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Ser lesbiana tiene más que ver con ser mujer que con ser homosexual

DONOSTIA. «En todas las culturas, el lesbianismo se utilizaba para designar a las mujeres que eran libres». Ese es el hilo conductor de la nueva publicación de Beatriz Gimeno. A la hora de escribir este libro, ha repasado la actitud con
la que distintas culturas han acogido la homosexualidad femenina. ¿Con qué se ha encontrado? En todas las culturas, el lesbianismo no ha ido unido necesariamente a prácticas sexuales. La palabra lesbiana siempre se ha utilizado para mujeres que se salían del rol que la sociedad establecía para ellas, tuvieran relaciones con otras mujeres o no.

Leer entrada completa: http://www.siis.net/documentos/hemeroteca/64242.pdf

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La iglesia y la nueva ciudadanía

 

El gobierno Zapatero ha puesto en marcha una serie de medidas de las llamadas “sociales” que se presentarán en otoño y que han puesto en pie de guerra a la Jerarquía de la Iglesia católica que, según muchos, se dispone a hacer de altavoz de la derecha política en estas cuestiones. Nosotros no lo creemos. Creemos, por el contrario, que la derecha tratará de sacar tajada de las feroces críticas que la Iglesia y otros sectores confesionales harán al gobierno, pero que no se implicará a fondo en el debate. En nuestra opinión, la derecha preferiría que este debate pasese lo más desapercibido posible y mostrará un perfil bajo y moderado. El Partido Popular ha pasado de negarse a discutir siquiera una ley de parejas en las legislaturas de Aznar a presentar una avanzada ley de parejas y a decir en el Parlamento (yo estaba allí) que siempre han estado a favor de nuestros derechos: de los derechos de lesbianas, gays y transxuales.  El Partido Popular sabe de sobra que en estas cuestiones de los derechos civiles es la izquierda la impulsora de su regulación, pero es toda la sociedad la que da su aprobación.

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La igualdad necesaria

 

La lucha del movimiento gay-lésbico en España tiene dos momentos claves: la despenalización de la homosexualidad, cuando exigíamos el derecho a ser como somos, a existir simplemente, y un segundo momento: la lucha por la igualdad. No por el matrimonio, no por el matrimonio y adopción, no por las pensiones o las herencias, sino por la igualdad, que es como decir por la dignidad. No hemos estado trabajando 25 años por conseguir, poco a poco, en un goteo insoportable, una serie de derechos que a los demás ciudadanos se les suponen por el hecho de que su orientación sexual y afectiva es diferente a la nuestra. Hemos estado luchando, desde la despenalización de la homosexualidad, porque se nos considere iguales, por acceder a la plena ciudadanía, y esto lo representaba, en este momento concreto, el derecho al matrimonio, puesto que ésta es la única limitación legal que  nos queda para poder considerar que sí, que ante la ley, todos los españoles y españolas somos iguales. 

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La iglesia y la ciudadanía

Después de pasarse el verano lanzando mensajes apocalípticos de todo tipo que van desde la quiebra de la Seguridad Social, la destrucción de la familia o el secuestro de la democracia por parte de lobbys tan poderosos como para socavar la influencia milenaria y millonaria de la Iglesia, pero no lo suficiente al parecer como para acabar, en cambio, con las discriminaciones que les afectan, el obispo de Mondoñedo, ha dicho al fin una cosa que es cierta: que la sociedad se ha secularizado y que el mensaje de la Iglesia ha perdido su capacidad de influencia social. Por fin alguien lo dice, porque con la iglesia pasa lo que con el traje del emperador, que nadie se atreve a decir que está desnudo. De manera que sigue funcionando “como si”, como si representara a alguien, como si sus mensajes tuvieran influencia, como si mantuviera su capacidad de influencia e interlocución política. Claro que el obispo abomina de esta situación y le echa la culpa a los medios de comunicación (querrá decir, supongo, los medios de comunicación que no son suyos), pero el diagnóstico en sí es acertado. Conociendo como funciona la Iglesia, habrá que esperar 500 años a que admita que tiene buena parte de culpa en su declive. Y puede que para entonces sea demasiado tarde y se hayan convertido en una organización residual.

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Adopción homo, situar el debate donde se debe

Los políticos conservadores, y algunas algunas otras personas con mejor voluntad pero absolutamente desinformadas, se empeñan en situar el debate sobre la adopción por parte de parejas gays y lesbianas en un punto equivocado. En un lugar hipotético y casi virgen desde el que poder expresar opiniones a favor y en contra. Nosotros hace tiempo que venimos diciendo que el debate no debe partir de ahí porque es irreal y falsea la realidad.

