Ministra, Responsables de partidos políticos y sindicatos, amigas, amigos, compañeros: Hace dos años estábamos exultantes, a punto de conseguir un logro histórico en nuestra lucha; y no sólo en nuestra lucha concreta aquí y ahora, sino histórico de verdad en la lucha del movimiento LGTB internacional. Nos sentíamos felices, protagonistas de un
cambio en cuya consecución, además, cada uno de nosotros y nosotras, sentía que había participado activamente. Después ha venido también la ansiada aprobación de la ley de Identidad de género, nuestra otra gran reivindicación legal. Y a partir de aquí algunos nos hemos visto proyectados a un lugar extraño: al centro del interés mundial. Y hemos ido por el mundo contando cómo ha sido posible pero, sobre todo, contando – y esto es lo más importante que podíamos transmitir- que es posible; que todo es posible.
Gracias a nuestro trabajo, a vuestro trabajo, la FELGT se ha convertido en una organización de referencia mundial. Muchas de las organizaciones que nos escriben, que nos consultan, que miran hacia nosotros, se quedarían asombradas si vieran con qué medios humanos y materiales contamos y lo que hemos sido capaces de hacer con esos
medios, pero también quizá se quedarían asombrados si vieran cuánta capacidad de trabajo, cuánta ilusión, cuanto empeño, cuántas horas y cuántos sacrificios personales y profesionales hemos hecho en estos años para sacar estos proyectos adelante. Siempre que se me pregunta cómo es posible que en España se haya aprobado una ley
revolucionaria en muchos sentidos como lo es la de matrimonio, contesto que la verdadera revolución, y lo es de calado, no es que se haya aprobado la ley, sino que se haya aprobado en medio de un mayoritario apoyo social. Que en 30 años de lucha hayamos transformado la manera de ser y de pensar de una sociedad que a principios de
los 80 nos consideraba enfermos o degenerados y que ahora sabe que somos ciudadanos y ciudadanas que merecen disfrutar la plenitud de sus derechos: plenos derechos, plena dignidad; esa es la gran revolución ética que se ha producido en este país y que nosotros hemos impulsado decididamente.
Y después de todo esto ¿qué? Esta es la pregunta que nos hacen repetidamente los medios de comunicación, los políticos, los miembros de otras organizaciones y que inevitablemente tenemos que hacernos nosotros mismos. Después de esto seguir trabajando, obviamente; porque el objetivo de nuestra organización nunca fue el
matrimonio, así formulado, ni la ley de identidad de género; eso son pasos imprescindibles, pero el objetivo final siempre fue más ambicioso: acabar con la homofobia, transfobia, bifobia, con lo que nosotros llamamos LGTB fobia. Que ésta desaparezca de la faz de la tierra y para siempre. Que finalmente nadie entienda cómo fue posible que alguna vez se nos odiara tanto, se nos temiera tanto, se nos maltratara tanto, se nos provocara tanto sufrimiento. Que no se olvide, pero que se viva como un avance civilizatorio que ya no es ni puede volver a ser así. Ese es y ha sido en todo
momento nuestro objetivo final y, aunque hemos dado pasos, estamos lejos de conseguirlo.
Si el anterior Congreso abría la puerta a un periodo de ilusión en el que íbamos a recibir los frutos de nuestro trabajo, éste congreso debe abrir la puerta a un proceso de reflexión y de cambio. Reflexión y replanteamiento de nuestra situación y de nuestro lugar en el mundo. En este momento es necesario más que nunca hacernos plenamente conscientes de que de que por muy bien que nos vaya aquí, si una sola persona muere o sufre en cualquier lugar del mundo a causa de su orientación sexual o de su identidad de género, todos y todas estaremos amenazados. Mientras la diferencia signifique desigualdad, aquí o allá, en la práctica o simplemente en la imaginación de alguien, todos y todas
estaremos amenazados. Mientras la diversidad no sea entendida como lo que es, como algo específicamente humano, que nos define y nos enriquece, mientras esto no sea visto así, estaremos en peligro. Nos importa, y cada vez tiene que importarnos más lo que ocurre fuera, pero sin olvidar que las cosas no son fáciles tampoco aquí. Estamos viendo todavía como cualquier intento de educar contra la homofobia, cualquier referencia en la educación valorativa o
simplemente protectora, de la diversidad, por ejemplo de la diversidad familiar, genera la puesta en marcha de campañas de odio ante las que los poderes públicos continúan dejándonos en situación de indefensión.
