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Guerra y feminismo


Este no es un artículo sobre la guerra, sino una breve reflexión sobre los vínculos del feminismo con el pacifismo. Hay en estos días muchos artículos sobre las mujeres y la guerra, discusiones acerca de si las mujeres somos más o menos pacíficas que los hombres, sobre el papel que han jugado las mujeres (y juegan) en las guerras etc

Como primera cuestión es necesario decir que no es lo mismo mujer y guerra que feminismo y guerra. Las mujeres han participado en muchas guerras y pueden ser igual de belicistas que los hombres. El feminismo, como teoría crítica de la sociedad, reflexiona sobre las cuestiones que afectan a las sociedades siempre desde la ruptura del androcentrismo y con el objetivo de conseguir la igualdad entre mujeres y hombres.  En ese sentido, el papel que el feminismo ha jugado en la construcción del pacifismo es incuestionable, aunque es justo recordar que, históricamente, no todo el feminismo ha sido siempre pacifista y que en determinados momentos históricos el feminismo también se ha roto por su posición ante la guerra. No obstante, tome la postura que tome cada mujer feminista, lo que el feminismo sí comparte es un determinado análisis sobre la guerra. Y finalmente, en todo caso, es indiscutible que el pacifismo surge, en parte, del sufragismo, que los movimientos pacifistas organizados están liderados y ocupados mayoritariamente por mujeres y que los análisis del feminismo sobre las guerras permiten establecer un vínculo permanente entre aquel y el pacifismo.

La guerra se escribe siempre sobre un evidente subtexto de género que se naturaliza con mucha facilidad. De repente, muchas personas que son capaces de cuestionar las diferencias sociales relacionadas con el sexo, parece que dejan de verlas o, en todo caso, las encuentran menos criticables o importantes cuando hay guerra. Los que van a combatir son hombres y las que huyen son mujeres y niños. Y aunque haya muchas mujeres que vayan al frente y muchas que participen del esfuerzo bélico en otras posiciones, lo cierto es que los roles de género se refuerzan. Ellos pasan a ser protagonistas, fuertes, ellas refuerzan su rol de cuidadoras y todo deja esto deja de ser cuestionable. Es lo natural y considerarlo así va a tener consecuencias durante la guerra y también después. Las guerras paralizan la agenda feminista y cambian las prioridades sociales que pasan a ser absolutamente androcéntricas. ¿A quien le importa el cuidado en un escenario bélico o post bélico? Si se produce una destrucción masiva de puestos de trabajo, ¿quién va a volver a ocuparlos? ¿Si verdaderamente se produce una masacre y hace falta aumentar la natalidad, ¿quién va a recibir inventivos para ocuparse de la reproducción?  Si se ha producido una legitimación social de la violencia, ¿cuánto costará deslegitimarla como solución a los conflictos públicos y privados? Cuando hay guerra, todo el marco político, social y de pensamiento se derechiza y, de manera inevitable, se masculiniza. Las guerras derechizan y masculinizan el sentido común y debilitan la democracia y la lucha por la igualdad y los derechos humanos. Incluso aunque la causa primera sea justa. El feminismo saldrá perdiendo porque la lucha feminista está intrínsecamente relacionada con el avance de la democracia y con la democratización de todos los espacios e instituciones: la familia, la pareja, el amor, el cuidado, la maternidad/paternidad. Además, está también muy vinculado a la deslegitimación social de la violencia y de las lógicas de dominio.

