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Construyendo un discurso antimaternal


El otro día, en la penumbra de una reunión nocturna, hablando de esas cosas que no suelen mencionarse a plena luz del día, varias amigas terminamos hablando con franqueza absoluta de la maternidad. Y tras la charla, fuimos varias también las que acabamos coincidiendo en que al feminismo le queda mucho por decir acerca de la maternidad, aun cuando se pudiera pensar que ya lo ha dicho todo; al fin y al cabo, la maternidad es uno de sus temas de siempre.

Pudimos constatar que, a pesar de que la maternidad ha sido estudiada, analizada y cuestionada, y que la reivindicación de los derechos reproductivos es una constante dentro del feminismo, no hay propiamente dentro de éste un discurso claramente antimaternal. Aunque la maternidad aparentemente haya cambiado mucho de aspecto, tenemos derecho a preguntarnos si este cambio ha sido algo más que un simple modernizarse para seguir siendo, en el fondo, un discurso prescriptivo que pretende seguir manteniendo plenamente operativo el eterno binomio mujer-madre, aunque ahora se trate de una mujer moderna y una madre también moderna. El feminismo, en mi opinión, tiende a ignorar la naturaleza compulsiva de la maternidad y a quitar importancia a su papel en la comprensión de la discriminación estructural e ideológica de las mujeres. El tabú que se cierne sobre cualquier discurso antimaternal dentro del feminismo no hace sino evidenciar el carácter conflictivo de una cuestión que no sólo afecta a la configuración de la identidad de las mujeres sino al mantenimiento mismo del orden social en su conjunto.

No puede ser que de una experiencia humana con esa capacidad tan poderosa para cambiar la vida de cualquier mujer no existan apenas discursos negativos, aunque sólo sea por pluralidad Durante la mayor parte de su historia moderna, el principal objetivo del feminismo ha sido por una parte defender una condición maternal compatible con la vida (en el sentido más literal), o bien, en los países ricos, defender una organización maternal que permita ser madre sin dejar de ser igual. Y siendo estas dos preocupaciones lógicas y justas, eso no quiere decir que se deban sofocar otras posibilidades de pensar la maternidad. En general, salvo excepciones, son pocas las voces que han formulado discursos contrarios a una cuestión que, simplemente, se asume como lo normal, natural, inevitable, incuestionable, etc.

Casi todas las posiciones feministas acerca de la maternidad parten, en todo caso, de la posición que da por hecho y no cuestiona, ni política ni vitalmente, que la mayoría de las mujeres del planeta quieren ser madres y que, en todo caso, ser madre es algo bueno. No se trata aquí de opinar si la maternidad es buena o mala, sino simplemente de llamar la atención sobre el hecho de que estamos ante una institución tan inscrita en nuestra organización social y en nuestra subjetividad que no admite ni un sólo discurso contrario, aun cuando fuera minoritario. No puede ser que de una experiencia humana con esa capacidad tan poderosa para cambiar la vida de cualquier mujer no existan apenas discursos negativos, aunque sólo sea porque la pluralidad de puntos de vista es lo esperable siempre ante cualquier asunto complejo.

Y sin embargo, aquí no hay diferentes puntos de vista o los puntos de vista negativos no se hacen visibles. Lo cierto es que no existe ninguna otra institución social que goce de ese mismo índice de aceptación y ausencia de crítica; y esto tiene que dar que pensar. Es cierto que cuando hablamos del derecho al aborto o de los derechos reproductivos, estamos asumiendo que esto incluye el derecho a no tener ningún hijo, pero se trata de algo que queda implícito, que se supone, pero no es un derecho que se explicite y mucho menos que se visibilice culturalmente no sólo en pie de igualdad, sino siquiera con algún rasgo positivo, como discurso alternativo a los discursos maternales hegemónicos.

