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El burka occidental


El otro día estaba esperando a una amiga en el aeropuerto y mientras esperaba y como no tenía mucho que hacer, miraba a la gente que iba saliendo por la puerta que tenía enfrente. Me sorprendí pensando que para ser un vuelo de quince horas el que estaba desembarcando, sólo las monjas, las musulmanas y los hombres parecían viajar cómodos. Las que no eran ni hombres, ni monjas ni musulmanas, excepto una exigua minoría, viajaban con altísimos tacones, embutidas en unas ropas estrechas que las constreñían, con pantalones ajustados o faldas cortísimas.  Y, por supuesto, no tiene nada que ver con la moral que esgrime un alcalde italiano para prohibir todo eso, sino con la igualdad. Ellos cómodos, ellas no. Ellos con capacidad para salir corriendo a buscar un taxi, ellas con todos los movimientos constreñidos por la vestimenta; ellos siendo, simplemente, personas en una aeropuerto, personas a gusto con su cuerpo, olvidadas de sí mismas; ellas siendo mujeres –ante todo mujeres- en un aeropuerto, nada distendidas, conscientes de su cuerpo en todo momento.

 Y sí, pensé que cuando la polémica del burka, sobre prohibir o no, (y yo me he manifestado a favor de prohibir el burka) las musulmanas dijeron que sólo vemos el burka islámico y no el occidental. Aunque no creo que sea lo mismo porque incluso en lo malo hay grados, es cierto que las feministas musulmanas hacen  bien en recordarnos que hay cosas que por haberlas naturalizado no vemos. Es cierto que las feministas occidentales somos muy propensas a ver de qué manera son oprimidas las mujeres de otras culturas y pasamos por alto las maneras, quizá más sutiles a veces, en que somos oprimidas aquí. La moda es una de esas maneras, aunque no esté de moda (valga la redundancia) decirlo. Lo peor no es que sea ese instrumento de control del cuerpo de las mujeres, siempre lo ha sido. Lo peor es que en los últimos años ha desaparecido la crítica feminista a la misma y ahora vemos que incluso las feministas se suben en tacones altísimos. Ya no se ve relación entre la manera en que nos vestimos (en que la moda nos obliga a vestirnos) y la igualdad.

 Los tacones son un ejemplo, la talla es otro. Ir subida en unos tacones de 20 centímetros no es bueno, no es razonable y, sobre todo, ¿por qué no se suben ellos? Que yo use la talla XL (puedo demostrarlo) no es que no sea bueno, es que es demencial porque al hacerme usar la talla máxima que se puede encontrar en un comercio normal lo que se trata de hacer es que yo me preocupe porque mi cuerpo,  completamente normal para mi edad y mi estatura, se adapte a la ropa que me venden. Es decir, que me ponga a dieta, como estamos el 70% de las mujeres.

 Al ir subidas en unos tacones de de veinte centímetros, al estar siempre a dieta y  con hambre, o mientras nos sentirnos culpables por no estar suficientemente a dieta, lo que se consigue es que no dejemos, en ningún momento del día, de ser conscientes de nuestro cuerpo, que nos aprieta, que nos duele, que se nos cansa, que nos pesa… No dejamos en ningún momento de ser conscientes de que somos mujeres  completamente diferentes de los hombres, que van cómodos, con ropa lo suficientemente amplia, que llevan zapatos cómodos, que son dueños de sus cuerpos, para correr detrás de un autobús o saltar por las escaleras, que dominan sus cuerpos  -los hombres lo dominan todo- al contrario que nosotras, que somos dominadas por unos cuerpos a los que tenemos que mantener a raya.

