El consentimiento es uno de los grandes asuntos del feminismo desde siempre. No en vano Alicia Puleo introduce la noción fundamental de “patriarcado de consentimiento” en donde las relaciones entre los sexos pasan de estar regidas por la coacción directa para ser supuestamente consensuadas. Pero esta noción problematizada de consentimiento va mucho más allá de la sexualidad y podemos aplicarla a multitud de relaciones contemporáneos en donde la desigualdad es un factor de partida ineludible. El capitalismo es un régimen económico en donde, mediante el contrato, los y las trabajadoras consienten en su propia explotación. El consentimiento es un instrumento jurídico, que pasa a ser social, que puede servir para legitimar la explotación y la desigualdad, pero eso no quiere decir que el consentimiento deba desaparecer porque es la expresión de la agencia. Lo que debe desaparecer es el régimen de desigualdad. Si hablamos de feminismo tenemos que especificar que nos estamos refiriendo al papel del consentimiento como concepto central en las relaciones sexuales y, concretamente, de su papel en las leyes contra las agresiones. Esta fue una de las exigencias feministas más potentes salida de las quejas contra la primera sentencia de La Manada y eso es lo que recoge la ley del Sí es sí. No es nada extraordinario, la tendencia en todos los países democráticos es poner el consentimiento en el centro de sus leyes contra la violencia sexual.