No está de más en este momento leer a Virginia Woolf en Tres Guineas, su alegato pacifista, tan poco entendido entonces. Decía Virginia Woolf, en plena Segunda Guerra Mundial, que muchas mujeres tenían un Hitler en su casa que nadie se ocupaba de combatir. Naturalmente, no se entendió y me temo que seguiría sin entenderse. Si asumimos que una de cada tres mujeres del planeta sufre violencia de manera cotidiana, en muchas ocasiones cercana a la tortura, no es exagerado decir que nosotras ya estamos en guerra, que sufrimos violencia física, psíquica, simbólica, moral y económica, organizada y perpetuada por estructuras de un sistema patriarcal, racista y clasista. Pero nosotras no respondamos con violencia a la violencia, sino con negociación y lucha política y  social. Woolf sostiene que la familia patriarcal jerárquica asimétrica y autoritaria es el núcleo socializador del tipo de estructura psicológica y social sobre el que se instala el imaginario bélico y el instinto de dominio. Hoy diríamos, después de un siglo de teoría feminista, que esa lógica de dominio va mucho más allá de la familia, que se extiende por las instituciones y el cuerpo social, pero es la misma lógica. El patriarcado instaura la lógica del dominio en todas las instituciones sociales privadas o públicas y la guerra es la extensión de ese afán de dominio.

Leía un hilo en Twitter el otro día que afirmaba que la masculinidad hegemónica no es la causa de las guerras, que es una cuestión cultural que puede influir pero que sin masculinidad hegemónica seguiría habiendo guerras. Decía lo mismo de las maras o de las bandas criminales que ejercen una gran violencia sobre las mujeres. En ambos casos la causa de esa violencia no es la masculinidad, decía, sino la pobreza. Opino que no hay un análisis feminista detrás de esa afirmación. La masculinidad hegemónica es condición necesaria (aunque no suficiente) para la guerra. La masculinidad hegemónica es la herramienta de una ideología patriarcal basada en conceptos como honor, nación, jerarquía, deseo de dominio,  fuerza… y sin la asunción mayoritaria de esos conceptos como valiosos, más valiosos que la vida, la guerra no se impondría (o no con tanta facilidad).

El análisis que hace Virginia Woolf de los uniformes militares sigue plenamente vigente, así como los análisis que podamos hacer sobre la erotización del poder y la violencia que el patriarcado impone.  Pero, sobre todo, es que la masculinidad hegemónica es una consecuencia del sistema de dominación llamado patriarcado y que es muy anterior al capitalismo. De hecho, el patriarcado es también un sistema de expropiación material y, como ha explicado la historiografía feminista, es el modelo de cualquier otro sistema de expropiación y de desigualdad. El patriarcado se funda sobre la expropiación de la capacidad reproductiva y del trabajo (que pasa a ser obligatorio y gratuito) de las mujeres. Y lo hace a través del miedo, de la amenaza parmente, de la violencia, del control sobre la Otra, de la deshumanización, de la equiparación de las mujeres al territorio, del dominio del territorio. Por eso, la violencia sobre las mujeres opera históricamente en determinados momentos y contextos como garantía de gobernabilidad. Federici explica muy bien como el nacimiento de un capitalismo incipiente se hace sobre los cuerpos, la cultura y las vidas de las mujeres. Las brujas fueron quemadas para imponer el miedo y el dominio y, en definitiva, poder apropiarse de tierras y bienes comunes. Segato explica la manera en que algunos estados mafiosos actuales basan en la guerra contra las mujeres su propia inteligibilidad y posibilidad de dominio.

La filósofa feminista María Luisa Femenías hace un breve listado sobre la relación entre el feminismo y el pacifismo y su contraparte: la guerra. Aquí lo copio en parte:

1. Vinculaciones  conceptuales:  el  marco  conceptual  al  uso  es  una  suerte  de  lente socialmente construida través de la que se ve el mundo, estructurado sobre el concepto de «lógica del dominio». Feminismo y pacifismo comparten un fuerte vínculo conceptual que propone examinar para eliminar el sistema de privilegios y de dominio.

2. Conexiones empíricas: remiten a los datos concretos sobre vínculos entre mujeres, niño/as, pobres, medioambiente, etnorrazas y formas de violencia (matar, soportar, padecer violación, embarazos no-deseados, hambre, enfermedades degenerativas, esterilidad). Esto implica identificar las conexiones jerárquicas de hecho e identificar los pactos de silencio (desde las violencias intrafamiliares al ocultamiento de los desechos tóxicos desrregulados o los modos de provocación para argumentar «defensa» o «reacción justa».

