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¿Elogio al cuidado o elogio al vacío?


Tras las últimas movilizaciones feministas, especialmente después del 8M, pero ya antes, hemos visto como muchas de las reivindicaciones feministas han sido rápidamente objeto de mercadeo ideológico, asimiladas y utilizadas por todo el mundo, incluidas notorias personas o proyectos antifeministas. Por ejemplo vemos a Ciudadanos, el partido que exigía hace poco acabar con la ley contra la Violencia de Género a la que llamaba “violencia doméstica”, erigirse en adalid del feminismo. Ver a los machistas convertidos en feministas en dos días, es risible. Con todo, lo más preocupante no es que algunos de los conceptos feministas sean utilizados a izquierda y derecha acríticamente, como comodines sin contenido, sino que más peligroso es que dichos conceptos puedan servir como dique de contención a las verdaderas potencialidades transformadoras del feminismo, invisibilizando las opresiones, pervirtiendo su significado o, peor aún, haciendo pasar por transformadores contenidos claramente reaccionarios. Pensamos que esto puede estar ocurriendo con el término “cuidado”, que ha pasado a ser un término multiusos que se pretende que designe todo lo bueno del feminismo (en algunos casos lo único bueno), y casi cualquier virtud ética y moral, sin más.

El 8M puso en el centro de la política la cuestión de los cuidados, que se correspondería en gran parte con lo que antes llamábamos trabajo reproductivo. Estamos asistiendo a un crecimiento desmesurado de sus significados: en lugar de hacer política, cuidado; en lugar de derechos, cuidados; en lugar de solidaridad, cuidados; en lugar de justicia de género, cuidados. El término “cuidado” tiene, no lo negamos, potencialidades políticas positivas que hay que reivindicar: evoca comunidad, colectivo, lo común frente a una sociedad individualista y, sobre todo, frente a unos poderes que han arrasado con todo. Cuidado tiene características afectivas, cercanas, humanas, con las que la mayoría puede identificarse, frente a unos poderes lejanos, deshumanizadores, brutales. Poner en valor el cuidado es subrayar la interdependencia necesaria para sobrevivir y para construir una vida digna; es poner en valor las redes de relación, lo que nos une, es parte de la construcción de un nosotros/as. Una alternativa, un nosotros/as frente a ellos, que hoy podemos construir en clave feminista.

Cuando apelamos al cuidado las feministas tenemos que estar alerta no vaya a ser que acabemos en el mismo sitio del que hemos luchado por salir

Pero también tiene sus riesgos y hay que denunciarlos. El cuidado forma parte de la adscripción de género femenino, de lo que ya nos impone la sociedad por ser mujeres; así que nadie tiene que decirnos a las mujeres que cuidemos, ya lo hacemos. Denunciar que ser mujer es “ser para otros” es parte de la lucha feminista desde que el feminismo nace. Estos días vemos como el derechista gobierno polaco se escuda en el cuidado para acabar con los derechos largamente peleados por las mujeres. Esta es sólo una demostración muy gráfica de hasta qué punto puede caerse en eso que Amaya P. Orozco llama “la ética reaccionaria del cuidado”. Cuando apelamos al cuidado las feministas tenemos que estar alerta no vaya a ser que, después de dar una enorme vuelta, acabemos en el mismo sitio del que hemos luchado por salir. Pero no sólo el feminismo tiene que cuidarse del cuidado, porque lo cierto es que el término puede incluir significados ranciamente paternalistas y reaccionarios desde el punto de vista político.