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Las lesbianas y el holocausto

En los últimos años, y de forma paralela a la consecución de derechos por parte de la comunidad gay, se ha producido un esfuerzo por recuperar la memoria de la persecución nazi sobre los homosexuales. Paradójicamente este recordatorio, necesario y justo, ha contribuido a perpetuar la invisibilidad de las lesbianas.

Históricamente, la presunción de heterosexualidad sobre las mujeres, y la persecución y control sobre su sexualidad han sido tan fuertes, que las acciones explícitas sobre aquellas que disienten, pueden no ser tan siquiera necesarias. En 1935 el ministro de Justicia se negó a incluir a las lesbianas en la ley que penalizaba la homosexualidad masculina. Esencialmente arguyó que las lesbianas eran muy difíciles de detectar. En realidad eso no tenía importancia porque las que eran muy fáciles de detectar eran las mujeres. Los nazis creían más en el poder de la intimidación que en el de la legislación. Los lugares de reunión de lesbianas fueron cerrados y ellas obligadas a parecerse al ideal de feminidad nazi. El camuflaje se hizo necesario para la supervivencia. Después de 1933 muchas lesbianas se casaron para evitar la presión social sobre las mujeres solteras. Pero ser mujer era peligroso en el régimen nazi.

Cualquier mujer podía ser detenida y encarcelada por casi cualquier cosa. como ocurre todavía, cualquier mujer independiente puede ser tachada de lesbiana. Lo peligroso no eran las lesbianas, sino las mujeres, el sexo de las mujeres, la independencia de las mujeres. Cualquier marido podía denunciar a su mujer por lesbiana, por prostituta, por no cumplir con sus deberes de buena alemana. Cualquier mujer no casada, cualquiera que no tuviera hijos, cualquiera que fuera promiscua o lo pareciera, era sospechosa, sino culpable. El crimen era ser mujer en una sociedad misógina, ser lesbiana un agravante,  una circunstancia más. Las mujeres, las lesbianas, eran identificadas en los campos de concentración con el triángulo negro de las “asociales”, el color que los nazis adjudicaban a los socialmente desajustados, y dentro de esta categoría entraba cualquier mujer que desafiara las normas. Su crimen era su propia existencia. Su crimen no era un crimen identificable como el de los gays.

Poco después de que se decidiera erigir en Berlín un monumento a los homosexuales víctimas del nazismo, las disensiones se hicieron patentes en la comunidad gay. Lo que se discutía era si las lesbianas debían ser incluidas como víctimas. Mientras algunos hacían notar que las leyes contra la homosexualidad fueron empleadas específicamente sólo contra los gays, las mujeres enfatizaban que las lesbianas habían vivido en el terror.

El problema es que las lesbianas a veces vienen a subvertir lo que la mayoría de la gente entiende por homosexualidad. Por decirlo simplemente, no todos los homosexuales son hombres y esto no siempre es bien comprendido. Por ejemplo, en el Museo del Holocausto que hay en los EE.UU, las lesbianas no existen más que en relación a los gays . En la Enciclopedia que allí se puede consultar, la palabra “lesbiana” remite invariablemente a la palabra gay. El triángulo rosa y el párrafo 175 de la ley antihomosexualidad de Alemania aparece en la pantalla, asumiendo que el triángulo y la ley hacían referencia a las lesbianas.

Los historiadores también se han negado a comprender la realidad de las lesbianas en los campos y, muy a menudo, explican las relaciones lésbicas que allí se desarrollaban como provocadas por la falta de hombres: “como en muchas prisiones, en los campos de concentración mujeres que en cualquier otra situación hubieran aborrecido el lesbianismo, podían aquí gradualmente deslizarse hacia una aceptación de dichas prácticas”. Esta explicación es tan corriente que las mismas lesbianas han acabado por creerla. Annalise W. Es una superviviente del campo para mujeres de Ravenbruck que escribe “…había muchas lesbianas allí, pero no sé si éramos antes así o fue el hecho de estar allí encerradas lo que nos hizo así”.

Si entendiéramos la heterosexualidad como resultado de la vivencia de una situación desesperada, nuestro recuerdo de Ana Frank se vería considerablemente alterado. Después de todo ella escribió en su diario que, antes de vivir encerrada, se sentía activamente atraída por las chicas. Esta parte del diario ha sido convenientemente ignorada, pero conviene recordarla en toda su extensión.

