Autoestima es una palabra acuñada en el siglo XX que todavía no aparece en todos los diccionarios. Proviene del campo del psicoanálisis y de las palabras griegas «autos«, uno mismo, y «estima«, consideración o aprecio que se hace de una persona o cosa. Por tanto «autoestima» es aprecio por uno/a mismo/a. La palabra autoestima ha sido una de esas palabras clave del feminismo, uno de los campos de trabajo más transitados. La autoestima de las mujeres es un asunto político no resuelto. Desde que las mujeres feministas comenzaron a trabajar con otras mujeres en el camino de la liberación, el asunto de la autoestima femenina se convirtió en un asunto de primer orden. Una mujer no puede luchar por sí misma si no tiene la autoestima necesaria para convencerse de que lo más importante para ella debe ser ella misma, cumplir sus deseos, sus aspiraciones, cubrir sus propias necesidades antes que las de cualquier otro; en definitiva, vivir para sí, cuidarse, quererse, tenerse amor propio y respeto. Tener autoestima es aprender a valorarse, a valorar los propios empeños, es sentir la famosa empatía femenina sobre todo por una misma. Es tener juicios propios sobre las cosas y confiar en que esos juicios son acertados; es decidir lo que es de verdad importante para cada una sin que la opinión de los demás sea nada más que eso, una opinión. Tener una clara conciencia del Yo es la única manera de que lo que se entrega a los demás sea una entrega voluntaria y generosa y no una fuente de frustración perpetua y de queja continúa. En definitiva, la autoestima es la fuente de la que bebe la propia libertad y el bienestar y sin la cual, por mucho que se pretenda lo contrario, se vive en un estado de semiesclavitud. Pero la autoestima individual sólo se conquista mediante la autoestima de género.
Las mujeres, educadas en el ser-para-otros, para los padres, para los hijos, para los hombres… portadoras de un cuerpo que ha sido entregado a otros, a la maternidad, a la sexualidad masculina, carecemos de la autoestima necesaria para poder ser dueñas de nuestro destino. La autoestima femenina en la sociedad patriarcal ha sido más que una prohibición, ha sido un tabú. De ahí que el femismo se planteara conquistar la autoestima para las mujeres como uno de sus deberes más importantes y acuciantes. Porque la sociedad ha cambiado, pero las mujeres no tanto. La autoestima de las mujeres es desde luego una cuestión de género y una de las metas más difíciles de conquistar. Todavía depositamos nuestra autoestima en otros y esos otros son siempre hombres; y para esto lo mismo da que seamos o no lesbianas. Las mujeres no hemos tenido la oportunidad de aprender a depositar nuestra autoestima en otras mujeres, lo cual es lógico porque las mujeres son el género desvalorizado, por eso sólo haciendo el enorme esfuerzo de aprender a valorar a otras mujeres podremos aprender a valorarnos nosotras mismas. Muchas lesbianas creen falsamente que al no depender de la valoración física constante que los hombres heterosexuales hacen de las mujeres, como no dependemos emocionalmente de que los hombres nos encuentren deseables, jóvenes, siempre sexuales, hemos conquistado ya la independencia emocional y la autonomía.
Pero la valoración física no es el único tipo de valoración que existe y del cual dependemos las mujeres; está la valoración intelectual, la valoración de nuestro trabajo y de nuestras capacidades. Todavía en demasiadas ocasiones también las lesbianas dependemos de la valoración que hagan los hombres de nuestra capacidad intelectual y de nuestro trabajo. No es infrecuente que las lesbianas que trabajamos en contacto permanente con hombres, busquemos su valoración con mucho más ahínco que la valoración de las otras mujeres. Al fin y al cabo es su valoración la que cuenta porque todavía ocurre que cuando un hombre te ve, te confiere existencia, existes porque ellos se han fijado en tí, cosa que no ocurre cuando te ve una mujer, al fin y al cabo una igual en la desvalorazación. Es frecuente que las mujeres que destacan dentro de las organizaciones -y no me refiero sólo a organizaciones de lesbianas y gays, sino a cualquiera de las muchas organizaciones en las que las mujeres somos mayoría en el voluntariado- se alejen de las demás mujeres una vez que han conquistado cierta valoración por parte de los hombres de esas mismas organizaciones. De ahí que sea corriente que las mujeres mejor valoradas, las que gozan de la estimación de los hombres, no quieran de ninguna manera trabajar en «asuntos de mujeres» y se dediquen incansables a cualquier otro trabajo dentro de la asociación.
Muchas veces vemos como las mujeres que consiguen llegar a puestos de dirección de estas organizaciones o que consiguen ser valoradas por la mayoría de los hombres, buscan sobre todo alejarse de las demás mujeres. Al fin y al cabo también nosotras buscamos nuestro lugar bajo el sol y, si hemos conseguido ser valoradas o admiradas por nosotras mismas, por el trabajo que hemos realizado, ¿cómo íbamos voluntariamente a querer que se nos asociara de nuevo con el género desvalorizado? Pero cuando necesitamos que los hombres nos valoren, nos estamos alejando de la posibilidad de valorarnos a nosotras mismas. La autoestima que las mujeres conquistemos individualmente tiene que pasar por la autoestima de género o no será tal. Por tanto no se trata de buscar una salida individual, no se trata de elevarnos sobre la desvalorización que cae sobre todas las mujeres, sino que tenemos que aprender a admirar a otras mujeres, a reconocer la posibilidad de que otras mujeres nos enseñen, a reconocer que cuando una mujer nos valora, su valoración es importante y todo eso pasa por poder conceder entre nosotras rango de autoridad a otras mujeres, por poderles reconocer sabiduría intelectual, inteligencia, capacidades. Sólo así encontraremos la manera de querernos a nosotras mismas, de tomar las riendas de nuestra existencia.