La marcha contra el aborto de Madrid me coge en Lima, en un acto a favor del aborto ante el Congreso peruano, precisamente. Cosas del mundo global. Y aquí, como allá, la misma sensación terrible de injusticia primero, pero también de tomadura de pelo política. En Madrid unos supuestos preocupados por la vida de los no nacidos, se manifiestan en contra de la reforma de una ley que lleva años funcionando sin que la derecha moviera ni una coma. La reforma que pretende el psoe en ningún caso va a hacer más fácil abortar, sino al contrario. En Perú las mujeres se manifiestan a favor del aborto cuando peligra la vida de la madre y en caso de violación.
Sabemos ya que la lucha en contra del aborto es parte de una lucha global en contra de los derechos de las mujeres y que no tiene nada que ver con esos famosos fetos que se sacan en procesión. A los que están en contra del aborto no les importa ni la vida de los no nacidos ni la vida de las mujeres, lo que les importa es que las mujeres no dispongan de sus cuerpos y de su sexualidad libremente, sin apelar a ninguna instancia que no sea ellas mismas. Eso les da miedo.
En Perú, por ejemplo, con el aborto ilegalizado y con miles de abortos al año, los lugares donde practicar abortos se anuncian en los periódicos de manera más o menos velada. “¿Retraso menstrual? Ven a solucionarlo” es uno de los reclamos típicos. Lugares situados siempre en barrios pobres en los que abortar es peligroso por falta de cualquier tipo de garantía médica (las ricas van a Miami), pero lugares bastante públicos y muy fáciles de encontrar. A pesar de eso nunca ha habido una incursión legal para cerrarlos o detener a nadie. Allí abortan las mujeres y muchas de ellas mueren o sufren complicaciones gravísimas. A los defensores de los fetos no les importan aquí ni los fetos ni las mujeres. Están tranquilos porque los fetos mueren sí, pero también mueres las mujeres y, sobre todo, la ley les da la razón: el aborto es un crimen. Con que la ley diga eso les basta.
Los que están en contra del aborto no lo están del aborto, sino de la legalización del mismo y, sobre todo, de que se proclame como un derecho. Eso es lo que les quita el sueño. Por eso nadie de los que se manifiestan en Madrid, incluida la Iglesia y Aznar, dijeron o hicieron nada mientras se podía abortar casi libremente siempre que una dijera que la posibilidad la deprimía extraordinariamente. Por eso ningún gobernante cierra esos antros en los que en Perú se aborta, porque al fin y al cabo, quien se somete aquí a un aborto puede morir.
Ahora, la reforma socialista introduce un plazo de libre decisión que es de los más cortos de Europa y no recoge que la vida de la madre estará en cualquier caso sobre la vida del feto. Es una ley que no gusta a ninguna de las defensoras del aborto, una reforma que está muy lejos de las aspiraciones históricas del movimiento feminista. Una ley con la que se podrá abortar menos. Pero sin embargo declara que el aborto es un derecho de las mujeres en las catorce primeras semanas de embarazo. Y es por ahí por donde no pasan.
Publicado en El Plural