Porque la cuestión es: ¿Se puede verdaderamente elegir algo cuando una de las dos opciones es prácticamente un tabú social, científico, político, etc.? Lo cierto es que las mujeres hacen sus elecciones acerca de la maternidad en un contexto coercitivo acerca no sólo de no tener hijos sino especialmente de tener acceso a las ventajas o a la felicidad que puede proporcionar no tenerlos, así como a la ignorancia de los problemas, las desventajas o la infelicidad que puede proporcionar tenerlos. Cualquier posición, política o personal, contraria al discurso maternalista recibe una sanción social, económica o psicológica brutal. Es en este sentido de falta de alternativas en el que el discurso promaternal es totalitario. No ser madre es una elección personal al alcance de muy pocas mujeres en el mundo y se sigue llevando con discreción y sanciones sociales. Hay otra cuestión aún más prohibida: la de ser madre y arrepentirse

El único discurso negativo sobre la maternidad que se permite es el de la mala madre, la madre perversa, la que no quiere a sus hijos/as, la que los maltrata. Y el discurso sobre la mala madre no sirve sino para potenciar y prescribir un tipo de maternidad, precisamente la contraria, la que ejerce la buena madre. Porque la mala madre es la peor imagen que cualquier cultura reserva para algunas mujeres, las peores; nadie quiere ocupar ese lugar. Una puede asumir desde el feminismo, e incluso defender transgresoramente, que es una mala esposa, mala compañera, mala hija, mala amante, mala trabajadora, mala mujer, mala en general (Las mujeres buenas van al cielo, pero las malas van a todas partes), pero… ¿mala madre? Que la idea nos resulte tan personalmente devastadora es síntoma de lo absolutamente férreo que es el control sobre la maternidad y, por ende, sobre las mujeres.

Ser mala madre es casi lo peor que una mujer puede ser. No ser madre es una elección personal al alcance de muy pocas mujeres en el mundo y se sigue llevando con discreción, casi en soledad, y sobre la que siguen recayendo sanciones sociales. La no-madre se pasará la vida contestando a preguntas que dan por hecho que lo normal es elegir ser madre. Pero aun cuando ese margen de elección sea muy estrecho, hay otra cuestión aún más prohibida: la de ser madre y arrepentirse. Existen múltiples barreras psicológicas y sociales para poder expresar algo como eso, para poder expresárselo incluso a una misma. La madre que lo es y se arrepiente de esa elección jamás lo confesará. Reconocerse arrepentida de la maternidad es lo mismo que reconocer que no se quiere a los hijos, o que no se les quiere lo bastante y ahí, de nuevo se entra en la categoría de mala madre.

Y sin embargo, la maternidad es una experiencia tan determinante en la vida de cualquier mujer que, por supuesto, cabe la posibilidad de arrepentirse o de pensar que de haber conocido lo que verdaderamente significaba ser madre, se hubiera escogido no serlo. Y esto puede pensarse aún incluso queriendo a los propios hijos, o queriéndoles mucho, no es contradictorio. El amor maternal se supone siempre y en todo caso incondicional; el amor paternal ni existe como categoría Porque, además, ¿es obligatorio querer a los hijos? ¿Hay una medida de amor mínimo obligatorio? La maternidad exige que se les quiera siempre por encima de todo: por encima de una misma sobre todo; el amor maternal se supone siempre y en todo caso incondicional, esa es una de sus principales características. En realidad, eso es lo que define la maternidad. Sin embargo, el amor del padre se supone mucho menos incondicional; de hecho, no existe el amor paternal como categoría.

Los padres suelen querer a sus hijos, sí, pero sin que este amor esté categorizado como absoluto, como extremadamente generoso o incondicional. Más bien parece que cada padre quiere a sus hijos/as como puede o como quiere. El amor maternal, en cambio, no admite matices. Y podemos incluso ir más allá: puede no quererse a los propios hijos y no ser un monstruo. Los hijos se tienen en la completa ignorancia; nadie sabe cómo será cuando lleguen e invadan la vida para siempre, aun cuando todo esté lleno de imágenes positivas, casi celestiales, del estado maternal. Y aun así, la desilusión, o el encontrarse con sentimientos que no son los esperados no es tan infrecuente como se podría suponer: las depresiones que sufren las madres en mayor medida que otras mujeres y que los hombres pueden entenderse como un síntoma de algo inexpresado e inexpresable.