Cuando hablamos de cuidar a un país, de un país de cuidados o de cuidar a un partido estamos por una parte equiparando el país, el partido, la comunidad, con la familia, tal como se ha hecho tradicionalmente desde ideologías muy reaccionarias. Y estamos ocultando intencionadamente otros términos políticos como “derechos”. Estamos, además, utilizando el concepto de familia más alejado de cualquier definición crítica o feminista, por lo que nos estamos situando, al hacerlo así, en una posición de poder patriarcal. Sí, ya sabemos que las familias son espacios de bienestar y solidaridad, de afectos necesarios, de interdependencia y cuidados. Pero la familia es también (especialmente para las mujeres, pero también para niños y niñas) un espacio de maltrato, de abusos y desigualdad de género. La familia es un espacio que ha salvado a mucha gente en tiempos de neoliberalismo brutal y eso hay que ponerlo en valor; pero las feministas no podemos dejar de exigir la democratización de dicha institución, la denuncia de las injusticias que se producen en su seno y la necesidad de visibilizar que el cuidado que se ofrece en ese espacio es para nosotras, en muchas ocasiones, un pozo sin fondo de desigualdad que se come nuestras vidas. Por eso hemos hablado de socialización de los cuidados, de políticas públicas, de trabajos reproductivos, de desfamiliarización de ciertos trabajos. Presentar una idea romantizada de los cuidados como contendedores de todo lo bueno de este mundo supone invisibilizar la parte opresiva de los mismos para las mujeres.

Un país no necesita cuidados, necesita solidaridad, justicia, derechos

Trasladar “cuidado”, sin más, a ámbitos no familiares presenta otros problemas. La familia no es una institución democrática, sino regida por el afecto. ¿Es justo decir que eso es lo que necesita un país o un partido? Eso es más propio de dictadores paternalistas que de políticos demócratas. Un país no necesita cuidados, necesita solidaridad, justicia, derechos. ¿Es útil suplantar derechos por cuidados en el ámbito de la política? No, a no ser que se quiera regresar a la figura del político-padre afectivo pero autoritario que quiere lo mejor para sus hijxs y sabe en todo momento lo que es mejor para ellos/as. Derechos es un término político cuyo contenido está claro. Cuidados, como hemos dicho, tiene significados transformadores, pero también otros muchos que son opresivos, paternalistas o que incluso pueden llegar a oponerse a los verdaderos derechos. Si alguien cree que se pueden sustituir los derechos por los cuidados (sin haber definido aún qué entendemos por cuidados exactamente) es que nos está queriendo birlar los verdaderos derechos.

Por eso mismo, también podemos deslizarnos por pendientes paternalistas y ciertamente reaccionarias cuando utilizamos la palabra cuidados para lo que son trabajos remunerados siempre feminizados. El componente afectivo no es algo que quieran para sí todas las profesionales (por más que sume y que pueda ser conveniente para determinados empleos), pero las profesionales no quieren ser cuidadoras, quieren ser reconocidas como profesionales de un trabajo duro e imprescindible con sus correspondientes derechos laborales. Si todo es cuidados, al final, es inevitable que en la mente de la gente aparezcan muy cercanos el trabajo de una empleada doméstica (que necesita derechos laborales) del trabajo de la madre de clase media que la contrata.

Publicado en: CTXT

Por Beatriz Gimeno

Nací en Madrid y dedico lo más importante de mi tiempo al activismo feminista y social. Hoy, sin embargo, soy un cargo público. Estoy en Podemos desde el principio y he ocupado diversos cargos en el partido. He sido Consejera Ciudadana Autonómica y Estatal. Del 2015 al 2020 fui diputada en la Asamblea de Madrid y ahora soy Directora del Instituto de la Mujer. Sigo prefiriendo Facebook a cualquier otra red. Será la edad.
Tuve la inmensa suerte de ser la presidenta de la FELGTB en el periodo en que se aprobó el matrimonio igualitario y la ley de identidad de género. He dado lo mejor de mí al activismo, pero el activismo me lo ha devuelto con creces.
Estudié algo muy práctico, filología bíblica, así que me mido bien con la Iglesia Católica en su propio terreno, cosa que me ocurre muy a menudo porque soy atea y milito en la causa del laicismo.
El tiempo que no milito en nada lo dedico a escribir. He publicado libros de relatos, novelas, ensayos y poemarios. Colaboro habitualmente con diarios como www.eldiario.es o www.publico.es entre otros. Además colaboro en la revista feminista www.pikaramagazine.com, así como en otros medios. Doy algunas clases de género, conferencias por aquí y por allá, cursos…El útimo que he publicado ha resultado polémico pero, sin embargo es el que más satisfacciones me ha dado. Este es “Lactancia materna: Política e Identidad” en la editorial Cátedra.

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