 Según las mujeres somos más visibles en puestos tradicionalmente reservados a los hombres, más altos e incómodos son los zapatos y más pequeña es la ropa. No se puede una sentir empoderada subida en unos tacones así a no ser que se diga que lo que se siente es el poder de la feminidad, como escuché hace poco a una política. Para decir una tontería semejante no hacía falta una revolución feminista.  Ya sabemos que criticar la moda en público supone que te acusen de antigua, de lesbiana, de querer vestir a todo el mundo con una camisa de cuadros, modo camionera. Lo que, claro, es también una forma de control; si cualquiera que levante la voz en público es acusada de tales cosas, pocas lo harán. Y la verdad, pocas lo hacen. Pero la moda es, por supuesto, un producto social que puede servir para apoyar la desigualdad o por el contrario, favorecerla. La moda actual está pensada para que las mujeres no olvidemos ni por un momento que, por mucho que nos hayamos sentado en los parlamentos, seguimos siendo mujeres que ocupamos el sitio de las mujeres. Puede que una mujer tenga mucho poder político pero al final del día eso que llaman “la moda” se ha ocupado de que sienta que sus pies están destrozados después de un día de trabajo, que le duele la espalda y las pantorrillas, que le aprieta el pantalón, que se le clava el tanga, que ha tenido que estar sentada teniendo cuidado de meter tripa porque se le salían los michelines por todas partes; que no ha dejado de ser una mujer ni por un momento, una mujer que se ha puesto allí donde el sistema patriarcal quiere que esté, en su sitio sexual, en su sitio generizado.

 El burka puede tapar o puede destapar, puede buscar negar la sexualidad o puede buscar por el contrario sexualizar al máximo. Ambas cosas se ponen con mucha facilidad al servicio de la desigualdad y en definitiva ambas niegan la libertad y la autonomía y deberíamos rebelarnos contra ambas de la misma manera. 

Publicado en El Plural

Por Beatriz Gimeno

Nací en Madrid y dedico lo más importante de mi tiempo al activismo feminista y social. Hoy, sin embargo, soy un cargo público. Estoy en Podemos desde el principio y he ocupado diversos cargos en el partido. He sido Consejera Ciudadana Autonómica y Estatal. Del 2015 al 2020 fui diputada en la Asamblea de Madrid y ahora soy Directora del Instituto de la Mujer. Sigo prefiriendo Facebook a cualquier otra red. Será la edad.
Tuve la inmensa suerte de ser la presidenta de la FELGTB en el periodo en que se aprobó el matrimonio igualitario y la ley de identidad de género. He dado lo mejor de mí al activismo, pero el activismo me lo ha devuelto con creces.
Estudié algo muy práctico, filología bíblica, así que me mido bien con la Iglesia Católica en su propio terreno, cosa que me ocurre muy a menudo porque soy atea y milito en la causa del laicismo.
El tiempo que no milito en nada lo dedico a escribir. He publicado libros de relatos, novelas, ensayos y poemarios. Colaboro habitualmente con diarios como www.eldiario.es o www.publico.es entre otros. Además colaboro en la revista feminista www.pikaramagazine.com, así como en otros medios. Doy algunas clases de género, conferencias por aquí y por allá, cursos…El útimo que he publicado ha resultado polémico pero, sin embargo es el que más satisfacciones me ha dado. Este es “Lactancia materna: Política e Identidad” en la editorial Cátedra.

3 respuestas a «El burka occidental»

Tampoco podemos tener arrugas cuando pasamos los 50. Sigue siendo de alguna manera un problema si eres demasiado asertiva. Cuando una mujer rica se casa con un pobre sigue estando mal visto (no a la inversa)….Los tacones de 20 centrimetros son equivalentes al los vendados de las japonesas… gracias por tu articulo.
Una bajita sin tacones. Con arrugas

Excelente tu articulo.Los tacos aguja, los procedimientos quirurgicos, la » injuria quimica», millares de cosmeticos cuya composicion desconocemos pero que prometen la eterna juventud. Esta es una sociedad medieval y oscurantista. Nos venden el elixir magico de los alquimistas con vistosas etiquetas y lo compramos en cuotas, con tarjetas de credito! Verguenza, miedo y temor a envejecer, casi como si fuera un defecto de personalidad el cumplir años. Los hombres estan excentos….el señor madurito o canoso es «mas interesante». Nosotras viejas de mierda que cuando falla la pomada magica recurrimos al cirujano para que nos deforme el rostro!

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