Es conocido que, en contra de lo que el mito de la maternidad expande, hay muchas madres que necesitan tiempo para querer a sus bebés y para adecuarse a una nueva vida para la que nadie nos ha preparado. Por otras razones es perfectamente posible que una se separe emocionalmente de sus hijos/as cuando estos se hacen adultos. A los hijos no se les quiere por instinto, tal cosa no existe. A los hijos se les suele querer, sí, pero a veces no tan rápido como nos dicen; a veces no tanto como se nos supone; a veces también el amor cambia y se debilita con el tiempo y, finalmente, a veces, aun queriéndoles mucho, es posible pensar en que la vida hubiera sido mejor si hubiéramos tomado la decisión de no tenerlos; si alguien nos hubiera explicado de verdad lo que significan, si hubiésemos tenido acceso a una pluralidad de discursos y no a uno sólo. Y todos estos sentimientos, perfectamente humanos y tan normales como los opuestos, no convierten a estas mujeres en malas personas, ni en subhumanas.

Pero no encontraremos ningún discurso, ningún personaje, ninguna historia, que ofrezca no ya imágenes positivas, sino siquiera neutras de ninguna mujer así. Por el contrario, ya sabemos que existen múltiples discursos y condicionamientos que conducen a ensalzar la maternidad y sabemos que esos discursos promaternales se dan desde todos los espacios ideológicos, no sólo desde los espacios conservadores. Además de los discursos promaternales propios del sexismo, lo cierto es que periódicamente y desde espacios ideológicos feministas aparecen discursos promaternales que ofrecen, supuestamente, nuevas visiones de la maternidad que terminan siendo la de siempre: visiones místicas y voluntaristas en las que se pretende despojar a la maternidad de sus antiguos significados simplemente porque se desea. De hecho, es posible que el discurso mayoritario en este momento dentro del feminismo sea el de una neomaternidad romantizada que en realidad no ha existido nunca antes, pero que se presenta como una recuperación de lo antiguo y de lo más natural.

Muchas feministas descubren ahora el placer de la maternidad y lo hacen como si fuese algo novedoso, como si no lleváramos cientos de miles de años siendo madres. Todo se vende con el frescor y el aroma de lo nuevo: el parto natural, la lactancia y los placeres de la maternidad intensiva reaparecen en todos los ambientes y lo hacen con la fuerza de la conversión. Además, se presentan nuevas situaciones como las maternidades lesbianas o las maternidades mediante técnicas de inseminación como actos de rebelión contra el patriarcado, dejando a un lado lo que tienen de empeño consumista de adscripción capitalista, además de confirmar más que disentir, del rol maternal tradicional.

Cualquier discurso oculto tiene algo que merece la pena llevar a la luz; en este caso entender por qué no se (re)presenta la no maternidad como una alternativa igual de enriquecedora que la otra. Por eso creo que debemos reflexionar más sobre una institución maternal inscrita ahora en el consumo de masas y en el esencialismo naturalista; debemos reclamar, como poco, un espacio de reflexión sobre la antimaternidad. Y más aún porque nos encontramos en un momento en el que el discurso dominante se está reforzando al redefinir la maternidad a través de discursos que parecen menos patriarcales pero que no ponen en cuestión lo fundamental: que el hecho de que la mujer pueda tener hijos no explica ni justifica que quiera tenerlos; ni tampoco que tenerlos sea bueno, mejor o siquiera apetecible. –

Publicado en: Píkara

Por Beatriz Gimeno

Nací en Madrid y dedico lo más importante de mi tiempo al activismo feminista y social. Hoy, sin embargo, soy un cargo público. Estoy en Podemos desde el principio y he ocupado diversos cargos en el partido. He sido Consejera Ciudadana Autonómica y Estatal. Del 2015 al 2020 fui diputada en la Asamblea de Madrid y ahora soy Directora del Instituto de la Mujer. Sigo prefiriendo Facebook a cualquier otra red. Será la edad.
Tuve la inmensa suerte de ser la presidenta de la FELGTB en el periodo en que se aprobó el matrimonio igualitario y la ley de identidad de género. He dado lo mejor de mí al activismo, pero el activismo me lo ha devuelto con creces.
Estudié algo muy práctico, filología bíblica, así que me mido bien con la Iglesia Católica en su propio terreno, cosa que me ocurre muy a menudo porque soy atea y milito en la causa del laicismo.
El tiempo que no milito en nada lo dedico a escribir. He publicado libros de relatos, novelas, ensayos y poemarios. Colaboro habitualmente con diarios como www.eldiario.es o www.publico.es entre otros. Además colaboro en la revista feminista www.pikaramagazine.com, así como en otros medios. Doy algunas clases de género, conferencias por aquí y por allá, cursos…El útimo que he publicado ha resultado polémico pero, sin embargo es el que más satisfacciones me ha dado. Este es “Lactancia materna: Política e Identidad” en la editorial Cátedra.

