El País publicó hace un par de semanas una Tribuna de Opinión de un tal Enrique Lynch que ha levantado mucha polvareda. No es que el artículo en sí fuese de una misoginia desconcertante, es que era un delirio todo él, la obra de una persona claramente rabiosa por la posible igualdad entre hombres y mujeres. Su artículo negaba la posibilidad del mero concepto de igualdad de género y el simple intento de trabajar y luchar por conseguir esta igualdad le producía un temor evidente. El problema no es la opinión de este señor, que tiene derecho a tenerla y a expresarla. El problema fundamental es que su artículo era de una nula calidad argumental e intelectual y aun así fue publicado por El País, lo que demuestra que alguien en la cúpula del periódico comparte las opiniones del tal Lynch o tiene los mismos miedos, o la misma rabia.
Jamás se hubiera publicado un artículo tan malo y con argumentos tan pobres referido a cualquier otro asunto de actualidad. Lo que me hizo darme cuenta de algo que ya venía pensando hace un tiempo. En El País (como en otros muchos sitios) hay alguien a quien también le produce escozor la pérdida de privilegios que supone para los hombres que las mujeres seamos, o luchemos por ser, iguales. Cuando alguien aspira a ser igual es porque hasta ese momento otro alguien disfrutaba de una posición superior que daba por buena, por natural y por eterna. A muchos les está costando asumir que pasar de ser superiores a ser iguales implica perder privilegios y eso a muchos les está costando un sarpullido: por ejemplo a Lynch, por ejemplo a algún responsable de El País.
Pero no sólo de El País. El Mundo publicaba un día después del asunto Lynch un artículo titulado “Una ministra fea” en el que una supuesta periodista, cuyo nombre no recuerdo, nos explicaba que la nueva titular de Exteriores de la UE ha suscitado muchas críticas debido a lo fea que es. El artículo, por llamarlo de alguna manera, nos explicaba que para ser ministra hay que tener elegancia, charme y cierta belleza y que con lo fea que es la nueva titular de Exteriores, no puede suscitar ninguna adhesión política. Como muchas noticias de El Mundo son de este tenor y calidad el artículo en cuestión no suscitó las mismas críticas que el del El País.
Esta claro que algo está “escociendo” socialmente cuando incluso periódicos serios se lanzan al machismo más burdo e intelectualmente menos razonado. Podría animarme a mí misma diciéndome que “ladran, luego cabalgamos” y que siempre que se produce un avance en la igualdad se termina produciendo una reacción contraria que pasado el tiempo se equilibra. Podría ser eso, pero podría ser también el efecto Berlusconi, es decir, que algunos hayan descubierto que dejar salir a sus demonios machistas sale gratis y da gusto. Que se puede vejar, humillar, insultar a todas las mujeres desde sus tribunas y que más allá de las protestas de algunas/os la sociedad mira todo esto con indiferencia o incluso con complacencia porque, al fin y al cabo, hemos conseguido cambiar leyes y ciertas actitudes pero si rascas un poquito vemos que las cosas no han cambiado tanto, no hay más que ver Gran Hermano, que preguntar a los jóvenes, que leer los anuncios de prostitución en los periódicos, que estudiar las estadísticas, que mirar alrededor. Creíamos que las cosas habían cambiado y ahora nos despertamos de un sueño que podría transformarse en pesadilla.
Publicado en El Plural