Me pareció que tenía toda la razón María Antonia Iglesias al hablar de los “padres espectáculo” y me pareció muy valiente por atreverse a decir lo que dijo siendo que es obvio que no es una postura muy popular. Y fue muy valiente también este pasado sábado cuando en La Noria no quiso rectificar sus palabras ni siquiera a instancias de la asociación Marta del Castillo. En el libro que escribí sobre Rocío Wanninkhof ya dediqué un espacio a ese asunto, centrándolo en este caso en la madre de la niña asesinada, Alicia Hornos que se terminó convirtiendo, a su pesar, en la protagonista del caso. Esta horrible moda de los padres que se convierten en protagonistas de los asesinatos de sus hijos comenzó con el caso de las niñas de Alcasser y no tiene aspecto de que se vaya a detener por ahora. La cobertura mediática del crimen de Alcasser supuso un punto y aparte en el tratamiento de este tipo de crímenes de adolescentes que pasaron a competir con las noticias del corazón en su tratamiento. Pero además supuso la irrupción de los padres como portavoces mediático-políticos de la derecha sociológica y política que descubrió en seguida su enorme potencial.
La necesidad de los medios de comunicación de personificar el dolor y de exhibirlo de manera descarnada como producto de consumo, ha provocado que cada vez más los familiares de las víctimas de cualquier clase de crimen vivan su duelo en directo y prácticamente ante las cámaras. Si antes las familias de las víctimas vivían su dolor privadamente, ahora, en estos tiempos de telerrealidad eso es imposible. Es posible que ese protagonismo mediático que se les ofrece les sirva a los padres como paliativo a su dolor. Pero lo cierto es que ese dolor pasa a convertirse en un espectáculo que es utilizado por la derecha para agitar políticamente e imponer su agenda. Utilizan el dolor de esos padres para apelar a lo más primario, al miedo. Primero agitan las aguas de la inseguridad y después utilizan a estos padres como portavoces de una supuesta ciudadanía que pide mano dura. Sanchez Ferlosio llamó “victimato” a este estado de explotación del dolor de las víctimas.
La idea de que las víctimas, padres o madres en este caso, son depositarias de algún tipo de valor moral sólo por el hecho de serlo y de que están legitimadas éticamente para ejercer algún tipo de venganza más allá de las opciones que les ofrece la ley penal, es una idea ajena a nuestro sistema de justicia y, de hecho, el alejamiento de ese modelo es una conquista civilizatoria. Las leyes son pactos sociales que hay que aprobar en frío y dejándose guiar los legisladores por la razón, no por el miedo, ni por la urgencia de la venganza, ni por supuestos estados de necesidad creados por manipuladores sociales. Agitar el miedo es una táctica muy antigua que parece que sigue dando resultado. La inseguridad con la que pretenden asustar, además, a tenor de las cifras no es real. Si alguien, en medio del griterío, se molestase en comprobar las estadísticas, comprobaría que España tiene uno de los sistemas penales más duros de la Unión Europea y una de las tasas de criminalidad más bajas. Pero eso no importa. El miedo es un poderoso imán para los votos.
Para esos padres no me cabe otra cosa que mucha compasión y solidaridad en su dolor. No imagino nada peor que perder a una hija de una manera semejante a cómo murió Sandra Palo o Marta del Castillo o Mari Luz. Pero una sociedad tiene que tener claro que por mucho miedo que nos de que existan personas tan crueles como los asesinos de estas niñas, no dejan de ser una terrible excepción. Pero miedo tiene que dar también el sueño de pensar que es posible una sociedad absolutamente segura. Aumentar las penas de por vida, matar a los asesinos, encerrar para siempre a todos los sospechosos, olvidar la presunción de inocencia, permitir los linchamientos sociales y mediáticos, dejar que gobierne el miedo o la venganza y no una justicia ponderada, no ha dado resultado nunca y las sociedades han avanzado dejando eso atrás. El resultado del sueño de una sociedad completamente segura se convierte siempre en una pesadilla.
Publicado en El Plural