Otra vez una tragedia espeluznante, otra vez la movilización global y la solidaridad. Como todos estoy impresionada por la tragedia y por las imágenes que nos llegan de Haití y sin embargo no puedo librarme de la idea de que esta movilización universal de soldados, médicos, cooperantes, policías, enfermeros, bomberos, voluntarios de todo tipo y más soldados… no es nada, una gota bienintencionada en un océano de dolor y también un terrible espectáculo de marketing global; un espectáculo que ya hemos contemplado muchas veces.
Las sociedades y los países se vuelcan ante las tragedias naturales pero nunca ante las tragedias sociales, como si éstas no conllevaran dolor y muerte. Es una forma de lavar la conciencia (o de aprovechar las circunstancias para limpiar la propia imagen) por no evitar -e incluso provocar- aquellas tragedias que sí podrían evitarse. Siempre es igual, pueblos enteros, millones de personas viviendo en lodazales inmundos que tarde o temprano se los tragan, viviendo en chabolas que se llevará por delante cualquier seísmo, muriendo de hambre, de enfermedades curables…para esos no hay ayudas, para esos no hay justicia. Pero cuando a esas mismas personas les cae encima un desastre natural que termina con lo poco que queda de ellos, entonces corremos a ayudar. Los desastres naturales son terribles en los lugares en donde ya se vivía en condiciones terribles.
Las consecuencias del terremoto de Haití son, como siempre, consecuencia de la injusticia brutal, de la tragedia cotidiana a la que estaba sometido aquel país. Recordemos que el barrio rico de Puerto Príncipe ha quedado indemne y no olvidemos que el terremoto de 7.1 en Japón produjo menos de diez muertos; recordemos que el de Haití ha sido de 7.3 y que en un país rico los hospitales estarían seguramente en pie, la policía estaría patrullando, el gobierno se habría puesto al frente de la crisis y la ayuda llegaría a los damnificados. ¿No era ya suficiente tragedia que el 80% de los haitianos viviera en la absoluta pobreza? ¿No era bastante llamada a la solidaridad, a la justicia, que la mitad de los niños no fueran a la escuela, que muchos de ellos vivieran en un sistema de semiesclavitud legalizado?
Al parecer, no. El mundo anestesiado no se moviliza ante sistemas económicos o políticos devastadores que condenan a millones de seres humanos a condiciones de vida insoportables, pero parece volar para ayudar a enterrar los cadáveres de las catástrofes naturales. Durante décadas, algunos de los países que ahora se movilizan, especialmente EE.UU., han provocado con sus políticas que la vida de los haitianos fuese el infierno que era; han permitido o alentado a dictadores que robaban, asesinaban, torturaban, hacían desaparecer a opositores. No sólo los gobiernos, también el sistema económico que necesita esquilmar a los pobres para seguir creciendo, había ya convertido a los haitianos en víctimas. A nadie le importaba entonces que esos millones de vidas resultaran vidas sin futuro, ejercicios dolorosos sin salida. Ahora que no hay más que muerte los mismos soldados que invaden ante la amenaza de un régimen no conveniente y que instalan y mantienen a dictadores inmundos, limpian las carreteras de cadáveres.
Ayudar a gestionar la muerte, escandalizarnos cuando esta parece ser demasiada es lo que hacemos los ricos con los países pobres. La cosa es tan triste que las víctimas del tsunami del sudeste asiático dicen que ahora están mejor que antes. Así que tendremos que convenir que los pobres necesitan que se los lleve por delante un terremoto para que nos demos cuenta de que existen.
Publicado en El Plural