Los políticos corruptos no tienen la más mínima dignidad. Tienen tal codicia, tal falta de perspectiva de la realidad, tal ausencia de sentido del propio honor que mientras cobran cientos de miles de euros de manera legal e ilegal, mientras reciben todo tipo de prebendas materiales, mientras viven en un palacete, son al mismo tiempo capaces de presionar a quien sea para que su mujer, en el caso de Matas, cobre 2000 euros al mes en un hotel haciendo nada o para que les inviten a sushi. Si hiciéramos un seguimiento del comportamiento- tipo del corrupto veríamos que son absolutamente previsibles, que reaccionan siempre de la misma manera. Primero lo niegan todo de manera enfática y soberbia, porque la soberbia forma parte del revestimiento con el que el corrupto se viste; después demandan a quienes les acusan de corruptos en nombre de su honor; finalmente, a veces, no siempre, terminan ante un tribunal. Entonces se repite lo mismo. Primero dicen que están contentos de poder probar su inocencia y de colaborar con la justicia; durante el juicio mienten lo que haya que mentir y se siguen mostrando tan soberbios como antes: hacen muecas, se ríen, hacen gestos despreciativos, se sientan o caminan con el cuerpo muy tieso, como Urdangarían cuando hacía el paseíllo hacia la sala. La chulería corporal, gestual, es la manera en la que quien no tiene honor ni dignidad pretende simularla. Es una especie de performance de dignidad, pero en esa sobreactuación se ve a la legua que se trata de un disfraz.
Y luego, según el juicio avanza y las cosas van a peor, estas personas empiezan a desinflarse como un globo pinchado, el cuerpo se empequeñece, se encorva, va perdiendo consistencia; es el momento en el que los atributos del poder se les van retirando y en el que empieza a aparecer la persona tal cual es. Los antiguos compañeros ya no les llaman, les visitan o siquiera les mencionan; los fiscales o los acusadores dicen en voz alta lo que durante años todo el mundo ha pensado pero no se ha atrevido a decir por miedo a represalias, ya no infunden miedo a nadie, nadie les respeta. Y en ese momento en lugar de reconocer sus corruptelas, pedir perdón, explicar que perdieron la cabeza, que les cegó la codicia, en lugar de comportarse siquiera ahora decentemente, que sería la única manera de recuperar cierto sentido de la dignidad, se convierten en alfeñiques patéticos que farfullan más mentiras y más indecencias. Y finalmente todos, ellos y ellas, tras varios meses o años sentados en el banquillo, escuchando en voz alta sus delitos, sus miserias, parecen siempre mucho más pequeños de talla de lo que parecían al principio. Casi podríamos pensar que la talla moral, una vez desvelada, fija también la imagen que nos hacemos de su talla corporal. Matas, Munar, Fabra, Camps…todos, todas, entraron en los tribunales pareciendo más grandes de lo que eran; eran minúsculos en realidad.
Ahora probad a poner a algunos dirigentes del PP, a algunos empresarios o famosos, con todos sus reclamos de derecho al honor, delante de un tribunal intentando explicar que cobraban en b, que aceptaban coches o viajes, que colaban a sus familiares en las listas de espera de los hospitales o que imputaban los gastos del cumpleaños de un hijo a la contabilidad empresarial…igual que haría cualquier padre o madre de familia, Señoría, y les veréis como lo que son, como personajillos pequeños e indignos. Y ahora recordemos también a Carlos Tormo, dirigente de Izquierda Unida en Castellón, que terminó en un banquillo por llamar corrupto a Carlos Fabra. Creo que ya se puede decir que Fabra es un corrupto, que Matas lo es, que Munar lo es. De todos los demás pringados en los chanchullos del PP, de los pringados hasta el fondo en la Gürtel, en los sueldos en b, la evasión fiscal, las comisiones, habrá que esperar y decir que son presuntos corruptos por ahora, pero la verdad es que a muchos de ellos les estamos viendo empequeñecer por momentos, les estamos viendo esa sobreactuación enfática y ridícula en la defensa de un honor hace mucho que no tienen.
Publicado en: El Plural