“Ya había tenido ese tipo de sentimientos inconscientes antes de estar aquí porque recuerdo que, una vez, mientras dormía con una amiga, sentí un fuerte deseo de besarla y lo hice. Me sentía terriblemente curiosa con respecto a su cuerpo. Pero ella lo mantenía siempre oculto y escondido para mí. Le pedí que, como prueba de amistad, nos tocáramos una a otra el pecho. Ella se negó. Entro en éxtasis cada vez que veo a una mujer desnuda, como a Venus por ejemplo. Me parece tan maravilloso y tan exquisito que tengo dificultad para controlar las lágrimas. ¡Ojalá tuviera una novia!»

No había una novia para Ana en su escondite. En cambio estaba su mejor amigo y pronto adorado Peter Van Daan. El día después de escribir lo anteriormente expuesto, Ana confesaba: “mi necesidad de hablar con alguien ha llegado a ser tan intensa que de alguna manera me he convencido de que he elegido a Peter”, la elección de esta compañía la repelía al principio: “cuando estoy en la cama y pienso en la situación, la encuentro lejos de ser estimulante, y la idea de tener que rogar a Peter, me parece simplemente repelente”.

No obstante todo lo anterior, la relación de Ana Frank con Peter nunca ha sido minimizada por ser considerada propia de una adolescente o causada por las circunstancias o por la falta de compañía femenina. Ana Frank vivió y murió en un mundo similar al nuestro, un mundo que presume que ella era (y debía ser) heterosexual.

Este artículo está basado en uno de Amy Elman “Lesbians and the Holocaust”

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Ahora sí

El día del discurso de investidura, casi al final, mientras Zapatero hablaba, me llamó un compañero de Valencia: “¿Lo has oído?”, “Si, lo acabo de oir”. Después se me acumularon los mensajes y las llamadas. Yo misma llamé a varias personas de mi organización y a varios amigos. “¿Lo has oido?”… “Ha llegado también el momento de poner fin a las intolerables discriminaciones que aun padecen muchos españoles por razón de su preferencia sexual. Homosexuales y transexuales merecen la misma consideración que los heterosexuales y tienen derecho a vivir libremente la vida que han elegido. Modificaremos el Código Civil para reconocerles, en pie de igualdad, su derecho al matrimonio.” Por primera vez, el derecho a nuestra igualdad se nombraba como un asunto de gobierno; ahí estaba.

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El proceso de reivindicación de los derechos de lesbianas, gays y bisexuales en España.

 

Hemos conseguido en España algo que hasta hace apenas tres años era un sueño que parecía inalcanzable, algo que todavía lo es para gran las personas lgtb de gran parte del mundo: la igualdad legal, el derecho al matrimonio, que el estado no haga ninguna distinción entre sus ciudadanos por razón de su orientación sexual o de su identidad de género. Algo que nos hace a todos un poco más libres, algo que muchos países llevan décadas luchando por conseguir.  Como Presidenta de la principal organización lgtb de este país, me siento muy orgullosa de haber dirigido al Movimiento a la consecución de ese logro histórico y creo que es muy importante decir, decirnos todos, que hemos hecho un buen trabajo Es importante que se sepa que este paso no ha sido fruto de la casualidad, ni de la suerte, ni de lo buenos o listos que son los políticos. Ha sido fruto del trabajo de los y las activistas. Y esto es muy importante recalcarlo porque el mundo, la sociedad en la que vivimos, las estructuras sociales y políticas son, por su propia naturaleza, inmovilistas, por lo que la labor de los activistas de cualquier causa es empujar, trabajar para que las cosas cambien. Nuestro éxito demuestra que, si se empuja, las cosas se mueven; aunque cueste, aunque una se deje la vida en el empeño merece la pena porque si se pone el suficiente trabajo en ello, se consigue.

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¡Abajo los obedientes!

El otro día veía yo por televisión cómo “prometían” sus cargos todos los ministros del nuevo gobierno. Y lo hacían sobre una Constitución que, al parecer, afirma que este es un estado aconfesional. Eso mientras en la misma mesa un gran crucifijo y una Biblia estaban allí para demostrar que somos aconfesionales pero un poco menos.

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¿Hay alguien ahí?

A veces resulta un tanto surrealista comprobar hasta qué punto el divorcio entre lo que dice la jerarquía de la Iglesia Católica y lo que piensan los fieles se manifiesta. Resulta que expulsan a una cofrade por lesbiana y por casarse con otra mujer. Y ella no sólo se extraña, sino que otros cofrades la apoyan y se solidarizan. Yo comprendo su estupor y me alegro de que esto resulte un pequeño escándalo pero… ¿es que ninguno de ellos, ni ella tampoco, ha escuchado lo que dicen los jerarcas de gays y lesbianas? ¿Lo que han venido diciendo del matrimonio entre personas del mismo sexo? ¿No han visto/escuchado a los obispos subidos a un estrado en la Plaza de Colón clamando contra la destrucción de la familia?

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