Estamos, desgraciadamente, habituados a las noticias que nos informan de mujeres muertas por violencia de género. Ya no pueden sorprendernos. En el mejor de los casos pensamos con dolor o rabia: “otra más”. En el peor, estas mujeres se han convertido en una cifra, en un número que retenemos en la memoria y al que acudimos al final del año con voluntad de hacer recuento. Estas mujeres casi no tienen nombre, ni recordamos sus historias personales, ni las circunstancias que las rodearon hasta el asesinato.
La semana pasada se produjo en Coslada un asesinato machista más. Pero en esta ocasión algo se me ha quedado grabado en la memoria todos estos días. Ahí estaba la televisión para recoger el momento exacto en el que el asesino era detenido, y ahí estaban sus hijos, en la puerta haciendo declaraciones a la prensa. Son estas declaraciones las que no me he podido quitar de la cabeza. En palabras de uno de los hijos, el padre asesino llevaba años maltratando a la mujer que, “como le tenía mucho cariño” no quería separarse. Puso una denuncia una vez, pero luego la retiró porque, como tantas otras mujeres, tenía que volver esa misma noche a su casa, a la convivencia con el maltratador, y tuvo miedo. “Si mantengo la denuncia me mata”, dijo la víctima a sus hijos.
Y es ahí donde yo me pregunto: esos hijos que ahora están tan compungidos por la muerte de su madre, esos mismos que aseguran que desprecian a su padre, ¿no podían haberse llevado a su madre de aquella casa? ¿No podían haberle ofrecido un refugio seguro? ¿Qué hijos son esos que permiten que su madre sea maltratada sin mover un dedo? No conozco las circunstancias exactas de este caso, pero muy extremas tienen que ser para que unos jóvenes no puedan coger a su madre y llevársela con ellos para librarla de su maltratador; defenderla, físicamente, si es necesario.
He visto muchos casos de estos. En este caso, ver a ese hombre adulto diciendo: “sabíamos que esto iba a pasar”, me ha tocado especialmente el corazón. Si sabías que esto iba a pasar ¿Por qué no hiciste nada para evitarlo? Ese aspecto del maltrato, que a veces pasa desapercibido, se me hace especialmente duro. Tanto como los golpes tiene que doler la desatención de los hijos, esa absoluta carencia de empatía por el dolor de sus madres. Es obvio que crecer entre el maltrato les ha dejado vacíos, pero qué triste tiene que ser comprobar que se ha criado a personas sin alma.
Publicado en: www.elplural.com