Lima 22 de octubre de 2009. Centro cultural de España
Mi ponencia no es exactamente una ponencia. Tampoco es la presentación de mi libro, ya lo presenté ayer, y si voy a hablar de él es porque era demasiado tentador tener esta novela recién publicada y no hablar de ella en un coloquio que se llama “amores desgenerados”: Mi novela se ajusta perfectamente al tema de estas jornadas. La pega es que no me gusta hablar de mis novelas en términos de tesis, como si fueran ensayos. No lo es, es una novela y como en todas mis novelas, en realidad, el tema es secundario y me importa mucho más la forma. Pero como digo era en este caso demasiado tentador.
Amores desgenerados se llama esta jornada y verdaderamente los protagonistas de este libro, de mi novela, se desgeneran, porque el argumento del mismo es, precisamente, un actuar sexualmente desde fuera del propio género; narrar deseos desde fuera del espacio que concede el género, y narrar también prácticas. Y desde el punto de vista literario me interesaba representar esos deseos. Antes que nada, para que se me entienda, diré que el argumento de la novela es una mujer heterosexual cuya preferencia sexual es penetrar a los hombres y que no consigue nunca hacerlo así que acaba pagando por poder hacerlo.
Este es un tema que, como feminista y bisexual, siempre me ha interesado. En el sentido de que las prácticas y los deseos homosexuales implican ya, de por sí, un desgeneramiento (por lo menos para uno de los miembros de la pareja) y que la homosexualidad está en cierta medida normalizada, pero que este desgenerizarse sigue siendo complicado en el caso de las prácticas heterosexuales donde los roles sexuales resultan mucho más difíciles de transgredir tanto en las prácticas personales como en los discursos y las representaciones y especialmente en el caso de las mujeres.
En el caso de la homosexualidad, la transgresión se normalizó por la vía de someter cualquier relación homosexual a la matriz heterosexual, feminizando o masculinizando a uno/a de los integrantes de la pareja.
Pero en el caso de la transgresión de roles en las parejas heterosexuales, especialmente en el espinoso asunto de que un hombre heterosexual se convierta en la parte receptora de la penetración, eso es otro asunto. Un asunto que es arriesgado de por sí, por lo que significa, pero muy complicado también en lo que hace a las representaciones, porque en el caso de las relaciones heterosexuales es muy difícil salirse de las representaciones hegemónicas, es muy fácil no hacer visible ninguna práctica que se salga de esas representaciones porque no existe un interés político en hacerlas públicas. ¿Quién estaría interesado en hacerlo? Únicamente las feministas, pero el feminismo heterosexual es fundamentalmente conservador en la actualidad, es el feminismo institucional.
Y ese es mi interés, porque creo como feminista que somos las feministas las que deberíamos estar interesadas en cambiar radicalmente los discursos, las representaciones, las prácticas que obviamente responden a intereses patriarcales.
No soy una académica, sino una activista lesbiana feminista. Tampoco soy queer, soy bastante antiqueer, soy de las que militan en el feminismo clásico, y creo que ese feminismo clásico muy injustamente denostado por la postmodernidad, el que precisamente es heredero de los ideales de la modernidad de los años 60 y 70 ya planteó muchos de las semillas que después hizo crecer el movimiento queer, e incluso se apropió injustamente. En todo caso, dicho esto, sí que creo que ese feminismo que tenía un potente discurso sobre política sexual que ha ido muriendo según el feminismo se institucionalizaba hasta acabar en el feminismo desdibujado y sin nada que decir sobre la sexualidad que vemos hoy. Su discurso sobre la sexualidad se limita a la reproducción, lo cual es muy grave.
Sorprende en todo caso que cuarenta o cincuenta años después de la emergencia del feminismo, las representaciones sexuales heterosexuales, el discurso sobre prácticas sexuales, que nos rodea no haya cambiado prácticamente nada. Fundamentalmente, todas las mujeres son cuerpos penetrables y los hombres penetradores. Y no hay más. Miremos donde miremos no vemos más que eso excepto en circuitos muy marginales.
La vida de las mujeres ha cambiado mucho en nuestros países, hemos invadido el espacio público, se supone que hemos conquistado la autonomía sexual, hemos avanzado en derechos sexuales y reproductivos, así como en igualdad. Tenemos leyes que pueden calificarse de feministas…pero lo que no se modifica es esa dicotomía fijada e inamovible entre penetradas y penetradores.