18 respuestas a «Construyendo un discurso antimaternal»

Espero que se valga ejercer el derecho al desacuerdo… No me encantó tu artículo; y que conste que yo no tuve hijos. Pero es que este artículo se dispara hacia el lado contrario del discurso; se lee por debajo del artículo un «los hijos no queridos o mal tratados que se jodan, siempre y cuando las mujeres hagamos efectivo nuestro derecho a decidir quererlos o no, tenerlos o no»: uno lee y par iera que todo es discurso, que no hay instinto; que amar a los hijos es una obligación huera diseñada para sostener el discurso materialista. Me parece que éste es el punto donde las feministas se vuelven feminazis: el punto exacto donde los demás (en este caso, los hijos, que SÍ NECESITAN ser y saberse amados y protegidos, más allá de todo discurso) no les importan con tal de «reivindicar sus derechos». Está muy bien es rito y me queda claro que eres muy inteligente, pero no, perdón: una vez que los hijos nacen sí es, por ética y por decencia, obligatorio, que le eches un MONTÓN de ganas para hacerlo sentir amado.

TODOS los artículos que contienen la palabra «feminazi» van directamente a la papelera. Publico este para decir que no debo ser tan inteligente cuando todos los que me critican no entendieron mi artículo. O quizá las que no son listas son las que no lo entiende. Yo no digo en ningún momento que no haya que querer a los hijos, o que no quererles sea un «derecho». Sólo digo que deberían visibilizarse esas cuestiones, que son humanas, para que así las mujeres tuvieran la posibilidad de acercarse a la maternidad de manera más realista y no engañadas por esas imágenes edulcoradas y artificiales. Es decir, la maternidad es una experiencia humana y hay que mostrarla en todas su diversidad. Por cierto, los instintos no tienen nada que ver aquí. No hay instinto en la maternidad, si fuera instintiva todas las mujeres tendrían hijos y todas los querrían. No habría maltrato, ni abandonos, ni infanticidios etc.

También son humanas la envidia, la ira, el desprecio, el rencor, el sadismo, son tan humanos que ni siquiera los animales los tienen y sin embargo «visibilizarlos» no creo que una manera positiva de sensibilizarnos. No hace falta ver como le dan una paliza a alguien para ver cuanto sufrimiento y odio puede acumular un ser humano. ¡Claro que hay madres que maltratan a sus hijos! y que no los atienden y que los desprecian, pero afortunadamente no son mayoría.
Si como dices el concepto de maternidad está edulcorada, habría que preguntarse porque las mujeres y los hombres tienen ese concepto y que parte de culpa tienen la sociedad y la educación en todo esto.

Dices que la maternidad no es instintiva. Puede que existan mujeres que repudien a sus hijos al nacer o que se hagan cargo sin amarles, pero generalizar el concepto me parece como mínimo una osadía.

Es instintivo sentirse atraída por alguien, amar, generar cambios hormaonales en el embarazo, producir oxitocina en el parto y sentir ternura y afecto ante la fragilidad del bebé.

Las actividades humanas culturalizadas, como la maternidad, no están regidas por el instinto. Por eso, cuando se estudia la historia de la maternidad se ve que la cultura determina como se vive la maternidad, y esta se vive de manera muy diferente. Esto es la historia, no es discutible. Y sí, hace falta visibilizar todas esas situaciones que dices. Imagina un mundo en el que la cultura, el cine, las novelas, la televisión, los anuncios, la educación…nos mostraran a seres humanos siempre buenos, siempre amables unos con otros, pacíficos, generosos…pero que luego la vida real fuera como es. Sería una locura. Un mundo real en los que la humanidad se desplegara con todos sus matices, buenos y malos…pero que no se viera más que cuando salieras a él, por ejemplo cuando alcanzaras la mayoría de edad; y un mundo falso pero omnipresente que te tuviera engañada y que te imposibilitara para enfrentarte al mundo real, que te dejara lisiada con respecto a él. Eso es lo que se hace con la maternidad. La maternidad es una circunstancia humana que admite todos los matices y todas las ambivalencias…pero se ocultan. Se nos oculta que puede ser aburrida o dolorosa o que puede que no sea tan maravillosa como te dicen…eso hace que no se pueda juzgar con todas las cartas en la mano y que muchas mujeres la asuman sin tener ni idea de cómo es realmente.

