A pesar de que no me parezco en nada a Greta Garbo (Boris insiste), no tengo ni pizca de glamour y debo vestir fatal, amen de cuidar poquísimo mi maquillaje, sí que tengo algo que puede compensar todas esas inconveniencias que hacen que mi persona lesbiana resulte tan poco interesante: leo el «Hola». Y sí, antes me daba vergüenza admitirlo, pero ahora necesito decirlo para que se me perdone todo lo anterior. Leo el «Hola» casi como si fuera Isabel Preysler, aunque ya sé que el hábito no hace al monje y ni con el «Hola» en la mesilla le llegaré yo a ese símbolo de la feminidad y del buen gusto ni a la suela de los zapatos, especialmente si los zapatos son de tacón. Leo el «Hola» y disfruto, aunque lo malo mío es que ni siquiera leyéndolo puedo convertirme en la lesbiana-mujer que debo ser y el «Hola» me genera unos pensamientos que deben ser lo contrario de tener estilo y buen gusto. No puedo evitarlo.
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