El lunes se suicidó otro trabajador de la empresa France Telecom, el número 24. No han podido aguantar el ser convertidos en objetos que se pueden mover de un lado a otro como si no tuvieran vida. A ellos se les cosifica al límite, mientras que se rota a los superiores para que no se humanicen y acaben empatizando con los trabajadores de manera que después no sean lo suficientemente duros y no sean capaces de poner los objetivos empresariales por encima de todo. El capitalismo deshumaniza a los trabajadores y los convierte en objetos que sólo existen en función de las necesidades de la empresa; se les puede despedir de un día para otro, se les puede cambiar de trabajo, de ciudad, de horario, sin tener en cuenta sus vidas porque para el capitalismo lo ideal es que los trabajadores no tengan otra vida que aquella que la empresa necesita.
La meta de la empresa capitalista es que todo el trabajadora, la trabajadora, todo él/ella sea plusvalía. Se explota el tiempo de trabajo pero ya no es suficiente; se explotan los cuerpos, las partes del cuerpo (úteros, óvulos, órganos…), se cambian los turnos de trabajo de manera que ya no haya propiamente días libres o tiempo libre porque todo el tiempo está finalmente en función de la empresa.
Los trabajadores de France Telecom eran antes de la privatización trabajadores de una empresa pública que no estaban sometidos a la voracidad empresarial a la manera de la empresa privada; Tenían trabajos decentes y tenían sus vidas. Pero todo eso cambió radicalmente con la privatización. Pero eso que les pasa a los trabajadores de France Telecom les pasa hace mucho y cada vez más a las trabajadoras/es de muchas otras empresas, como por ejemplo los que dependen de las grandes cadenas de alimentación. Me lo decía el otro día la cajera del supermercado, que aun respetando la empresa la literalidad de la ley (por ahora no les queda otra) les rotan los turnos cada semana de manera que la persona en cuestión no pueda tener otro proyecto de vida que el trabajo que le ofrece la empresa y después descansar para poder volver al trabajo. En teoría un/a trabajador/a rinde lo mismo a una hora que otra, pero la empresa quiere impedir a toda costa que estas personas desarrollen proyectos de vida propios ajenos a los intereses empresariales. Añadía la cajera: “vivimos para trabajar. Aquí no hay otra vida”.
El suicidio, así, es la última forma de resistencia. Antes que entregar la vida entera a la empresa, algunos se matan.
Publicado en El Plural