La regularización de la prostitución como un trabajo más o la lucha por su abolición se ha convertido en los últimos años en un asunto que ha dividido en dos mitades irreconciliables al movimiento feminista. El debate feminista ha alcanzado niveles de tal virulencia que es imposible llegar no ya a un acuerdo, sino siquiera a escuchar los argumentos de la otra parte. Intentar debatir, como yo misma he intentado a veces, con buena voluntad, reconociendo que algo de razón pueden tener incluso las oponentes, intentando no descalificar, reconociendo que feministas somos todas, es imposible. Es una discusión cerrada por ambas partes donde apenas es posible la reflexión. Y, sin embargo, este debate mucho más que otros necesita una buena dosis de reflexión. Y lo necesita porque pocos temas políticos e ideológicos son tan complejos y mezclan cuestiones tan diferentes, tan contradictorias y de tan difícil solución.