Leo en El País un artículo sobre la ética en la política http://bit.ly/ikzqjZ que da que pensar. Está claro que la ética ha desaparecido del mundo, supuestamente ejemplarizante, de la política. Y sí, es cierto que la derecha se ha librado antes que nadie de cualquier consideración ética en su hacer político porque la única moral que reconocen, la que busca el beneficio a casi cualquier precio, es algo que tiene que ver con su ADN. Pero también los demás partidos mantienen o apoyan a políticos corruptos o de actuaciones dudosas sin que los militantes exijan claramente una hoja de servicios impecable para acceder a los cargos públicos.
No hay reproche social a la falta de ética porque tal cosa ya no existe, y no sólo en la política. Pienso esto mientras veo en un programa de televisión a Ana Torroja. Hace años, desgraciadamente ya muchos, una persona acusada de fraude fiscal hubiera merecido la reprobación general. Ahora es perfectamente posible ser una (presunta) delincuente fiscal y que nadie se lo afee. Ya se que más defraudan algunas empresas y los bancos y los más ricos, pero una denuncia no invalida la otra. Una persona que comete un grave delito fiscal debería suscitar reproche unánime y más aun si esa persona vive del público.
Lo cierto es que para que nos encontremos en la situación política y social en la que nos encontramos, ante el mayor ataque al estado del bienestar, se ha tenido que producir antes un cambio de valores en el que todos hemos colaborado y que pocos han denunciado. Los cambios sociales que se avecinan se han podido imponer porque previamente, y apoyados por los poderes mediáticos, se ha producido un claro desprestigio de todos los valores que construyeron los estados sociales del bienestar: la solidaridad, la justicia social o la igualdad, al tiempo que se prestigiaban valores «neoliberales» como el individualismo, el egosimo social o el afán por el enriquecimiento personal a cualquier precio. Primero nos adormecieron y después procedieron a ejecutar.
El desprestigio claramente orquestado desde los aparatos políticos, mediáticos y de opinión de la derecha hacia hacia, entre otras cuestiones, los impuestos como instrumento clave de solidaridad social, de los sindicatos como representantes legítimos de los trabajadores y de la huelga como instrumento fundamental de lucha, ha provocado la aparición de un nuevo y pernicioso elemento: la persona que dice ser de izquierdas y votar a un partido de izquierdas mientras que afirma tranquilamente que quiere menos impuestos, criminaliza la huelga y afirma, allí donde puede, que los sindicalistas son unos vagos y que tienen que desaparecer porque cuestan mucho dinero.
Aunque parezca banal, creo que la proliferación de personas que se dicen de izquierdas pero que asumen sin problemas discursos claramente de derechas, es una de las causas del hundimiento de la izquierda social y política. Porque en un mundo en el que todo el mundo opina sin parar en las redes sociales, lo que ha ocurrido es que se ha minado de manera muy importante la posibilidad de entender, simplemente, qué es ser de izquierdas más allá de votar a un partido que se dice tal y que hace políticas de derechas que contribuyen a la confusión. Partidos llenos de delincuentes ante la indiferencia de la militancia, personas que se presentan públicamente como modelo de éxito y que son ladrones, votantes de izquierdas que son antisindicalistas… Al final, llega Berlusconi, que es como decir Camps, y arrasa en las elecciones. No estamos nada lejos de eso.