Aun siendo republicana de corazón nunca he sido especialmente beligerante contra esta monarquía parlamentaria que nos fue impuesta pero que tuvo la agilidad necesaria para transformarse hasta convertirse en una institución política poco molesta. Por supuesto que es una institución anacrónica, no democrática y básicamente injusta pero, bueno, puede llegar a ser práctica. Representar y no molestar, podría ser la frase que definiera el papel de la monarquía parlamentaria. No esta mal eso de tener un jefe de estado que no opina de nada, imparcial, que no tiene pasado político y al que, por tanto, no se le tiene especial manía. Así funciona esto…o funcionaba.
Pero cuando el supuesto jefe de estado (eso incluye a la reina como parte de la institución) comienza a hacer declaraciones políticas entonces eso conduce inevitablemente a la siguiente pregunta: ¿quién la ha elegido? ¿a quien representa? Derecho a tener sus opiniones por supuesto que lo tiene, faltaría más; derecho a expresarlas públicamente mientras sea parte de la jefatura del estado y no la haya elegido nadie, no. Con esas opiniones, la reina se ha situado claramente enfrente de los combates, de los afanes, de muchas personas por lo que consideramos la lucha por un mundo más justo, una sociedad mejor. Si la reina quiere opinar, que deje de ser reina y opine como una ciudadana cualquiera. Con mis impuestos, con los impuestos de toda la ciudadanía estamos sufragando una institución a la que tenemos todo el derecho de exigir que cumpla escrupulosamente con sus funciones. Si con su actitud o sus palabras una persona que forma parte de la jefatura del estado se define contraria a todo lo que yo defiendo, a todo lo que opino, a todo aquello en lo que creo, entonces, lógicamente, quiero tener la posibilidad de elegirla para ocupar ese puesto y de revocarla si no quiero que lo ocupe más. Esto me parece que no tiene discusión. Todavía hay otro aspecto de la cuestión. La propia reina lo dice en sus declaraciones a Pilar Urbano, aunque no se le ocurre aplicárselo a ella misma: “si comienzan con chistes y comentarios…entonces ¡ancha es Castilla!” Pues sí, ancha es Castilla, efectivamente. Por eso, al opinar públicamente de temas que, en ningún caso la competen, la reina se expone a que los demás opinemos sobre dichas opiniones y sobre quien las ha emitido. Desde siempre recuerdo que se decía que la reina era una mujer sensible y culta. Con sus declaraciones la reina demuestra que de culta tiene poco. Puede que le guste Hendel y que le den mucha pena los pobres, pero anda perdida en el siglo XIX en cuanto se refiere al conocimiento y a los derechos sociales.
No deja de ser lógico, ya que ella misma es producto de una institución absurdamente anacrónica y opuesta, por principio, a cualquier avance social. Visto lo visto, a la reina le recomiendo que lea al menos los periódicos, ya que parece que libros no lee muchos. No se ha enterado la reina de la existencia de un tal Darwin, ni de la lucha de las mujeres por ser dueñas de sus cuerpos y de sus destinos, ni de que el Parlamento ha aprobado una ley de matrimonio entre personas del mismo sexo. ¿Que no se llame matrimonio? Pues mire, así se llama por decisión del Parlamento, el órgano que puede tomarla; ¿Qué le molesta nuestra manifestación? Pues no sufra, no vamos a invitarla. A mi tampoco me gustan sus carrozas, ni sus coronas, ni sus trajes de ceremonia. Todo eso es absurdo, caro y está pasado de moda. ¿Para cuándo un auténtico debate público sobre la república?
Publicado en: El Mundo 2 de octubre de 2008