Lo más terrible del asunto de la prostitución últimamente aireado en los periódicos es que parece que lo único que molesta es que se vea. Pero no que se vea el entramado que la crea y la mantiene, no, que se las vea a ellas, a las putas. Pero ellas ni siquiera serían putas si no fuera por la existencia de ellos, de los puteros. Y a ellos nadie les menciona. Nadie dice: “Echemos de aquí a los puteros”, “fuera puteros del barrio” como si lo de la prostitución fuera cosa de ellas, cuando en realidad es de ellos. Se habla sólo de ellas como si fuesen objetos cuya visión molesta, cosas que se pueden mover de acá para allá (sin mucha convicción). Han sido completamente deshumanizadas, lo cual es normal porque eso es lo primero que le ocurre a una cuando encarna a una prostituta, que se convierte en un objeto. Los medios de comunicación las muestran como si fueran mobiliario urbano a desterrar por feo, las asociaciones vecinales piden que se las lleven a otro sitio, como quien mueve un banco de sitio. Es como si ellas estuvieran allí, molestando a todo el mundo, pero a solas. En realidad, los que molestan son ellos, los que deberían ser excluidos, expulsados, identificados, multados y reeducados son ellos y con ellos, toda la parte de la sociedad que considera esto normal.
Me llama la atención la inanidad (y la injusticia) de las medidas adoptadas por las autoridades. Si la prostitución no es un delito y se supone entonces que lo que la policía busca cuando se dedica a “identificar” es molestar de manera que terminen cansándose y marchándose de dónde están, ¿por qué no identifican a los puteros? Ellas van a volver porque no tienen más remedio y porque la policía debe ser el último de sus problemas; pero quizá ellos, que se deben creer hombres respetables, se sentirían un poco más intimidados si la policía se dedicara a pedirles la identificación a cada rato. Puestos a buscar soluciones sin sentido y que no sirven para nada, puestos a no atreverse a encarar de verdad el debate, esto de molestar a los hombres parecería más justo y quizá hasta más efectivo que lo otro, lo de molestarlas a ellas.
Algunos medios de comunicación son de una hipocresía inmunda, por cierto, cuando parecen mostrar dicha actividad como algo negativo mientras publican anuncios en los que venden eso mismo que después critican. Lo que anuncian en sus páginas de “contactos” es eso, lo mismo que ahora vemos en sus primeras páginas. Y en tanto que esos periódicos ganan muchísimo dinero con la prostitución, son también grandes chulos de este negocio. Si hay periódicos como Público, que ha decidido no publicar anuncios de prostitución, aquellas personas que consideramos la lucha contra este mal como una prioridad deberíamos dejar de comprar cualquier periódico que se lucre con ella. ¿Lo hacemos?
El problema es que un abordaje integral de la prostitución requeriría reconocer dos cosas. Una, que en el sistema capitalista la comercialización y explotación de los cuerpos, o de partes de ellos y para cualquier uso, es imparable; y dos, que la prostitución es algo que tiene que ver con la construcción de la sexualidad masculina. Así pues cuestionar la prostitución supone cuestionar el uso y la explotación capitalista del cuerpo de otro y el uso y explotación patriarcal del cuerpo de otra. No parece que vayamos por ahí. Y no parece que los políticos, ni la sociedad en su conjunto, estén dispuestos a cuestionar estas dos cosas en profundidad. En todo caso era cuestión de poco tiempo que la derecha (una vez librados de la moralina religiosa en la que ya nadie cree) se haya lanzado en tromba a la propuesta de la legalización. La prostitución es el capitalismo hecho carne, nunca mejor dicho, y es el patriarcado también. Respecto al Gobierno, no es posible seguir diciendo que la prioridad es luchar contra las mafias ¿A quién engañan? ¿Dónde está esa lucha? ¿Dónde está el acoso debido a esas mafias, cuando está toda España llena de puticlubs en los que jamás ha entrado la policía y llena también de mafiosos? ¿Cuánta gente hay en la cárcel? ¿Qué penas se les imponen? Y sobre todo ¿qué hacemos con ellas, con los miles de mujeres que se dedican a esto?
La prostitución no es otra cosa que una de las más palmarias demostraciones de la desigualdad entre hombres y mujeres, del poder de los hombres sobre las mujeres, sobre las mujeres pobres especialmente. La legalización de la prostitución significaría la legitimación social de la desigualdad y la admisión de que no podemos hacer nada. Respecto a su prohibición tengo muchas dudas porque creo que hay que ser sumamente cuidadoso para que una ley prohibicionista no se vuelva en contra de ellas, que son extranjeras, migrantes y pobres. Con lo que nunca estaré de acuerdo es con la ocultación. Me temo que la prioridad, de todos, de los medios, de los partidos, de los/as políticos/as, de las asociaciones…es quitarlas de la vista. Y si esa es su prioridad, yo prefiero que se vea. La vergüenza, cuanto más a la vista, mejor.
Publicado en: El Plural