De esta manera comprobamos cómo frente a un cambio legal y a un cambio en las costumbres y en la cotidianidad, el cambio cultural se está resistiendo y ese cambio es necesario. Dijimos que no había igualdad sin completa igualdad legal “las mismas leyes con los mismos nombres”, y ahora decimos que no habrá igualdad sin completa legitimidad cultural. Y esa legitimidad no está en absoluto ganada y es evidente además que un cambio de estas características requerirá un trabajo de muchos años. Los cambios legales son relativamente fáciles en comparación con los cambios culturales. Y eso si no se tuercen las cosas. Cuando el cambio cultural no se ha producido todo el proceso es aun reversible. También de esto tenemos ejemplos en la historia y algunos ejemplos están muy cerca de nosotros, geográficamente y en el tiempo. De momentos dulces que se han convertido en los momentos más amargos cuando, por razones coyunturales, se han producido retrocesos o incluso se han vivido momentos en los que se ha revertido la situación. No hay que irse a la Alemania nazi, ni al actual Afganistán, ahí están Polonia, Rusia o la Rumanía de ahora mismo para recordarnos que el odio puede meterse mañana mismo en nuestras casas.
Definitivamente, no estamos en esta lucha solamente para vivir sin que se nos persiga, estamos aquí porque estamos convencidos de que nuestra aportación es valiosa y puede contribuir a construir una sociedad mejor, más justa, más libre y, en definitiva, más feliz. El otro día me encontré con una frase que me llamó la atención. Estaba en el
manifiesto que leímos en 1998 en la Puerta del Sol al término de nuestra manifestación. “Nuestra sexualidad no necesita más justificación que el placer que nos produce”; parece que han pasado siglos pero hoy y desde aquí me gustaría volverme hacia esa frase y pensar que encierra en sí misma una declaración de vida, de principios éticos,
que es revolucionaria en sí misma y que sigue teniendo vigencia frente a todos –y son muchos- los que entienden la vida como un camino en el que el placer, el bienestar, la felicidad, la libertad son, cuanto menos, sospechosos.
Nuestro discurso no puede ser meramente reactivo, no puede ser el reverso estricto de un discurso de opresión. Lo cierto es que al articularse desde los márgenes, como otros muchos, nuestro discurso tiene la posibilidad de inventar nuevos códigos, nuevas formas de organizar el placer, las relaciones sociales y familiares, el amor, la amistad,
las relaciones intergeneracionales… formas que estamos en disposición de proponer al resto de la sociedad.
Porque lo que hemos debatido con el matrimonio, con la ley de Identidad, con la defensa a ultranza de una educación laica y enfocada a potenciar valores de ciudadanía democrática es, por supuesto, una manera entera de concebir el mundo y a nosotros mismos. Y esa es la razón de que contáramos con el apoyo mayoritario de la población,
que la ciudadanía entendió que el fondo de la cuestión no es otro que un debate profundo sobre valores y modelos de ciudadanía y de autonomía personal, un debate que está hoy vigente en todo el mundo. Porque el mundo ha cambiado mucho en los últimos años y no podemos seguir interpretándolo de la misma manera. Las opresiones clásicas siguen siendo opresiones, pero en este tiempo algunos, y sobre todo algunas, hemos aprendido también que los
oprimidos pueden ser opresores. Muchos son ciegos todavía a comprender que la opresión no proviene sólo de una determinada lógica que crea ricos y pobres, que crea explotadores y explotados, sino que hay otras opresiones, exactamente igual de injustas y que hay que combatir con la misma convicción; otras opresiones que interactúan con
las económicas para mantener un determinado orden social, pero que pueden funcionar separadamente. La solidaridad y el compromiso que caracterizan a veces las prácticas políticas tradicionales pueden llegar a ignorar por completo una realidad de opresión y discriminación que nos afecta a muchos más de cerca. Todavía a veces nos encontramos con que se tacha de insolidaria cualquier tentativa de ampliar el espectro de las formas de opresión. Se nos sigue situando a veces a las personas LGTB en una especie de extranjería universal. Se nos sigue viendo como la quintaesencia de lo extranjero, de lo ajeno, de lo que públicamente no se puede considerar como propio y por lo tanto no concierne, ni compete, ni preocupa a nadie más que a nosotros mismos. A veces se sigue considerando la sexualidad como una cuestión privada y se sigue negando su profunda dimensión pública. Por eso queremos decir que hay una construcción social e ideológica del cuerpo de cuyo control se han encargado y se encargan con eficiencia las jerarquías religiosas y que también genera opresión, explotación, miseria, desigualdad, infelicidad en suma.
