Cuando comienzo el enésimo artículo sobre prostitución la sensación es de terrible tedio e impaciencia. No parece haber nada sobre este asunto que no se haya discutido, ni explicado hasta la saciedad. Lo que parece quedar es simplemente una batalla política sobre un debate irreductible en el que ya no queda nada que decir.
Hace años escribí un libro sobre prostitución que pretendía ser más un estudio del debate tal como se produce que sobre la prostitución en sí. Describí un debate que, en su mayor parte, se configuraba como irreductible y que percibía la realidad a través de marcos mentales cerrados y muy rígidos que impedían interactuar con nada que viniera de fuera. Muchos otros debates actuales siguen este esquema. Se polarizan en torno a dos marcos ideológicos y mucha gente se adscribe a uno u otro según la idea que tenga de sí misma y antes de reflexionar acerca de la cuestión. No es que las que hemos reflexionado sobre prostitución no tengamos buenos argumentos, que sí que los tenemos, pero lo cierto es que la estructura de marcos mentales rígidos permite a mucha gente posicionarse sin necesidad de mucha reflexión. La configuración del debate alrededor de marcos ideológicos muy cerrados permite que cada uno de ellos parezca englobar en sí mismo un mundo completo y se supone que según lo que pienses acerca de la prostitución así será lo que pienses de otras cuestiones como pornografía, aborto, sexualidad, transexualidad, feminismo etc. aun cuando esto pueda no ser cierto en su totalidad. Además, la agresividad utilizada se termina usando para hacer una política de tierra quemada en la que no siempre es fácil poner sobre la mesa una idea nueva que pueda desestabilizar el marco. Cualquier desviación puede ser considerada una traición, cualquier reflexión será considerada debilidad o equidistancia, los matices y las complejidades vuelan por los aires. Esto hizo que hubo un momento en que se hacía tan duro seguir debatiendo en un no-debate que muchas lo abandonamos.
Pero desde que comenzó esta nueva ola feminista es muy perceptible un cambio. Es bastante evidente que el debate se ha movido y que se han incorporado al mismo, especialmente al campo del abolicionismo, muchas jóvenes que han puesto sobre la mesa cuestiones fundamentales relacionadas con el cuerpo y la sexualidad pero que, sobre todo, han juntado las piezas y han señalado la estructura de dominación: se llama patriarcado. Y en este sentido creo que es muy importante regresar al debate y hacerlo desde el convencimiento de que el cambio es posible y de que hay feministas con las que tendremos que caminar y con las que queremos caminar. Si yo misma, como muchas abolicionistas, he sido regulacionista ¿por qué no voy a suponer que eso mismo le puede pasar a muchas otras? Renunciar a convencer no es buena idea en ningún debate político, aun cuando eso no significa que se renuncie a las escaramuzas políticas, al eslogan, a la guerra de guerrilla de los hastags. Pero siempre debe mantenerse abierto un espacio en el que quepa la reflexión, yo no renuncio a eso. En mi caso, cuando comencé a estudiar el debate y el sistema prostitucional en su conjunto no me limité a leer lo que dicen aquellas investigadoras con las que estoy de acuerdo, sino que hice lo contrario, lo que recomienda hacer el sociólogo Gouldner esto es, tratar los propios argumentos como si fueran ajenos. Y así lo he hecho todo este tiempo, siempre leo los artículos abolicionistas pensando en aquellas argumentaciones que pueden ser más débiles y los confronto con lecturas regulacionistas. Y siguiendo con el debate de lecturas que mantengo, quiero analizar aquí dos de los últimos artículos aparecidos porque son muy representativos de las dos distintas maneras de argumentar que he comentado antes.
Después dice Galcerán que no va a defender la prostitución sino el sindicato que ha pretendido inscribirse hace un par de semanas. Pero algo de defensa de la prostitución tiene que haber ahí cuando el sector reglamententista ha pasado, sin solución de continuidad y sin una mínima explicación, de criticar a la industria del sexo y defender la autogestión de las putas a defender a este sindicato ignorando no solo su posición de ayer mismo, sino también algunas sospechas que sectores desde dentro de la prostitución o del sindicalismo han lanzado contra OTRAS. También ignoran evidencias como que ha habido a lo largo del tiempo varias secciones sindicales de trabajo sexual (CC.OO., CGT) a las que no se ha afiliado nadie nunca. Es curioso como este sector ignora que regular este sindicato en las condiciones actuales lo que significaría de facto sería legalizar a la patronal. Dar derechos a la patronal no redunda en absoluto en derechos para las mujeres que ejercen la prostitución. De hecho, si estuviéramos en el punto cero de las relaciones laborales en otros muchos sectores muchos de los que ahora exigen la regulación del sindicato estarían abogando por no reconocer a la patronal en ningún caso. Autoorganización sí, para combatir a la patronal, no para legitimarla y darle todo el poder, y estamos en una situación en la que podríamos evitar que eso ocurra. Parece que si hablamos de prostitución, para ciertos sectores, no es que no estén en contra, es que casi todo se legitima solo. Debe existir una posición previa, no razonada que explique esta incongruencia y me inclino por pensar que muchas reglamentaristas sucumben a un fenómeno que Slavoj Žižek describe perfectamente como característico de la posmodernidad: que el discurso hegemónico y conservador se hace pasar (consciente o inconscientemente) por antihegemónico para tener más incidencia en un mundo que ha hecho de la transgresión, especialmente en lo que se refiere al sexo, un espacio de consumo ilimitado.
