La lucha del movimiento gay-lésbico en España tiene dos momentos claves: la despenalización de la homosexualidad, cuando exigíamos el derecho a ser como somos, a existir simplemente, y un segundo momento: la lucha por la igualdad. No por el matrimonio, no por el matrimonio y adopción, no por las pensiones o las herencias, sino por la igualdad, que es como decir por la dignidad. No hemos estado trabajando 25 años por conseguir, poco a poco, en un goteo insoportable, una serie de derechos que a los demás ciudadanos se les suponen por el hecho de que su orientación sexual y afectiva es diferente a la nuestra. Hemos estado luchando, desde la despenalización de la homosexualidad, porque se nos considere iguales, por acceder a la plena ciudadanía, y esto lo representaba, en este momento concreto, el derecho al matrimonio, puesto que ésta es la única limitación legal que nos queda para poder considerar que sí, que ante la ley, todos los españoles y españolas somos iguales. En cuanto a la tan traída y llevada adopción, ya hemos dicho que nos parece un debate falso e interesado. Los medios buscan noticias un poco más “interesantes” que el hecho de que dos personas que se quieren y tienen un proyecto de vida en común se quieran casar; eso ya no sorprende a nadie, así que ponen en primer plano el problema de la adopción que, por desconocimiento, es mucho más noticiable. Debate interesado también por parte de la Jerarquía de la Iglesia, que pone hace una reseña especial de la adopción con la intención de escandalizar a la opinión pública, a la que resulta imposible escandalizar con el asunto del matrimonio. Esta no es una ley de adopción, no habla de la adopción en ninguno de sus artículos. Adoptar ya podíamos adoptar hace muchos años, y las lesbianas podemos también acceder libre y abiertamente a la inseminación artificial. En todo caso, de lo que nosotros estamos hablando es de filiación, de la filiación de nuestros hijos e hijas; de los hijos e hijas que ya tenemos o bien de los que queremos tener y vamos a tener sin que nadie pueda impedirlo. Los gays y lesbianas no somos estériles y actualmente podemos acceder a la maternidad/paternidad por varias vías, todas legales, en contra de lo que la gente suele creer. De lo que se trata por tanto es de que nuestros hijos estén lo más protegidos posible, de que sus derechos sean respetados, de que sean tratados ante la ley como los demás niños. Y eso es lo que va a facilitar la posibilidad de que la persona que no es padre/madre biológico del niño, pero que lo es de hecho, pueda acceder a ser también padre/madre legal.
Esta es una lucha por la igualdad y por eso no nos bastan los proyectos, presentados tarde y mal, como el del Partido Popular que pretende –ahora- concedernos todos los derechos con tal de que la ley no se llame de “matrimonio”. Los que se oponen a la igualdad que demandamos ven el matrimonio como un club exclusivo en el que los indeseables no deben entrar. Pueden darnos migajas, pero no la entrada en el exclusivo club, y eso es a lo que no estamos dispuestos, porque eso nos remite a la lucha por la dignidad que, como personas que hemos sufrido durante toda nuestra vida un estigma injusto, es mucho más importante que cualquier derecho individual. La ley que nos ofrece el Partido Popular es una ley “apartheid”. Así era el odioso “apartheid”: iguales pero diferentes. Pero eso no es admisible en democracia. No hay dos clases de ciudadanos: heterosexuales y homosexuales. No hay un ellos y un nosotros, en el acceso a la ciudadanía. No admitimos ser ciudadanos de segunda para una ley de segunda. Eso es lo que ya se ha acabado. Llevamos luchando más de 25 años, algunos de nosotros toda nuestra vida, para ver por fin salir del Congreso de los Diputados una ley que nos iguale a todos, que nos convierta en ciudadanos de pleno derecho en un país democrático. Ese día deberíamos sentirnos orgullosos y contentos todos, no sólo gays y lesbianas, porque en definitiva, no se quita nada a nadie, sólo se universaliza un derecho.