Como mujer, lesbiana, y persona con una discapacidad se muy bien hasta qué punto la opresión puede materializarse sobre el cuerpo y hasta qué punto a veces esta opresión pasa desapercibida. La liberación de nuestros cuerpos y de nuestros deseos no es una cuestión individualista, egoísta, liberal o pequeñoburguesa, es una lucha de largo
alcance y de gran aliento en la que estamos creando las condiciones de libertad para muchos, para todos y todas en realidad. En el fondo es volver a repensar la libertad desde lo más material que hay, desde el propio cuerpo. Por tanto se impone una reflexión sobre cuerpo y sus placeres, el cuerpo y la felicidad, el cuerpo y la salud, el cuerpo y la libertad, sabiendo que ahí se está librando en todo el mundo una de las batallas más importantes. Y no es exagerado decir que en esa batalla nos va la vida, porque nos va la vida que queremos vivir. Libertad y autonomía para gozar, para elegir el momento y la manera de la muerte, para abortar, para quedarse embarazada, para transformarnos según nuestras necesidades que nadie más que nosotros y nosotras mismas puede valorar. El cuerpo, en definitiva, siempre el cuerpo como el principio de todo. Si los cuerpos no son libres, no hay sociedades libres. No hay libertad si no hay libertad para el deseo, si el cuerpo es una cárcel, no hay libertad si el mundo se sigue pensando en clave de los que no tienen problemas para subir cualquiera de las escaleras que a muchos y muchas nos encierran. Y enfrente, no nos engañemos, tenemos una alianza poderosa, una Alianza contravilizatoria. La venimos sufriendo hace mucho y es la que se ha formado para, superando cualquier diferencia cultural oprimir a las mujeres, controlar sus cuerpos y su
sexualidad, reprimir cualquier disidencia sexual, luchar contra el conocimiento y contra la ciencia. Es la contraalianza que, que casualidad, hace que EE.UU e Irán voten juntos para negar en la ONU fondos que extiendan programas de control de natalidad que impida que las mujeres mueran por miles o que sean dueñas de sí mismas, es la que
hace que El Vaticano se alíe con Arabia Saudí para que la libertad sexual no pueda ni nombrarse; para impedir que se tomen medidas baratas contra el sida, para que la gente deje de morir por millones en África.
Y a veces los partidos políticos no dan más de sí. Los partidos no proponen modelos alternativos de sociedad, los propone la sociedad. Construir sociedad civil, construir una sociedad crítica con el poder y consciente de sí misma para que la democracia tenga sentido. Para hacer democracia, para extender el conocimiento de que la ciudadanía, de
que los movimientos sociales pueden de verdad cambiar las cosas y tanto como sea necesario cambiarlas. He crecido escuchando que no se puede hacer nada porque los gobiernos no pueden cambiar nada verdaderamente importante. Lo cierto es que no es que los gobiernos no puedan cambiar las cosas, es que no se sienten obligados, es que
tienen otras preocupaciones, fundamentalmente volver a ganar las elecciones, pero los gobiernos tienen un gran margen de maniobra si, como exige la lógica democrática, se les vigila, se les castiga, se les exige y por supuesto se les recompensa también. En España tenemos ejemplos recientes de que se puede. La política tiene que repensarse desde los movimientos sociales, desde la reflexión crítica y desde el análisis, creando nuevos instrumentos y nuevas herramientas. Nuevos instrumentos que ayuden a los partidos, a la izquierda a cambiar su discurso no para
cambiar de sitio, sino en realidad para poder seguir en el mismo sitio: en la lucha por un mundo mejor, más justo, más igualitario, más solidario, más libre, pero de verdad y para todos y todas. Así que hay que seguir aunque para seguir haya que cambiar. Estoy segura de que vamos a saber emprender esta nueva etapa de nuestra lucha de la manera más adecuada; estoy segura de que vamos a encontrar la manera de seguir siendo lo que somos, una organización de referencia en todo el mundo en la lucha por la igualdad y la felicidad. Estoy segura de que en este congreso vamos a hacer un buen trabajo que nos va a asegurar un camino fructífero, porque la militancia mira siempre al futuro, pero tiene el poder de cambiar el presente, las vidas aquí y ahora de cada uno de nosotros y nosotras.
Beatriz Gimeno
Presidenta de la FELGT