Dices que la maternidad no es instintiva y que es una actividad humana culturalizada y no estoy deacuerdo.

La maternidad tiene casi todo de instintiva. Cualquier partera apela al instinto de una madre primeriza para que confie en ella misma. Te mueves, buscas la posición, respiras, te calmas…. No puede haber nada más instintivo que traer un hijo al mundo.

Defiendes que hay que visibilizar los matices de la maternidad como que puede ser aburrida y dolorosa entre otras cosas.

Puedo entender que una mujer que pariera hasta hace muy pocas décadas tuviera mucho miedo ante la maternidad y no es para menos, ya que muchas mujeres morían de fiebres puerperales tras el parto y tenían numerosos abortos, desgarros y hemorragias.

Afortunadamente hoy es más fácil morir de muchas otras cosas. En las últimas décadas la muerte de la madre y la de los neonatos se ha reducido de forma increíble. Es posible optar por no sentir ningún tipo de dolor en el parto.

Criar un hijo sobre todo los primeros meses puede ser agotador y siempre agradeces la ayuda de familiares, que te ayudan acompañándote y guiándote en muchas cosas pero nunca es aburrido. Solo en el primer año de vida los cambios evolutivos, lingúísticos y motores que desarrolla un bebé dejan sin palabras a cualquier persona con un mínimo de curiosidad y sensibilidad, aunque esté cansada.

¿Qué existen mujeres a las que la maternidad les ha hecho sentir frustración, tristeza y soledad y esto hay que darlo a conocer? Bien, no creo que nadie se oponga a darles voz, además de ayuda.

Debe ser duro para ellas vivir la maternidad de esta forma y más duro contarle a un hijo que su llegada al mundo supuso un trauma y una desgracia para su vida personal.

La maternidad es una actividad culturizada y eso no admite discusión. Lo demuestra la antropología y la historia. Pero esa culturización exige constantes apelaciones a ese supuesto «instinto». Estudiar cualquier historia de la maternidad es darse de bruces con la historia de todo lo que han hecho las mujeres para no ser madres: abandonos, infanticidios y abortos y todo ello poniendo en riesgo la propia vida. Pero quien cree en los instintos no se va a convencer. Si fuera instintivo no haría falta todo el aparato propagandístico existe para convencer a las mujeres de lo fantástico que es ser madre.

He recibido muchísimas críticas, pero también muchísimos apoyos de gente que me ha entendido. No defiendo para nada el concepto «mala madre». No defiendo el concepto «mala» en general. Sólo digo que existe y que la maternidad es mucho más compleja de la ñoñería que se nos presenta. No es defendible, pero hay muchas más madres que entrarían en ese concepto de lo que nos pensamos. Pero las madres que vemos en los medios, la prensa, la cultura…son siempre buenas con lo que recibimos una imagen de la maternidad simple y unidireccional. La maternidad es una situación humana y que como tal admite todos los matices del mundo. Lo que defiendo es que se rompa con esa imagen falsa de la maternidad como algo siempre bueno. No se trata de defender a la mala madre, sino de mostrar lo que de «malo», esto sí, puede tener la maternidad. NO sólo esto, pero también esto. Lo que puede tener de arrepentimiento, de dolor, de aburrimiento, de hartazgo etc. No defiende a las malas madres, defiendo la visibilidad de las emociones negativas con respecto a la maternidad porque sólo así podremos decidir sin estar engañadas. Y, como te dije antes, he recibido muchos más mails de apoyo que de crítica, aunque, estos sí, mucho más furibundos.

Beatriz, tienes toda la razón del mundo.
Y precisamente porque parece que el estándar es que una madre siempre tiene la sonrisa en los labios y nunca está cansada y nunca siente que la situación le sobrepasa sobremanera y siempre encuentra la palabra exacta para que el niño haga lo que tenga que hacer genera unas expectativas que cuando se frustran (y se frustran SIEMPRE) añaden sufrimiento a las situaciones complicadas que viven los padres. Porque esto no se ciñe sólo a la madre, aunque a lo mejor los padres varones tengan más manga ancha para enfadarse/ hartarse.

