CONTRA LA VERGÜENZA, ORGULLO
Cada año cuando llega el 28 de junio llega también la cuestión de debatir cómo denominamos a ese día, la eterna discusión sobre si es o no es el Día del Orgullo. Reconozco que esta discusión viene siempre cuando el calor en Madrid comienza a ser insoportable y cuando el cansancio de todo un año de trabajo (más los preparativos de la manifestación y demás actividades de la semana) me pone en un estado de nervios cuasi furioso y poco paciente. Quizá sea esa la razón de que le dé al tema tanta importancia y, si es así, pido perdón y propongo que el año que viene lo discutamos en invierno. Igual descubro que mi perspectiva cambia. Sin embargo, si lo que no cambian son las circunstancias en las que gays y lesbianas vivimos, me temo que opinaré, sobre el tema del orgullo, lo mismo en enero que a finales de junio.
Este año además tengo buenas razones para sentirme más furiosa que de costumbre, o más beligerante si se quiere, porque me he pasado el curso dando charlas en colegios e institutos, hablando con adolescentes, gays y lesbianas o no, hablando también con los profesores que les enseñan y siendo testigo de primera mano de cómo viven y cómo crecen los niños/as, preadolescentes y adolescentes gays y lesbianas. Y, para aquellos que lanzan las campanas al vuelo de la normalización social de la homosexualidad, tengo que decir que esta pretendida normalización, si es que existe, no alcanza para nada a nuestros niños, ni a nuestros adolescentes.
Puede que los adultos, lejos todavía de la plena equiparación, tengamos, no obstante, un caudal de información y de autonomía personal suficiente como para saber dónde ir a encontrar gente que es como nosotr@s, donde ir a hacer amig@s, donde ir a ligar, dónde ir a denunciar si nos atacan, dónde ir a protestar si nos sentimos discriminados. Mal que bien hemos ido ganando esos espacios en los que, al menos, tenemos la oportunidad de saber que somos muchos y muchas.
Pero los niños no saben nada de eso. Ell@s sí están sol@s y aislad@s en un medio especialmente hostil. Un ambiente lleno de expresiones y bromas declaradamente homófobas que incluyen la posibilidad de agresiones físicas a aquellos de los que se sospecha que puedan ser maricones o bolleras, un ambiente en el que nada ni nadie da cobijo ni expresión a lo que son, en el que nadie parece ser como ellos. Todos recordamos cuando creíamos ser únicos en el mundo y la sensación de soledad absoluta y desesperación en la que esa sensación nos sumía; al menos yo lo recuerdo perfectamente, y lo que me indigna es que después de veinticinco años de democracia, las cosas estén ahora como estaban entonces, más o menos. Cuando estoy en una clase dando una charla y miro al frente, es fácil descubrir al chico o chica que es gay o lesbiana. Siempre es ese o esa que mira al suelo, que se pone roj@ como un tomate cuando mencionamos que, estadísticamente, es muy posible que allí haya un gay o una lesbiana, siempre es ese/esa que no pregunta nada pero que cuando nos vamos nos pide, muert@ de miedo, el teléfono del colectivo “para un amigo que tiene muchos problemas”.
Hace poco vino a COGAM una chica a la que en clase habían descubierto unas cartas de amor dirigidas a otra chica. Después de eso había sido humillada y vejada públicamente, había sido apartada de sus compañeros, las cartas le habían sido requisadas, se la amenazó con un Consejo Escolar y se citó a sus padres para advertirles que su hija era una anormal que necesitaba tratamiento psiquiátrico. Así están las cosas.
Puede que algún día sea posible ver a parejas de novios gays o lesbianas dándose la mano en el instituto pero, por ahora, estamos a años luz de que eso ocurra. Por eso me alegro de empapelar las paredes con la famosa palabra, y de que alguien lo diga subido a un estrado en la Puerta del Sol; porque ellos y ellas lo van a leer, lo van a escuchar y puede que lo conviertan en un arma que les sea útil. Porque todavía hay muchos gays, muchas lesbianas, que necesitan del orgullo para hacer frente a la vergüenza que durante tanto tiempo se ha echado sobre nosotr@s.