3. Relaciones  históricas:  los datos empíricos muestran importantes conexiones y constantes históricas entre el maltrato a las mujeres, a las minorías raciales, a los pobres, a los migrantes, etc. y las actitudes militaristas y antiabortistas (extrema derecha).

4. Estilo de la praxis: se trata de los modos afines en que tanto las mujeres como los grupos pacifistas protestan y denuncian. Buen ejemplo de ello, fueron los movimientos de las sufragistas de las que M. Gandhi adaptó el modelo de protesta e incidencia social, las «rondas»  de las Madres de Plaza de Mayo o los «actos relámpago de concienciación» de los movimientos ecologistas, entre otros.

5. Vinculaciones simbólicas y psicológicas: al nivel del lenguaje, conexiones «naturales» entre sexismo, lenguaje bélico, de dominación y violento, que incluyen la interiorización, el racismo, la feminización del enemigo, la cosificación o naturalización de las mujeres, y la estructuración de las explicaciones cotidianas sobre la base de la metáfora de la guerra. Se construye un  imaginario  que  domestica  tanto  las armas nucleares como las convencionales, naturaliza a las mujeres y feminiza al enemigo y a la naturaleza. Se establecen órdenes jerárquicos, socialmente disfuncionales en sistemas democráticos profundos, por una cadena de conexiones asociativas jerárquica, acrítica, limitante y naturalizada.

Los vínculos entre pacifismo y feminismo son históricamente profundos y muy importantes. Este es un breve apunte sin pretensiones de exhaustividad y que no prefigura ni prejuzga la posición de todas las feministas ante esta guerra pero, al menos, sepamos de qué estamos hablando y no hagamos como si cientos de años de teoría sobre feminismo y guerra no hubiesen existido.

Publicado en: Público

Por Beatriz Gimeno

Nací en Madrid y dedico lo más importante de mi tiempo al activismo feminista y social. Hoy, sin embargo, soy un cargo público. Estoy en Podemos desde el principio y he ocupado diversos cargos en el partido. He sido Consejera Ciudadana Autonómica y Estatal. Del 2015 al 2020 fui diputada en la Asamblea de Madrid y ahora soy Directora del Instituto de la Mujer. Sigo prefiriendo Facebook a cualquier otra red. Será la edad.
Tuve la inmensa suerte de ser la presidenta de la FELGTB en el periodo en que se aprobó el matrimonio igualitario y la ley de identidad de género. He dado lo mejor de mí al activismo, pero el activismo me lo ha devuelto con creces.
Estudié algo muy práctico, filología bíblica, así que me mido bien con la Iglesia Católica en su propio terreno, cosa que me ocurre muy a menudo porque soy atea y milito en la causa del laicismo.
El tiempo que no milito en nada lo dedico a escribir. He publicado libros de relatos, novelas, ensayos y poemarios. Colaboro habitualmente con diarios como www.eldiario.es o www.publico.es entre otros. Además colaboro en la revista feminista www.pikaramagazine.com, así como en otros medios. Doy algunas clases de género, conferencias por aquí y por allá, cursos…El útimo que he publicado ha resultado polémico pero, sin embargo es el que más satisfacciones me ha dado. Este es “Lactancia materna: Política e Identidad” en la editorial Cátedra.

2 respuestas a «Guerra y feminismo»

Gracias por el post!

En relación a esta temática recientemente he leído la fabulosa obra de Virginia.
Creo que nunca he leído a Virginia tan lúcida como la he leído en esta obra. ¡Sublime!
¿Cómo se osa preguntarle a una escritora de tal talento y tan excepcional algo sobre la guerra?
¿Con qué valor se le exige a las mujeres dinero para alimentar la guerra, cuando a ella se les ha privado de absolutamente todo?
¿Con qué intención se pregunta de qué forma se puede evitar la guerra si solo se está pidiendo dinero para seguir manteniéndola?