Como feministas deberíamos saber que por muchas cosas que cambiemos, si no cambiamos las representaciones simbólicas, entre ellas las representaciones sexosimbólicas, no podremos desmontar la estructura patriarcal.
Una estructura que construye una realidad, como sabemos basadas en oposiciones binarias cuya máxima expresión es el género. Y a partir de ahí dos principios opuestos y complementarios, como lo femenino y lo masculino, los deseos y las prácticas se adhieren también a estos dos principios y se naturalizan de tal manera que entender o asumir, desde la posición de las mujeres heterosexuales, que tan natural es que una mujer penetre a un hombre como al revés, parece tarea imposible. De hecho, cuando estaba escribiendo esta novela y la comentaba con mis amigas, lesbianas o hetero, tardaban muchísimo en comprender de qué estaba hablando.
Siempre me preguntaban “pero la protagonista es lesbiana” Porque la marginalidad del lesbianismo les podía hacer entender cualquier opción extraña, pero no así dentro de la heterosexualidad.
Yo creo que en este momento, a pesar de los cambios que hemos impulsado o vivido en otros aspectos, sobre todo en lo que se refiere al papel social de las mujeres, mientras que sigue ahí habiendo un núcleo duro naturalizado al máximo que es la omnipresencia del coito heterosexual, no estaremos avanzando en igualdad de una manera definitiva.
La verdad es que cualquier película, libro, representación de la sexualidad que veamos en nuestra cultura excepto en canales marginales vemos que es lo mismo:
La representación clásica de sexo es, un hombre y una mujer se besan con pasión, se desnudan o semidesnudan, eso es lo de menos porque a veces las prisas, la pasión se lo impide, él se sube encima, y a los dos minutos orgasmo simultáneo. Las variaciones van en la postura, a veces de pie, o en una silla. Siempre que vemos sexo oral es una felación. En todo caso, dado el número real de mujeres que experimentan orgasmos con la penetración sin más, todo eso que vemos es mentira. Así que nos encontramos ante una gran mentira, a estas alturas.
El ano como espacio abyecto es un tema tratado a menudo por la teoría y activismo gay o queer. Pero siempre se ha planteado en relación, como he dicho al principio, a la homosexualidad. Hay mucho escrito sobre los cuerpos abyectos o las prácticas abyectas.
A mi me interesa indagar en el deseo femenino heterosexual de penetrar a un hombre porque creo que es un deseo totalmente invisible y en este momento culturalmente mucho más subversivo; un deseo culturalmente negado, porque tiene profundas implicaciones simbólicas desde el punto de vista feminista, y no sólo desde el intercambio de roles y el deseo de penetrar, sino desde la negativa a ser penetrada. Me parece que desde el feminismo se ha perdido casi absolutamente el cuestionamiento que hicieron las feministas de los 70 de la práctica de la penetración como práctica central en el sexo heterosexual.
Se ha perdido de tal manera la capacidad de cuestionar la penetración que hacerlo resulta casi anacrónico, sin embargo yo creo que es una práctica sexual que no produce placer a la mayoría de las mujeres, (lo cual no quiere decir que no se lo produzca a algunas o que no se pueda practicar o que sea del) pero su frecuencia no se corresponde en absoluta con el placer que proporciona.
Es, por otra parte una práctica que si encima de que no es la más placentera para las mujeres tiene inconvenientes, A estas alturas parecería innecesario decir que el mejor, más seguro y más sano anticonceptivo es no practicar la penetración. Que esta frase obvia produzca risas o incredulidad es sinónimo de que más que avanzar desde los 70 hemos retrocedido.
Visto esto debería ser cuestionada por las mujeres con mucho mayor énfasis y, como digo, no sólo desde el deseo de penetrar que es un deseo tan legítimo como cualquiera, sino desde el deseo de no ser penetradas, este más que legítimo con importantes ventajas de salud.
Como digo no hay tiempo para hablar de eso, sólo dejarlo hay planteado y también su correlato y es el deseo de penetrar, que no tiene género, que puede ser común a hombres y mujeres pero que en nuestro caso sólo se permite que salga en el caso de las lesbianas.