Está claro que no defiendes a las madres patológicas, sino que te refieres a que no todos los momentos son dulces y tranquilos…y para esos otros, menos idílicos, nadie nos prepara.

Tanto criticar al liberalismo y su carácter individualista y «antisocial» y va usted y erige en este artículo un monumento pueril al egoísmo más atroz. Eso sí, bien trufado de justificaciones pseudosociológicas y pseudofilosóficas.
Se nota que no ha tenido usted hijos; si los hubiera tenido, el puchero de memez que es este artículo no tendría cabida en su cerebro, a no ser que sea usted una descerebrada, cosa no descartable al cien por cien. Aunque, afortunadamente, la gente que piensa como usted, entre lesbianismo, proabortismo y discursos antimaternales, se reproducen poco. Ya lo escribió el pensador Scott Hahn: «Dios quiso que existieran el bien y el mal para que pudiéramos escoger entre ambos y así hacernos libres y, aunque las consecuencias de elegir el bien no siempre terminan en el bien, el resultado de elegir el mal siempre es el mal».
Su pensamiento es solo una moda pasajera que desaparecerá con ustedes o, a más tardar, una generación más adelante. Su radicalidad no es más que el boqueo frenético de un pez moribundo en una charca desecada.

1- usted es tonto o tonta
2- Dios no existe
3- Tengo un hijo de 26 años que está muy contento de tenermo como madre.

Soy el pifas blablablá petulancia, blablablá soy pedante, blablabla, cómo no, «Dios» y hombres del espacio. Con la iglesia hemos topado. Ni un solo argumento válido o aprovechable, sólo descalificaciones rimbombantes. Puede usted estar satisfecho.

Fantástico el artículo, una visión sin adornos de la maternidad, tal como debe ser, el romanticismo y las florituras para las novelas románticas, si hubiera más mujeres y hombres responsables con la maternidad habría menos niños infelices en el mundo.

Todo lo contrario, el discurso que circula es el antimaternal. Tener un hijo se asocia pérdida de la capacidad profesional, gasto de dinero, pérdida de independencia individual, coste emocional y un sinfín de cosas más.

Conozco a una madre que acompañó personalmente a sus hija a una clínica abortista embarazada de su novio, me explico que no quería que su hija destrozara su vida siendo madre tan joven. El discurso antimatenal circula por todas partes. El número de niños down ha disminuido drásticamente en España, sencillamente no nacen.

La maternidad no es actualmente ningún objetivo prioritario, tanto es así, que las mujeres posponen la maternidad hasta el límite biológico. Las grandes beneficiadas son las empresas o institutos de infertilidad (que contrariamente a lo que se cree son privados) y que cobran 6.000 por cada ciclo de fertilización.

Los eugenistas deben estar contentos, han conseguido mediante ingenieria social que las mujeres renuncien a la maternidad a cambio de entrar en la rueda capitalista que solo las reconoce si son capaces de ganar un salario y tributar impuestos.

Tanto ganas tanto vales.

En mi opinión un comentario de lo más acertado, aunque yo esté muy en sintonía con lo que dice el artículo, salvo en varios puntos concretos, creo que ambas visiones no tienen por qué ser contradictorias. Gracias por su punto de vista, enriquecedor a mi entender.

Cuanta razón, Beatriz, yo estoy embarazada y cada día atravieso muchas fases mentales de lo que aquí se comenta y por la cabeza se me pasan muchas cosas que serían terribles e inadmisibles a oídos de muchos «bienpensantes» como, por ejemplo, no sentir ni el más mínimo instinto maternal. Lo curioso es que, con las pocas mujeres con las que comparto estos pensamientos, coinciden en muchos aspectos conmigo…Es fácil estar en contra de la argumentación de tu artículo pero muy difícil afrontar un embarazo y una maternidad con tantas dudas…

Tampoco se habla de las no-paternidades, y hay que hacerlo si no queremos abordar el tema de manera sexista.
A los varones no se les exige ese amor porque se les exige el rol de proveedores.

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