El segundo artículo, de Irantzu Varela, es completamente distinto. De hecho, este es el ejemplo al que hacía referencia al principio de activistas feministas no abolicionistas con las que tenemos que caminar y seguir debatiendo, como ella misma dice en el título de su artículo. No puedo sino decir que comparto mucho del mismo; casi todo excepto las conclusiones. Dice por ejemplo de la prostitución: “(…) sabemos que su existencia está propiciada y legitimada por una visión estructural sobre las mujeres, nuestros cuerpos y nuestra sexualidad, y que no podemos pedirles a las putas que desaparezcan porque sus explotaciones explícitas nos incomodan, si no vamos a luchar de manera frontal contra las estructuras que las han puesto ahí”. Desde luego que no podemos pedirles a las putas que desaparezcan, y mucho menos porque nos incomoden. Las putas no nos incomodan, todas podemos ser putas en el patriarcado (y figuradamente todas lo somos). Nos incomoda el machismo, y el sistema que crea la prostitución y fabrica a las putas.
Quizá nuestra diferente visión radique en el papel que otorgamos a la función de la prostitución respecto a dicha estructura. “Para acabar con la prostitución tal y como la conocemos, hay que acabar con el sistema que convence a los hombres de que han venido al mundo a conseguir todo lo que se les ponga en la entrepierna, y que nosotras hemos venido a dárselo o a que nos lo cojan” escribe Varela. Pues yo digo: exacto, pero digámoslo al revés: “Para acabar con el sistema que convence a los hombres de que han venido al mundo a conseguir lo que se les ponga en la entrepierna es necesario, entre otras cosas, acabar con una institución que existe, precisamente, para garantizarles ese derecho”. Que todos los adolescentes varones crezcan sabiendo que ese es su derecho y que pueden ejercerlo cuando quieran no ayuda a combatir el sistema, me parece, sino al contrario. Es contra ese derecho que luchamos. Siguiendo con el artículo de Varela: ¿Se puede follar por dinero?, pregunta ella. Desde luego, y por muchas más cosas: por dinero, por sentirse querida, por lástima, por miedo, por violencia, por tener una casa, por conseguir un ascenso, por todo eso se puede follar y por muchas más cosas. Pero el problema es que es el patriarcado el que crea las condiciones de posibilidad para que esas sean nuestras opciones, y no las de ellos, que suelen follar por ganas. Para que follemos por dinero es necesario que seamos pobres, para follar por sentirnos queridas es necesario crear el amor romántico, para follar por un trabajo mejor es necesario que sean los hombres los que tienen el poder laboral, para follar por miedo… es necesario tener miedo… y así todo. Pero sigamos hablando, sigamos debatiendo; estamos de acuerdo en lo fundamental.
Finalmente tengo dudas y algunas certezas: que la prostitución es incompatible de muchas maneras complejas con una sociedad sexualmente igualitaria y que tenemos que seguir hablando e iluminando la complejidad a fin de ser capaces de convencer a compañeras y también de desbrozar el camino hacia la igualdad, que es el bien que defendemos las feministas cuando pretendemos acabar con este privilegio. El feminismo abolicionista ha sido capaz de trascender muchos de los argumentos tradicionales para preguntarnos no solo cómo se construye la explotación de las mujeres, sino cómo se construye el mundo social, con qué categorías, cómo se subjetivan quiénes son sujeto y quiénes son construidas como objeto; con qué herramientas sociales, bajo qué condiciones culturales, simbólicas y materiales se construyen las estructuras de dominación y de legitimación de dicha dominación. Este movimiento feminista se ha preguntado por todo esto y ha puesto encima de la mesa las políticas relacionadas con el cuerpo, porque como dice Celia Amorós, la liberación será corporal o no será.