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El hombre que mira


Siempre me pregunto qué ven los hombres cuándo nos miran. ¿Qué ven cuando miran a una mujer anciana, a una niña, a una joven? ¿Cuánto de diferente es lo que ven si miran a una mujer deseable que a una que no se lo parece? Lo que me pregunto es a si su mirada sexualizada sobre los cuerpos femeninos se extiende a todos los cuerpos o sólo a los deseables, si es todo el tiempo, si es siempre y si, en todo caso, hay resquicio para encontrar algo de humanidad en esa mujer que miran.

Las violaciones son consecuencia de muchas cosas y desde luego necesitamos leyes que las recojan mejor. No se trata de castigar más, se trata de castigar más adecuadamente. Es imprescindible describir bien lo que es una violación porque las leyes también educan. No creo que los delitos se impidan simplemente con castigos mayores pero sí creo que una definición correcta de las penas y castigos ayuda a educar. Cuando una sociedad democrática y abierta al cambio recoge la  demanda social (en este caso de las mujeres y muchos hombres) de que sea considerada violación toda actividad sexual sin consentimiento de la víctima, dicha sociedad está asumiendo una determinada posición ética. Y a partir de ahí, esta posición servirá para cambiar mentalidades, para educar, en definitiva. Pero el Código Penal por sí solo no es suficiente para cambiar mentalidades y comportamientos. Especialmente si existen mecanismos férreamente instalados que trabajan en la dirección contraria.

La consideración de las mujeres como objeto sexualizado y nada más está instalada en lo más profundo de nuestra cultura y de las subjetividades masculinas. Todos los artefactos culturales y simbólicos trabajan a favor de que no podamos romper con eso. Y ahí es dónde llegamos al meollo del problema. Si no cambiamos la manera en que los hombres desean y la manera en que se relacionan sexualmente con las mujeres no conseguiremos avanzar en igualdad. Y aquí vuelvo a lo del comienzo ¿cómo nos ven los hombres? (muchos hombres, incluso aunque ellos mismos no quisieran) ¿cómo se relacionan sexualmente con nosotras (y no sólo sexualmente)?

Muchos hombres se relacionan con nuestros cuerpos como si sólo fuéramos un cuerpo, porque eso es lo que aprenden, lo que se les enseña, porque así han construido su deseo. Sólo ven y desean un cuerpo. Y asumo que todo deseo supone cierta cosificación, pero el problema es cuando dicha cosificación borra todo lo demás. El cuerpo que muchos hombres desean es un trozo de carne inerte, a veces ni siquiera es un cuerpo animado. Lo vemos en la publicidad, en esas mujeres con aspecto de enfermas o muertas que, sin embargo, se supone que son atractivas para vender cualquier cosa. No es casualidad, es parte del artefacto. De hecho, muchos hombres no necesitan ni que el deseo sea recíproco ni que estemos vivas para mantener una relación sexual.

Esto no es una exageración. Los hombres (muchos) acuden a la prostitución donde el deseo y el placer de ella están ausentes, y eso es por lo que se paga, precisamente. A veces incluso lo que está presente es el dolor o el asco, pero eso no les importa. Si muchos hombres aprenden a relacionarse con las mujeres sin que el deseo o el placer de la mujer importe, sin que importe nada de su bienestar, eso supone que no importa su humanidad sino sólo su carne allí puesta, carne que ni siquiera tiene que estar animada. ¿Eso que consecuencias tiene en las relaciones sociales, en la consideración de las mujeres como iguales?  Ocurre con el porno hegemónico que obviamente ha cambiado en las últimas décadas hacia un porno en el que las mujeres son aplastadas, machacadas, violadas. ¿Eso qué dice acerca de cómo se supone que los hombres aprenden a masturbarse? Y aunque las prostitutas y las mujeres que aparecen en la pornografía son mujeres reales de carne y hueso, a veces parece que eso es casi un incordio. El éxito de las muñecas sexuales va en ese sentido. Y las muñecas sexuales que se compran por precios desorbitantes y de las que se llega a decir “que sólo les falta hablar” no  se usan sólo para el sexo; hay hombres que las sientan a la mesa, las meten en la cama, las visten y “hablan” con ellas. Estos hombres no están locos, sólo han llevado al límite un aprendizaje social común a todos ellos. Las mujeres cuanto más calladas y más sexys más deseables. Las mujeres como agujero.

