Celia Amorós ha explicado en muchas ocasiones su consideración de que el paradigma de la Ilustración que proclamó la igualdad universal mientras teorizaba al mismo tiempo la desigualdad de las mujeres, se configuró, sin embargo y es de suponer que a su pesar, como el marco teórico que permitió que el feminismo fuera pensable; porque esa teorización imperfecta de la igualdad puso la semilla de una voluntad y de un deseo que superó con mucho los límites que los propios ilustrados le impusieron. Eso ocurrió primero con el feminismo, que la filósofa Amelia Valcárcel llamó “hijo bastardo de la Ilustración”, hijo por tanto no querido, y ocurrió después con muchos otros grupos sociales excluidos de la Igualdad, de la Libertad y la Fraternidad revolucionarias. En ese sentido, la teorización de los derechos LGTB sería el hijo más ilegítimo de la Ilustración, pero uno de los que con más fuerza ha venido a exigir que le sea reconocida su filiación ilustrada. Es evidente que ni los derechos humanos ni los derechos civiles se teorizaron pensando en los que pronto serían llamados perversos sexuales, pero sin embargo han terminado siendo nuestro marco de referencia imprescindible.