«TRES GUINEAS» de VIRGINIA WOOLF, donde desde luego se ven claramente las ideas que se perfiló nueve años antes en «Una Habitación propia», pero aquí encontramos una Virginia mucho más madura y contundente en cuanto a dar respuestas a machos Alfa se refiere; aunque es difícil, me inclino a afirmar rotundamente que esta obra le hace sombra a «Una Habitación propia», sin lugar a dudas, y debería ser una obra fundamental para todo aquel o aquella que quiera entender de qué demonios va el feminismo. Y por qué somos feministas.

Un caballero con toda su inocencia, le escribe una carta donde le pide dinero para acabar con la guerra en Europa, además le lanza esta pregunta: ¿Cómo cree que podría evitarse la guerra?
Grave error.

Bien, tres años tardó Virginia en contestarle, para que os deis cuenta de que cuando digo que era especial, es que lo era. Y su contestación, que pretendía ser una carta, terminó siendo un libro de cerca de 300 páginas que se publicó en 1.938 (las cartas largas siempre son las mejores), empezando con esta bala:
«¿Cuándo se ha visto que un hombre instruido pida la opinión de una mujer acerca del modo de impedir la guerra?”.
Primer disparo (y nos atrevemos a añadir: y muerto).

Tres guineas.
Eso es lo que Virginia considera que tiene que aportar para acabar con la guerra.
Una guinea pasa acabar con las grandes dificultades y trabas que hay en el camino y a las que las mujeres se enfrentan para acceder a la educación.
Una guinea pasa acabar con la grandes desigualdades que existen entre las diferentes clases profesionales.
Una guinea para igualar de una vez por todas la participación en los espacios del poder.
Tres Guineas.

Virginia hace una descomunal descripción, basándose en biografías, la historia y hechos, de las grandes desigualdades que existen entre hombres y mujeres, siendo ellas siempre relegadas, expulsadas a la frontera, las extrañas.
Si queremos evitar la guerra, eso solo es posible, si nos negamos rotundamente a entrar en la sociedad que ha llevado a cabo esas guerras, si afirmamos que no vamos a cometer los mismos errores.
Y, eso empieza, por tener una sociedad donde la maldita desigualdad no exista.
Ahora el hombre siente lo que es estar condenado, siente la impotencia de que el poder los trate como inferiores, de que los maltraten, los maten… Bien, las mujeres ya venían soportando eso antes de la entrada del nazismo en Europa, por parte de sus hermanos.
¿Terrible, verdad?

Sin lugar a dudas se percibe el hartazgo que en Virginia producía ciertas actitudes machistas, y el gran dolor que suponía la guerra, cualquiera de ellas. No sólo perdió bienes materiales en ellas, estabilidad emocional, sino que perdió a su queridísimo sobrino, empeñado en ir a la guerra civil -¿Civil?- en España, batalla en la que murió solo unas semanas después, haciendo que Virginia -que tanto lo amaba- perdiera mucho más de lo que creía que una guerra podría arrebatar.

El humor de Virginia en extrañas ocasiones puede verse. Lo percibí en «Flush», en sus cartas y fragmentos de su diario y poco más. Aquí la he visto en todo su esplendor. Grandiosa, cómo se ríe en las narices del caballero que ha osado pedirle a una mujer -a Virginia, además- dinero y opinión sobre cómo evitar la guerra. ¡Hay que estar loco!

Pues caballero, ahí tiene sus tres Guineas, y hoy 85 años después, podemos comprobar como esas tres Guineas aún no han sido utilizadas.

Y si es escalofriante las imágenes de las que habla Virginia y que seguro a todos se nos viene a la cabeza cuando hablamos de guerras -casas destruidas, edificios hechos añicos, cuerpos mutilados, niños muertos-, lo es también el hecho de saber que, tres años después de escribir esto, Virginia se sumergió en un río.

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