Y pensaba todo esto a propósito de la sentencia de la manada de Manresa. Todos ellos disfrutaron y les pareció normal violar a una mujer que estaba como muerta. Disfrutaron con la vagina de una mujer inconsciente, podía haber sido una muñeca, podía estar muerta. En México existen ya mafias que se dedican a drogar a la mujer señalada por el cliente para que él la pueda violar a gusto. Ya ni siquiera la quieren viva. Y no sólo pienso en los violadores que todas nosotras, pero no así la justicia, sabemos que lo son. En realidad me intriga ese hombre que se masturbó allí mismo y al que el tribunal absuelve porque, supuestamente, no podía hacer nada. Es, de toda la sentencia, lo que me produce más estupefacción. Que un tribunal le declare inocente porque, según parece, no podía hacer nada. Menos podía hacer ella y no se la ha considerado víctima de violación. Pero, en todo caso, aceptemos que él no podía enfrentarse  a seis hombres; no se le pide eso, pero es evidente que podía salir corriendo y pedir ayuda. O quizá no pero podía sentirlo, solidarizarse con la víctima, no mirar, no querer participar de la violación, podía decir algo aunque no fuera al límite de ponerse él mismo en peligro. Pero no, se quedó y se masturbó. La escena le resultó excitante y sacó provecho de ella. Y aun así es inocente porque, por lo visto, es normal todo ello: que la escena le pareciera excitante (tan parecida a todas las escenas con las que los chicos se educan eróticamente); que ya que le parecía excitante se masturbara, qué menos. El tribunal entiende que penetrar a una mujer inconsciente es malo pero no tan malo como si estuviera consciente. Pero el tribunal también entiende que masturbarse ante una violación no tiene importancia.

La tiene. Y va más allá de la calificación moral que se le puede aplicar a una persona que presencia una violación y se masturba con toda tranquilidad; no hablo de eso, ni hablo de castigo  penal, aunque me parece que este es un caso claro de omisión de socorro. Aquí no hablo de eso. Hablo de que el mundo está lleno de hombres normales que son, sin embargo, completamente insensibles a la humanidad de las mujeres cuando las han sexualizado. Hablo de que a muchos hombres normales les parece que tener sexo con mujeres que podrían estar muertas, que están borrachas, drogadas, aterrorizadas, asqueadas, obligadas…no tiene importancia ni les resta un ápice del placer que sienten; hablo de lo que supone que muchos hombres normales encuentren que una muñeca es como una mujer, y hablo de eso porque creo que todo conduce al mismo sitio: a que muchos hombres (muchos más de los que pensamos) estarían contentos si las mujeres fuesen como las muñecas, que no hablan, no sienten, no discuten, sonríen, siempre sonríen y, sobre todo, ponen sus cuerpos a disposición. Y sabemos que así nos han educado durante mucho tiempo también a las mujeres, para ser como muñecas. Podemos hacer mil leyes y condenar a los agresores a mil años de cárcel pero eso no va a provocar cambios mientras no nos preguntemos (y mientras ellos se pregunten) cómo cambiar la subjetividad sexual masculina para que los hombres busquen relacionarse con mujeres reales, que hablan, piensen, sienten y gozan, como ellos.

Para que el hombre que mira se convierta en el hombre que comparte y que busca relacionarse con otro ser humano nos queda mucho camino y no sé si tenemos claro cómo hacerlo. Pero lo que me parece evidente es que es imposible combatir el síntoma sin acercarnos a la enfermedad. ¿Cómo hacer para que los hombres dejen de mirarnos como si nuestra mirada no importara? ¿Cómo hacer para que nos miremos mutuamente? ¿Cómo hacer para que las miradas de deseo de los hombres sobre las mujeres busquen, sobre todo, otra mirada de deseo sobre ellos? ¿Cómo tenemos que hacer para que el calor de un cuerpo excitado solo se conforme con otro cuerpo igual de excitado?  No será con castigos únicamente, eso está claro.

Publicado en:  Cuarto Poder

Por Beatriz Gimeno

Nací en Madrid y dedico lo más importante de mi tiempo al activismo feminista y social. Hoy, sin embargo, soy un cargo público. Estoy en Podemos desde el principio y he ocupado diversos cargos en el partido. He sido Consejera Ciudadana Autonómica y Estatal. Del 2015 al 2020 fui diputada en la Asamblea de Madrid y ahora soy Directora del Instituto de la Mujer. Sigo prefiriendo Facebook a cualquier otra red. Será la edad.
Tuve la inmensa suerte de ser la presidenta de la FELGTB en el periodo en que se aprobó el matrimonio igualitario y la ley de identidad de género. He dado lo mejor de mí al activismo, pero el activismo me lo ha devuelto con creces.
Estudié algo muy práctico, filología bíblica, así que me mido bien con la Iglesia Católica en su propio terreno, cosa que me ocurre muy a menudo porque soy atea y milito en la causa del laicismo.
El tiempo que no milito en nada lo dedico a escribir. He publicado libros de relatos, novelas, ensayos y poemarios. Colaboro habitualmente con diarios como www.eldiario.es o www.publico.es entre otros. Además colaboro en la revista feminista www.pikaramagazine.com, así como en otros medios. Doy algunas clases de género, conferencias por aquí y por allá, cursos…El útimo que he publicado ha resultado polémico pero, sin embargo es el que más satisfacciones me ha dado. Este es “Lactancia materna: Política e Identidad” en la editorial Cátedra.

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