Cuando era pequeña solía ir muy a menudo a Francia. Recuerdo que la diferencia entre el paisaje, urbano y rural, del país vecino, y el nuestro fue uno de mis primeros aprendizajes, porque mi padre siempre me lo hacía notar. Y eso que Euskadi, con todo y con pueblos terribles, conserva mucha belleza. Pero no había manera de escapar a la comparación cuando veías el litoral mediterráneo destrozado y el litoral francés, conservado.
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