Esta semana ando un poco desganada, será astenia primaveral, y no encontraba tema sobre el que me apeteciera nada escribir. He leído los periódicos toda la semana tratando de interesarme con algo y no lo he conseguido. Normalmente escribo en estado de furia y aporreo literalmente las teclas del ordenador para desquitarme. Pero esta semana, nada de nada. Camps y sus trajes apenas me han motivado. Si acaso sólo me ha motivado un poco la declaración del sastre explicando que Camps mandaba traer una trabilla especial de Italia para que los pantalones le quedaran perfectos. No sé quién puede dudar de este hombre que, sólo con esta frase, demuestra la veracidad de todo lo que dice. No hay más que ver a Camps para darse cuenta de que es un hombre capaz de hacer lo que sea para que el culillo le quede bien. En otra entrevista publicada el domingo Francisco Granados, otro de los “problemas” del PP, a una pregunta sobre el asunto responde: “¿Usted cree que Camps arriesgaría una carrera intachable por un traje?”. Pues sí, Camps sí. Ese hombre haría cualquier cosa por unos pantalones que resalten lo que hay que resaltar. Otros seguramente no moverían ni un dedo por un traje. Fabra, por ejemplo, está claro que no. Él no movería un dedo por tan poco. A Fabra los trajes le dan igual. Aun hay clases y Fabra, si no es por unas buenas recalificaciones, me parece a mí que ni se levanta de la cama. Fabra es más del pueblo, Camps es superfino.
Después está lo de la Iglesia y el aborto, pero es que estoy harta de escribir sobre la Iglesia. Ese bebé humano gateando que las abortistas queremos asesinar, frente a ese bebé lince que está diciendo “llevadme a casa”… Esta publicidad de los dos bebes es bonita, es muy tierna y mientras miro esos carteles tan bonitos y vea a ese señor Camino de la Conferencia Episcopal explicarla, me doy cuenta de que tiene unos graciosos carrillos sonrosados que le dan cierto aire de bebé grandote a él también. No puedo evitarlo, mientras le escucho decir tonterías, siento que me invade cierta ternura maternal que me preocupa sobremanera. Y ya definitivamente me preocupo muchísimo cuando me doy cuenta de que Camino tiene algo de razón. Resulta que, como todas las primaveras, me estremezco hasta el borde de las lágrimas cuando veo a esos bebés focas masacrados a palos. Así que, ¡es cierto!, me preocupo por los bebés focas, por los bebés linces y no por los bebés-bebés que gatean graciosamente, sonriendo, como vemos en la foto, confiados, sin conocer el destino que les espera. Esto sería terriblemente preocupante si no fuera porque monseñor (creo que es monseñor) también nos ha informado de que es la tónica de este mundo: un mundo que defiende más la flora y la fauna que a los bebés, así que estoy dentro de la media. Al leer esto me preocupo un poco menos.
Estos dos son los temas de la primavera, y yo debería indignarme al escribir sobre ello pero, no sé qué me pasa, estoy desganada y no me inspiran nada. Pero como no hay mal que cien años dure, un día leo que Nuevo México va a derogar la pena de muerte y me animo un poco, y después veo a Andrés, ese niño que se ha curado de una enfermedad mortal gracias a que ni la ciencia ni los políticos ni nadie han hecho puñetero caso a la Iglesia y se me escapa una sonrisa. En medio del estercolero, siempre puede encontrarse una moneda de oro, que decía mi abuela. Tenía toda la razón.
Publicado en: El Plural