institución política poco molesta. Por supuesto que es una institución anacrónica, no democrática y básicamente injusta pero, bueno, puede llegar a ser práctica. Representar y no molestar, podría ser la frase que definiera el papel de la monarquía parlamentaria. No esta mal eso de tener un jefe de estado que no opina de nada, imparcial, que no tiene pasado político y al que, por tanto, no se le tiene especial manía. Así funciona esto…o funcionaba.